Era una casa sencilla, sin muchos lujos o detalles exóticos. La parte que da a la calle era una pared cascada, corroída por el tiempo, dentro de ella la situación era distinta, debido al decorado-ubicación-de los escritorios, libros, pinturas que mostraba en las paredes de la sala del escritor y pintor.
La sencillez imperaba en esa casa, pero un día, el escritorio del escritor estaba cubierto de papeles escritos, ese día se había acostado hasta altas horas de la noche, pasó reflexionando, apoyaba la sien en la mano izquierda, miraba fijamente las páginas recién escritas, fueron meses de arduo trabajo.
Ese día el aposento se encontraba con la oscuridad iluminada por una luz diáfana, en el aire flotaban olores de verano, en tanto, el escritor, como suspendido por energía extraña se levantó de su escritorio y compenetró en sus aposentos, su esposa se encontraba dormida, no quiso despertarla. Todo el material de trabajo lo había dejado tirado sobre su escritorio, las luces las dejó encendidas, los libros también quedaron tirados, algunos en el suelo, otros sobre el escritorio.
La noche transcurrió, amaneció el nuevo día, y como de costumbre, la joven que hace los oficios, a las siete y treinta de la mañana dio sendos golpes en la puerta, era su llegada. El escritor se levantó, estaba casi dormido, abrió la puerta, luego regresó a su cama, como a los 5 minutos, la empleada llamó al escritor.
-Vea, lo he llamado para ponerle al corriente que cuando llegué y procedí a abrir la segunda puerta que da a la calle, me encontré que solamente tenía puestas dos sillas, estaba sin llave ni pasadores. En ese momento, la esposa del escritor ya se había despertado, estaba preocupada y se dirigió a la sala a averiguar cómo era ese asunto de la puerta. -Maribel cómo es eso, por qué no enllavaste la puerta, inquirió el esposo. -Asustada contestó, se me olvidó, pero vos también tenés la obligación de revisar, replicó Maribel. -Quiere decir que nos hubiesen matado y bien muertos estuviéramos o crees que solo yo voy a morir y vos no, en caso que se hubieran metido a robar, inquirió enojado el esposo. -Pero vos siempre revisas las puertas, qué fue lo que te pasó en esta ocasión, repuso Maribel. -Sucede que cuando me levanté del escritorio, después de haber finalizado la obra que entregaré, no me percaté, incluso me encontraba agotado, estaba inmiscuido en mi mundo literario, todo se me olvidó, la obra consumió mi tiempo y pensamiento, y como vos sos la que siempre cerrás las puertas, esa es tu responsabilidad no mía, inquirió el esposo. -Bueno, pero en otra tengamos más cuidado, astutamente señaló Maribel. La empleada estaba pensativa, se observaba que cavilaba, pero no se sabía que era.
Pasaron los días, en el ambiente flotaba olores de verano. Ese día de mucho viento y polvo la esposa y la empleada del escritor destellaban perspicacia y atención esmerada en cada palabra y frase que emitía el escritor. En ese instante sonó el teléfono el escritor tomó el aparato, contestó afablemente diciendo: “Ya está lista, a las once de la mañana le paso dejando los originales de la obra”, luego colgó el auricular del teléfono. El escritor le comentó a su esposa y a la empleada Arling, que el editor estaba solicitándole llevar a la obra escrita.
-¿Qué has escrito?, preguntó la empleada, quien tenía apenas tres semanas de estar laborando. El escritor celosamente calló y trató por todos los medios de evitar la mirada, éste ya no observaba las hojas escritas, su mente divagó momentáneamente, sus ojos se observaban turbados, fatigados y turbios. -He hecho…,la voz le temblaba como la de un niño, he hecho un pequeñísimo libro, contestó el escritor. -Pero de qué trata, repuso la empleada. -Bueno, he logrado plasmar los vicios, errores , vilezas, maledicencias, miserias y debilidades de los seres humanos, me he inspirado en clavar la daga de la razón y la justicia en las almas de los adversarios que no tienen, ni tendrán la razón por su envidia y celos imperfectos, incluso, les hago ver que cada escritor tiene su propia perspectiva y lógica de ver el mundo y estilo propio que lo caracteriza, contestó el escritor. -Pero eso es excelente ante tanta maledicencia, porque muchos se las creen de los sabios, replicó la esposa. -Bueno, mi intención es aclarar este tipo de injusticia, incluso, dentro del cuerpo de la obra puntualizo que los dioses y sabelotodos en el arte literario no existen, y el que cree serlo peca de ignaro, repuso el escritor y poheta. -Son tantas obras escritas en el mundo, que se torna difícil ser el mejor, lo que sucede es que algunas tienen más propaganda que otras, cada obra conlleva su propia realidad, mensajes, resultados y razón de ser, expresó la empleada. -Al fin, qué te parece mi nueva obra literaria, les dijo el escritor. -Bueno, creo que tendrá éxito en el ambiente, excepto en aquellos criticones sin justificada razón, finalizó la esposa, y la empleada asintió con la cabeza de manera positiva.
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