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El conocimiento no se impone ni se regala, se comparte entre quienes tienen la voluntad de buscarlo, recibirlo y transmitirlo. Hoy más que nunca, en tiempos de sobreinformación y distracción constante, esta enseñanza cobra un valor esencial.
Las calles estaban desoladas, el aire fresco estaba lleno de presagios, la penumbra de la noche tenía sus propios temores, los perros aullaban sin cesar, el pueblo dormía; sólo la puerta de la casa de don Adrián se encontraba abierta. Don Adrián dialogaba con sus sirvientes, a la vez se tomaban unos traguitos al encanto de la medianoche.
Julián viajó en tren de su pueblo al pueblo de EL CANDIL. Bajó del tren, y se enrumbó al destino prefijado, pasó por la calle de cristal en momentos que eran las cinco y cuarenta minutos de la tarde. Por supuesto, llegó al destino, a casa de Nora. Estando de visita, además de charlar, degustaban un café con un platillo de frijolitos fritos, tortilla y queso.
Una visión más actual y real, propia de los tiempos que vivimos ahora en la educación, aparece con todo su realismo en el relato “Termina primero”, incluido en el volumen de Javier Sáez de Ibarra (1961), titulado 'Bulevar', publicado en 2013, recopilación de textos con tintes chejovianos, como el mismo autor reconoce.
Cada vez que salgo a la vereda, se me aparece el “Ja”. En mi barrio le dicen así, abrevian “Javier”, es un nombre cheto, les da vergüenza nombrarlo entero. Yo lo llamo “el Lungo” porque mide como dos metros. Tiene los ojos retorcidos, el derecho más que el izquierdo. La ventaja es que elige a quién mirar. No como yo, que los veo a todos desde abajo, girando sobre ruedas.
El relato, dividido en cuatro partes, comienza con la imagen de una mujer que despierta en una habitación, junto a un hombre dormido, y descubre una dimensión paralela, invisible para su realidad cotidiana. En “Razia”, Pablo Montoya personifica el objeto de la vela en una mujer que busca otra realidad, pero que, a su vez, teme encontrar algo capaz de irrumpir en su universo.
El relato del samurái y el Maestro Zen Hakuin ilustra de manera profunda la enseñanza de que el cielo y el infierno no son lugares externos, sino estados internos que dependen de nuestra actitud y conciencia. A través de la provocación y la respuesta del guerrero, -es decir, del uso de la dialéctica-, se muestra cómo la ira y el ego pueden sumergirnos en el sufrimiento, mientras que la calma y la comprensión nos conducen a la paz.
En un mundo donde las reacciones impulsivas dominan el día a día, la historia del sabio y el escorpión nos deja una enseñanza atemporal. Este relato nos invita a reflexionar sobre nuestra propia identidad y valores. En la vorágine de la vida moderna, enfrentamos a diario situaciones en las que los demás pueden actuar con ingratitud, egoísmo o incluso agresividad.
Esto permite sopesar, pensar en las ciudades como un puñado de calles, hoteles, moteles, bares, restaurantes, cantinas, edificios de todo estilo, lo cual es más que importante pensarlo como el lugar que habitamos, trabajamos o vivimos y convivimos, como una manifestación viva de nuestra propia cultura.
Dentro de los pedidos, encomiendas que en ciertas ocasiones me expresó en vida mi gran amigo Ruy Téllez Solís, imaginariamente hacíamos un recorrido cultural por varias partes del mundo y eran tan maravillosos esos viajes que desbordaba los límites de la imaginación. Entonces, ahí nos decíamos sentados en una banca de concreto ubicada en la calle del calvario, en el parque central, en mi casa, lo interminable de las culturas del mundo.
Es domingo por la mañana y el frío no cede ni un ápice en la temporada invernal. La posibilidad de dejar las sábanas para empezar un nuevo día con optimismo se ve tan lejana como si se tratara de viajar a la luna, pero ya son las nueve y de un momento a otro Inés pasará por él para ir a desayunar.
Ensimismado, como quien busca hallar algo que los demás no ven, rompió en dos, en tres, en miles —si es que pudiéramos ver cómo los pensamientos abren brechas donde no las hay— la bruma que cubría la plaza universitaria. Aquel conjunto de lajas, lustradas por las interminables protestas, pertenece a un mundo que no necesita cambiar si fue hecho para servir de jaula.
En una habitación inundada por el aroma de café recién hecho, Javier, un poeta de mediana edad con ojos hundidos y cabellos encanecidos, observaba los montones de papeles desperdigados sobre su escritorio. Había recibido el diagnóstico apenas unas semanas atrás: cáncer terminal.
Relatar es “volver a traer”. Relatar es redactar una construcción narrativa para dar sentido a los datos que se han producido. Es decir, complementar una noticia. Constantemente estamos utilizando el “relato” como una forma de aclarar si es necesario una noticia, a fin de hacerla más comprensible por el lector.
Sara estaba de pie frente al restaurante donde trabajaba, observaba incesantemente y con una miraba furtiva, melancólica pero optimista en todos los sentidos. Sara entró al restaurante y expresó buenos días Lola, ¿qué tal todo? la encargada se encontraba tras la barra ordenando unas copas recién sacadas del lavavajillas, no le escuchó.
La primera vez que Degas, un hombre de firmes convicciones conservadoras, un marcado antisemitismo, y un ingenio que a veces era cruel e irascible, se quebró, fue a través de un cuadro de Mary. No era la mejor de las personas, pero sabía reconocer el talento, que es básicamente todo lo que le importaba. Cuando vio en el Salón de París el cuadro de una mujer con un vestido azul, de pronto se sintió conmovido. “Aquí hay alguien que siente como yo lo hago”, dijo.
Corría mayo de 1993 y me dirigía al colegio normalmente. Al llegar a la sala, estaba el profesor y un inspector, extraño momento. El Inspector preguntó en qué comunas vivíamos. Hubo un grupo de alumnos, -yo diría aproximadamente el 25% del curso-, al que se nos dijo, debíamos volver a casa sin mayor explicación. En ese momento, no sabíamos mucho, nos alegró tener un día “libre”.
Había algo en la manera en que ella me miraba, un gesto silencioso que hablaba más que cualquier palabra. Esa noche, mientras el viento susurraba entre los árboles, me mostró su pecho desnudo, pero no era el cuerpo lo que se ofrecía ante mí, sino el alma.
La jefa de policía de aquel pequeño pueblo del norte de España, no estaba preparada para lo que estaba sucediendo. Había crecido en aquel sitio, conocía a sus habitantes como si fueran de su familia, su trabajo era la mayor parte del tiempo aburrido, pero a ella le gustaba, desde pequeña sabía lo que quería ser de mayor, al igual que sabía que nunca se iría de aquel sitio, su vida estaba allí.
Este texto brota desde la memoria de Eduardo Galeano y Mark Twain. El inmenso Galeano y sus venas aún abiertas de América Latina y Twain, el buscavidas irónico del rio Misisipí que soñó un diario de Adán y Eva. Su fértil memoria mueve la mano que escribe de modo misterioso. Las venas abiertas siguen bien abiertas para la rapiña de las elites criollas y el impero yanqui.
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