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La cruz de todos los años

El poder omnímodo del cristianismo dicta anatema sobre todo aquello que destile aroma a libre pensamiento basado en la razón
Armando B. Ginés
viernes, 11 de abril de 2025, 09:08 h (CET)

Se acerca la Semana Santa y la cruz cristiana se hace protagonista absoluta de las calles. Llevamos más de 2.000 años con la cruz a cuestas. La cruz de lo irracional, del fundamentalismo y de las mentiras teológicas.


Palabra del filósofo Michel Onfray: “la ética propuesta por Jesús es etimológicamente hablando inhumana, está más allá de toda humanidad. Exige, en efecto, un hombre parecido a un cadáver (…/...)”.


El poder omnímodo, esotérico y exotérico, del cristianismo en sus diferentes versiones o sectas o herejías sigue dominando la enseñanza y los negocios turbios, al tiempo que difunde su moral mentalmente castrante como la única ética verdadera o auténtica mientras dicta anatema sobre todo aquello que destile aroma a libre pensamiento basado en la razón.


El cristianismo oficial siempre está con el poder aunque necesite la pobreza para hacer iglesia universal. Sin pobres ni sufrimiento, el cristianismo se diluiría en sus propios mitos, falsedades, paradojas y contradicciones. Es un agente indispensable para mantener la arquitectura cultural e ideológica del régimen capitalista mediante sus pronunciamientos públicos o a la sombra, en secreto, minando las bases democráticas de una sociedad plural y laica.


Nietzsche y Dostoyevski se equivocaron: dios no ha muerto. La miseria, la desigualdad, la homofobia, la misoginia, el miedo al futuro, la incertidumbre existencial y la injusticia social abonan sus desafueros reaccionarios y doctrinales.


Pablo de Tarso, el apóstol-espada del cristianismo, lleno a reventar de dolorismo, autoodio y aborrecimiento del cuerpo, proclama en nombre de su credo: “(.../...) yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi alcance es hacer el mal.” ¡Divino, advenedizo, converso y pecador Pablo. perseguidor y azote fanático de cristianos, judíos y paganos! Pablo, una de las mentalidades más feas, abyectas, neuróticas y volubles del cristianismo primitivo.


En estas fechas de invasión cristiana emerge una figura femenina, libre, atea, culta y comunista relegada a las cunetas del olvido por las derechas españolas y las jerarquías católicas: Matilde Landa.


Matilde no fue bautizada a su nacimiento. Luchó contra el fascismo desde varios frentes en el lado republicano de la guerra civil, terminando en la cárcel franquista de Palma de Mallorca.


En 1942 la presionaron con violencia psicológica inusitada para que recibiera el bautismo, a lo que ella, valiente y coherente con sus ideas, se negó. La singular empatía cristiana llegó al chantaje para provocar su fe diciéndole que caso de no acceder al rito del agua iniciático disminuirían la ración alimenticia a los hijos e hijas de otras presas. La ignominia es obvia y evidente. Causa pavor tantísima sevicia y maldad basada en una espuria fe religiosa que predica amor, verdad y bondad sin límite a diestro y siniestro.


Matilde tomó la decisión de suicidarse saltando al vacío. Quedó maltrecha en el suelo, sin sentido, lo que aprovecharon los inmisericordes cristianos para bautizarla in articulo mortis. La cobardía e irredentismo de los perpetradores de tal indecencia solo alcanzaron su objetivo con Matilde inconsciente.


El grupo de rock Barricada dedicó a la heroica Matilde una bella canción en 2009, de la que entresacamos dos memorables frases: “no pudieron colgar de tu pecho ni crucifijos ni sotanas (…/...), no pudieron colgar de tu pecho señales amargas”.


Tras su asesinato inducido se hallaron en su celda libros de Quevedo, Bécquer y Teresa de Ávila. Sí, Santa Teresa. La curiosidad intelectual de una mente racional, empática y abierta no tiene límites.


Cristianismo es sinónimo de muerte, sin embargo hasta el propio Cristo crucificado albergaba dudas sobre sí mismo y su Padre-concepto: “¡Dios mío! ¡Díos mío! ¿Por qué me has abandonado?”.


Barricada le dice a Matilde: “has llegado más lejos que el viento”. Sobra cualquier añadido.

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