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La agonía de la filosofía

No es que no existan pensadores que se esfuercen por comprender el mundo, los hay, y seguramente muy buenos, pero el problema es que ya no quedan oídos para ellos
​Sergio Fuster
martes, 29 de julio de 2025, 09:48 h (CET)

Anunciar el atardecer de la filosofía es arriesgado. Aunque parece ser tristemente cierto. Claro que sigue habiendo filósofos, carreras donde se estudia la materia y se siguen editando los clásicos de siempre, en tanto y en cuanto, una parte del mercado los requiera. Pero todo pareciera indicar que vamos camino a que la filosofía se cristalice.


No es que no existan pensadores que se esfuercen por comprender el mundo, los hay, y seguramente muy buenos, pero el problema no es ese, sino que ya no quedan oídos para ellos. Gianni Vattimo hablaba en la década de los noventa de “metafísica débil”. ¿Qué diría ahora si viviese? Qué espacio hay para ella, para edificar algo original. Muy poco. Hoy sería incierta una obra como El ser y el tiempo de Martin Heidegger, o El ser y la nada de Jean-Paul Sartre, para mencionar solo algunos. Menos aún –inclusive dentro del campo literario- un Jorge Luis Borges o un Julio Cortázar. Hoy pocos leen.


Las redes, la híperinformación que habilitan las nuevas tecnologías atropellan a las consciencias colectivas distrayéndoles bajo excitaciones audiovisuales y esto contribuye a la “lobotomización” de las masas, convirtiéndolas en zombis, un ejército de onanistas inmiscuidos en la soledad de sus pantallas. Estos siguen frecuentemente a influencers quienes lamentablemente han reemplazo a los intelectuales, personajes que, varios de ellos ni siquiera existen o son creados por Inteligencia artificial. Hasta llamamos “inteligencia” a una compleja combinación de algoritmos que nos obligan a utilizar transformándonos en cómplices inconscientes del trabajo esclavo que la sostiene.


Se avecinan tiempos difíciles para la demora, para la meditación crítica, para la cultura de base, para la espiritualidad. Los nuevos medios de comunicación, que funcionan como las sombras que se proyectan sobre la pared de la caverna platónica nos hacen creer que podemos conocer a Hegel en pocos minutos o a Freud, o a Kierkegaard, o quien sea en un reels. Eso es imposible. El minimalismo absurdo terminará por deformar a estos grandes referentes dejando a las próximas generaciones vacías sin que ya nada les importe. Los mismos algoritmos resumirán sus grandes obras en minutos y nos alejaran para siempre del candor de sus plumas.


Todavía no hemos dimensionado el grado de daño que el orbe digital –mal usado- le ha hecho –y le sigue haciendo- a la humanidad en cuanto a su entramado de consciencia. Vivimos en la sociedad de lo fácil. De esta matriz, y no de otra, son paridos los personajes patéticos de la política que conocemos, donde la discusión democrática es obsoleta. Vivimos en un siglo obtuso que marcha desorientado sobre las ruinas del siglo anterior. Que gira sobre la rueda del ratón. Sobre cadáveres y sus fantasmas. No hemos podido como conjunto fabricar algo superador. No hemos tenido la capacidad de erigir una nueva filosofía. Y en caso de que la levantáramos, ¿a alguien le importaría?


Las civilizaciones sin filosofía, sin pensamiento crítico, están próximas de derrumbarse. La misma técnica jugará en contra y posiblemente entraremos en una tecno-medievalidad, opaca, ignota, donde a única esperanza que le quede a las generaciones siguientes será tratar de reconstruir un nuevo renacimiento. Empero, un revival del presente pareciera una desmesura. Es fundamental cimentar un pensamiento crítico y, sobre todo, mantener la utopía de que sea escuchado. Debemos enfrentarnos con la realidad, pues otro modo no habrá salida. Sin embargo el horizonte solo vislumbra la noche.

¿Qué más decir? Por el momento este es el kairós que tenemos y que difícilmente lo podamos cambiar. 

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