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Debemos detener las locuras que nos enfrentan

Salvar las diferencias y promover la igualdad entre análogos, lo considero vital para impulsar ese cambio social de unión y unidad preciso
Víctor Corcoba
lunes, 19 de mayo de 2025, 09:22 h (CET)

Recuperar el sentido natural de los vínculos y propiciar el entendimiento entre corazones diversos, nos afianza el sentido de familia humanitaria. Por ello, es fundamental, que los pueblos se hallen vivos en el compartir. Máxime en una época en la que el hambre extrema crece y los diversos conflictos aumentan. Atmósfera que nos deshumaniza por completo y nos vuelve inhumanos. Debe cesar, por consiguiente, el aluvión persistente de pugnas. La paz tiene que ser posible en los hogares, en el trabajo, en la sociedad. Personalmente, me niego a que sea un horizonte imposible. Comencemos, entonces, por poner orden en nuestro quehacer diario, en nuestra cotidianidad, aminorando las tensiones, con el mero hecho de aprender a reprendernos.


Tiene que ser nuestra primera obligación, enmendarnos, tomar una pausa de descanso entre una discordia y otra. Sinceramente, no podemos caer tan bajo. Necesitamos activar la coherencia, despertar la conciencia y practicar la visión del alma, desterrando el orgullo egoísta de nuestros andares y las reivindicaciones poderosas, midiendo nuestras voces, porque igualmente se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas. Practiquemos, pues, lo de hacer el corazón sin coraza. Bajo esta óptica, considero fundamental el ejemplarizante aporte que las religiones, pueden ofrecer para favorecer contextos de alianza. Hacer comunión y comunidad, de igual forma, nos demanda a ser respetuosos entre sí para construir relaciones de concordia; sin obviar, que donde una puerta se cierra, otra se abre.


No podemos vivir aterrorizados, quizás tengamos que aprender a amarnos para poder caminar por este mundo de contrariedades y absurdos; esto nos demanda a interiorizar nuestros propios pulsos, con sus poéticas pausas de luz, animados por el deseo del reencuentro más que del encontronazo. Activemos, en consecuencia, el discernimiento justo. Por desgracia, la marea de injusticias es otro enloquecimiento más, que debe concluir para remediar las desigualdades entre continentes diversos. El espíritu del juego limpio es esencial para cohabitar y poder movernos, comenzando por aprender a valorarnos, queriéndonos los unos a los otros. Salvar las diferencias y promover la igualdad entre análogos, lo considero vital para impulsar ese cambio social de unión y unidad preciso.


Desde luego, otro mundo es posible cuando dos se hermanan. El hermanamiento es el camino y la comprensión es el abecedario, para volver al lenguaje de lo auténtico. Sin duda, es una verdadera necesidad el retorno a la bondad y a la verdad, al menos para poder afrontar con mayor coraje los desafíos de nuestro diario de vida. Es público y notorio, que tampoco se pueden construir relaciones armónicas sustentadas en la mentira, con golpes de pecho falsos, asumiendo connotaciones imprecisas e inciertas, que lo único que hacen es distorsionar la realidad y acrecentar la irracionalidad. Son muchos los retos que requieren el compromiso y la colaboración conjunta, porque nadie puede pensar en afrontarlos por sí mismo, pero sí que podemos empezar por estar en paz con nosotros mismos.


Indudablemente, a poco que nos adentremos en nuestro distintivo hábitat interno, descubriremos que la mayor parte de las locuras actuales son necedades humanas, como la soberbia. Este mal envenena el sentimiento de fraternidad, tan necesario como imprescindible, en un orbe globalizado de gentes pensantes. En todo caso, poco se puede hacer con una ciudadanía sumida en el poseer y en el tener, endiosada a más no poder, sólo hay que tener paciencia y no pagar con la misma moneda, porque un día su pedestal se derrumbará. Mientras tanto, si acaso, abramos corredores humanitarios y practiquemos la acogida para recoger a los indefensos. Lo significativo está en no desfallecer, para que esta brutalidad sanguinaria acabe y que sea, la condescendencia, la que nos traiga los acuerdos.

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