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Víctor Corcoba
Algo más que palabras
Víctor Corcoba
Nuestra propia existencia humana, por sí misma, es un manantial de socialización y de amistad inagotable. En consecuencia, no tiene sentido este soplo actual contaminado por el individualismo y la indiferencia

Remodelar las normas sociales y activar un movimiento a favor de la conexión social, es tan necesario como preciso, en un momento en que el aislamiento social nos deteriora por completo, con graves riesgos para la salud. Tanto es así, que un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), indica que la soledad está relacionada con un centenar de muertes cada hora; cuestión que debe hacernos repensar en la manera que tenemos de interactuar entre sí.

Cada cual debe aportar su esperanza como semilla, su anhelo como soñador, aceptando con ánimo semejante tanto la derrota como las palmas

Nuestro mundo está cada día más afligido por problemas que nos afectan a todos, lo que requiere de acciones concertadas e inclusivas, que nos hagan más clementes y solidarios. Realmente, a nadie se le puede negar la voz y mucho menos su implicación, a la hora de afrontar esos desafíos internacionales.

El futuro siempre está ahí, entre nosotros, y no como una expectativa para vengarse, sino como un instante más; que debe contribuir a superar los errores del pasado, reconstruyendo nuevos caminos de paz

Quien es verídico, asume la responsabilidad de ser lo que es y se reconoce libre activando los andares auténticos. Además, se predispone a salir de este mundo de falsedades, a retomar otros cultos más seguros, que aminoren las tensiones y acrecienten el abrazo sincero entre culturas diversas, frente a la tentación de huir a espacios virtuales, que no entienden de corazón y menos aún de espíritu donante.

Es absurdo que un pueblo cifre sus esperanzas en horizontes inmorales que socaven la identidad natural, así como la dignidad del ser humano y sus libertades fundamentales

Siempre se repite la misma crónica, con su idéntica biografía, de no pensar más que en uno mismo. Aún nos falta aprender a darnos y a donarnos a cambio de nada. Sólo hay que observar, los nefastos gobiernos del mundo, repletos de intereses mundanos, haciendo de la gobernanza un enjambre de perversión dominadora.

Hay que retomar los vínculos, curar las heridas del desarraigo familiar, estacionar contemplativamente observando nuestro interior, hacer pausas para sentir el pulso, tomar aliento y rehacerse unidos en la misma dirección; pues tan solo una vida vivida para los demás, merece la pena que sea mostrada.

El momento nos pone deberes. Tanto es así, que es crucial redoblar los esfuerzos para restaurar nuestro propio hábitat, cuyo capital natural se agota a un ritmo, tan temible como terrible. No podemos continuar degradando lo que nos rodea; y, aún peor, deshumanizándonos por completo.

Las circunstancias están ahí, en todo el planeta, la población mundial envejece. Prácticamente, todos los países del mundo experimentan un aumento del número de ciudadanos que han entrado en años, lo que debe hacernos repensar situaciones, sobre todo a la hora de reforzar los sistemas sanitarios y de cuidados, garantizando la sostenibilidad de la protección social e invirtiendo en nuevas tecnologías.

La humanidad se halla en una situación de inestabilidad total, no sabe escucharse para oírse, tampoco acierta a discernir para entrar en diálogo, enfrentándose a múltiples crisis, por falta de respeto hacia sus semejantes. Aguzar el oído, en un mundo cambiante como el actual, es esencial para poder atendernos y entendernos.

Sostengamos lo que nos sustenta, aquello que es nuestra fuente de subsistencia y soporte para la humanidad. Prueba de ello, es que las maravillas oceánicas están ahí, produciendo al menos el 50% del oxígeno planetario, albergando la mayor parte de la biodiversidad de la tierra, además de ser la principal fuente de proteínas para millones de moradores.

Hay que superar la lógica de la pugna, del odio y de la venganza para redescubrirse miembros de un mismo tronco viviente, todos necesarios e imprescindibles, al menos para no sentirnos desamparados y poder injertar latidos de concordia. Por desgracia, cada día son más los niños que soportan guerras o que son víctima de los enfrentamientos entre sus progenitores dentro del propio hogar, retándose a horrores indescriptibles.

Me uno a esas gentes que perseveran en la búsqueda de la concordia, que no cesan en su empeño y que sueñan cada día en hacer realidad un orbe más habitable, donde resida la paz sustentada en el abrazo sincero, con el auténtico afecto siempre en guardia. Unirse y reunirse en son de quietud es prioritario.

En un momento en el que estamos cada vez más inmersos en territorios de dominación, empedrados por el imperio de la frialdad de las autopistas tecnológicas, nos conviene despertar, porque cuando las personas no se tratan entre sí como seres con corazón, sino como meras expresiones interesadas, en lugar de propiciar el encuentro, para que se promueva el hermanamiento y la paz entre pulsos distintos, lo que suele activarse es la polarización y el extremismo.

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