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Me uno a esas gentes que perseveran en la búsqueda de la concordia, que no cesan en su empeño y que sueñan cada día en hacer realidad un orbe más habitable, donde resida la paz sustentada en el abrazo sincero, con el auténtico afecto siempre en guardia. Unirse y reunirse en son de quietud es prioritario.
La ascensión de León XIV al trono de Pedro acontece en un momento histórico marcado por la persistente sombra de la guerra. Los conflictos en Ucrania, con su estela de destrucción y desplazamiento, y la desgarradora situación en Gaza, crisol de tensiones ancestrales y reciente devastación, claman por una intervención que trascienda la mera condena en un mensaje misal.
Recuperar el sentido natural de los vínculos y propiciar el entendimiento entre corazones diversos, nos afianza el sentido de familia humanitaria. Por ello, es fundamental, que los pueblos se hallen vivos en el compartir. Máxime en una época en la que el hambre extrema crece y los diversos conflictos aumentan.
El expresidente de Estados Unidos, James Earl Carter Junior, -más conocido como Jimmy Carter, y fallecido el pasado 29 de diciembre- envío una carta al presidente Trump -el 21 de abril de 2020, durante su primer mandato, en plena explosión de la pandemia- que nos da una luminosa perspectiva anómala sobre los oscuros tiempos convulsos que vivimos en el mundo, en Europa y en España.
El gozo es grande en la tierra. Todos estamos atónitos. El nuevo papa ha vertido la esperanza de la concordia en todas sus presentaciones. Mi visión, al respecto, es que lo han entendido en todos los idiomas. Estoy seguro que, su espíritu reconciliador, unirá vínculos fraternos y conciliará pulsos divididos.
Los historiadores no dan visos de realidad a este hecho. Le consideran como una leyenda popular engordada por su aparición en la “Historia de España” de Alfonso X el Sabio. Sea verdad o no, esta epopeya se ha mantenido en el acervo popular a lo largo de los siglos.
Inmediatamente, si el beneficio es matar gente, desgraciadamente en las naciones que defienden la vida, aniquilar a cientos de civiles es una acción oscura. La mayoría de las veces, la guerra es el resultado de una amplia gama de situaciones que implican el deterioro de las relaciones políticas y diplomáticas.
Nos hemos globalizado y, eso, está muy bien; ahora nos falta sustentarnos en el verdadero amor, conocedores de que el espíritu fraterno, es lo que nos obliga a desvivirnos por vivir la acción colectiva, como fuerza orientadora para lograr la concordia, desde el abecedario del respeto mutuo y el lenguaje de la tolerancia.
El nuevo panorama que se dibuja en Siria desde que fuese derrocado el gobierno de Al-Assad (como si de una coincidencia jocosa se tratase, su apellido significa “el león” en árabe) tras 13 años en el poder mezcla las realidades de un presente difícil, un pasado tortuoso y un futuro, para muchos, halagüeño.
Vivimos en un mundo donde lo visible, lo tangible y lo medible parecen tenerlo todo: el éxito se calcula en cifras, los logros se premian con aplausos y el valor de una persona se confunde a menudo con su posición social. Pero ¿y si todo eso fuera solo la punta del iceberg?
Vamos a tratar de un tema que, aunque parece sencillo, tiene un impacto profundo en nuestra vida: el perdón. Perdonar y practicar el perdón, incondicionalmente y siempre, es el único camino para alcanzar la paz interior. La falta de perdón nos consume energía vital, generando emociones amargas como el resentimiento y, en los casos más extremos, el odio.
Libertad es una palabra que se oye a menudo en estos tiempos que corren. La libertad es ese derecho sagrado e insustituible que lamentablemente sólo algunos afortunados en el globo hemos podido gozar de él. Considero la libertad como un concepto grande, como una de esas palabras fundamentales en cualquier idioma por lo que representan.
Al cabo de más de tres años de hostilidades, esta semana se anunció desde Arabia Saudita que la paz se vislumbra en Ucrania, a pesar de mostrarse esquiva la solución militar que llevó a una costosa guerra que involucró a decenas de países, en un reconocimiento explícito de lo que se buscó negar desde el principio: el status de Rusia como potencia mundial.
El desconcierto de los últimos tiempos, en donde los términos y situaciones se desvirtúan llegando a significar cosas contrarias según quien defienda determinados argumentos y juicios, me ha llevado a releer una de las novelas más importantes de la literatura del siglo XX. Me refiero a 1984, de George Orwell.
Quizás hoy día estamos asistiendo a hechos nuevos que como en los últimos cien años crearon nuevas fronteras. La posible partición de Ucrania, así como la unificación de Rusia y Bielorrusia, nos están avanzando esos cambios. También son muy relevantes la “reciente” recuperación por parte de China de Hong-Kong y Macao, y la probable y cercana recuperación de Taiwán.
Nos merecemos un cambio de actitud, o sea, de corazón. Nadie puede sentirse dominado por nadie. El hecho de que exista una minoría privilegiada, es deshumanizador por completo, fruto de una inmoralidad que nos daña el propio tronco humanitario. Estamos aquí para protegernos unos a otros.
Inventamos a nuestros enemigos cuando procede, que suele ser casi siempre, tal vez porque ideamos asimismo todo lo referido a nuestras vidas. Ocurre ello a escala individual y subjetiva, pero también a escala colectiva, sea en el nivel familiar, grupal, tribal o político.
Creo que la guerra es uno de los graves problemas de la historia que los humanos arrastran, siglo tras siglo. En Europa, sea de una manera o sea de otra, hemos estado padeciendo cientos y miles de guerras, de distinto origen, distinta finalidad, distintas tácticas y estrategias, pero, al final, con las mismas consecuencias, enormes sufrimientos y enormes injusticias.
La Navidad es un recuerdo..., el que todos tenemos cuando cumplimos años. La Navidad, para los cristianos, es un recuerdo y un compromiso con la verdad. Dios, hecho hombre, nos envía un mensaje de convivencia... convivencia con el universo, con la tierra, con el hombre... se llama fe, esperanza y caridad.
Antes de hacer una breve reflexión sobre la paz -y desde ya sobre la guerra- debemos, creo, cavilar primero en el hombre. Hay implícita una antropología del mal. Un ser dotado con inteligencia superior a la del resto de los seres vivos, pero, a pesar de ello -o por causa de ello- capaz de las más inimaginables atrocidades.
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