El lingüista lleva toda una vida dedicada al estudio de la lengua y, quizá a causa de eso o como consecuencia de eso, no tiene pareja. Desde el punto de vista teórico, conoce todos los entresijos de las palabras, de las oraciones, de los sintagmas…, pero, a la hora de llevarlo a la práctica, es incapaz de sentarse delante de una mujer y demostrarle todo lo que siente. Su grado de identificación con el idioma es tal que, cuando analiza las relaciones humanas, las clasifica como si fueran tipos de palabra. La relación más común que observa es la relación derivada y, sinceramente, no le gusta, ya que siempre hay una parte fuerte, el lexema, y una supeditada a ella, el morfema, independientemente de que sea prefijo o sufijo. La relación ideal sería la relación compuesta: dos hermosos lexemas cara a cara, con independencia a la hora de desarrollarse como individuo, pero con la madurez necesaria para ponerse el guion que les permita la unión momentánea. Eso sí, aunque lingüista, también tiene tiempo para la fantasía y, en ella, lo que más le gustaría sería tener una relación parasintética, con preferencia por ser el lexema, y que un prefijo y un sufijo le completasen a la vez. Pero, por más que reflexiona sobre ello, sabe de sobra que siempre será un hombre solo, una palabra simple, un lexema en un mundo cada vez menos comunicativo. ----------------------------
Este relato pertenece al libro 'La vida sin Murphy', de Manuel Rebollar Barro, publicado por la editorial EnKuadres en el año 2017.
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