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Regrese a nuestros oídos la voz de esa gente noble, que une convenientemente en sí notables pulsos interiores, de laboriosidad y cordura, ante la multitud de salvajes desconciertos que nos enturbian

La sensatez, más necesaria que nunca

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Los hábitos de la alerta y de la sensatez tienen que gobernar nuestras vidas. No podemos distraernos ante las monumentales posibilidades de acción en un mundo globalizado. Algunas nos reconstruyen, pero otras nos derriban. Es cierto que somos una generación de enormes conocimientos, pero también necesitamos una sana capacidad de raciocinio y de sentido común, para poder tomar la orientación debida, ante la multitud de escenarios virtuales que se nos presentan, que pueden convertirnos fácilmente en muñecos a merced de un poder que nos esclaviza. No hay mayor vasallaje que fiarnos de dominadores sin moral alguna.


Por tanto, regrese a nuestros oídos la voz de esa gente noble, que une convenientemente en sí notables pulsos interiores, de laboriosidad y cordura, ante el tumulto de salvajes desconciertos que nos enturbian los caminos de inhumanidades. Son esa ciudadanía comprometida, dispuesta a esclarecer aquello que nos degrada, los que en verdad hacen del mundo un hogar, que deja traslucir lo que el planeta requiere: amor.  Estoy convencido que uno no vive, sino ejercita los pasos del amar. Todo consiste en eso, en quererse y en querer, en vivir ofreciéndose y en desvivirse por los que están a nuestro lado.


Eso sí, cuidado con encomendarnos a farsantes que nos quieren utilizar a su antojo, con darnos a opresores que nos destrocen las alas de la libertad, o de confiarnos a gentes sin escrúpulos cuyo abecedario es la falsedad permanente. Volver al reino de lo auténtico es una exigencia prioritaria, cuando menos para reencontrarnos a nosotros mismos, en ese conocerse y reconocerse en la bondad y en la verdad, para poder sustentar instituciones sólidas para el bien público y el desarrollo sostenible. Indudablemente, no podemos reconstruirnos como sociedad, divididos por los intereses mundanos y menos absorbidos por el desinterés de unos para con otros.


A veces pienso que la sociedad, está regida e intervenida por insensatos con objetivos paradójicos. Realmente, cuesta entender tanto engaño, tanto endiosamiento o servidumbre, tanta necedad bestial servida en bandeja y la poca luz del discernimiento. El linaje humano no puede continuar, por más tiempo, bajo estas sombras demoledoras. Hay que poner límites, tener voluntad de hacerlo y concentrar esfuerzos en otras búsquedas más justas y solidarias. Nos merecemos otro guión en nuestra historia existencial, para reconducirnos a la fuente misma de la vida que no muere, y que se manifiesta con gestos armónicos, más en los humildes que en los instruidos.


Tal actitud de cambio implica, por cierto, prudencia y madurez en todo. Está bien la innovación técnica y el poder de la información y el conocimiento mundializado, precisamente por esa suma de ingenio humano, pero también se requiere de un sano espíritu que sepa escuchar para poder desentrañar el verdadero camino a tomar, que puede ser diferente a su propio punto de vista. 


Sin duda, renunciar a lo convulso y confuso, nos hace penetrar en otra dimensión más compresiva y responsable, inspirada en un hacer por el análogo y en una profunda esperanza. Esto es lo que, ciertamente, nos hace crecer por dentro y por fuera. Tomémoslo como regla de camino.

La sensatez, más necesaria que nunca

Regrese a nuestros oídos la voz de esa gente noble, que une convenientemente en sí notables pulsos interiores, de laboriosidad y cordura, ante la multitud de salvajes desconciertos que nos enturbian
Víctor Corcoba
lunes, 27 de septiembre de 2021, 09:41 h (CET)

Los hábitos de la alerta y de la sensatez tienen que gobernar nuestras vidas. No podemos distraernos ante las monumentales posibilidades de acción en un mundo globalizado. Algunas nos reconstruyen, pero otras nos derriban. Es cierto que somos una generación de enormes conocimientos, pero también necesitamos una sana capacidad de raciocinio y de sentido común, para poder tomar la orientación debida, ante la multitud de escenarios virtuales que se nos presentan, que pueden convertirnos fácilmente en muñecos a merced de un poder que nos esclaviza. No hay mayor vasallaje que fiarnos de dominadores sin moral alguna.


Por tanto, regrese a nuestros oídos la voz de esa gente noble, que une convenientemente en sí notables pulsos interiores, de laboriosidad y cordura, ante el tumulto de salvajes desconciertos que nos enturbian los caminos de inhumanidades. Son esa ciudadanía comprometida, dispuesta a esclarecer aquello que nos degrada, los que en verdad hacen del mundo un hogar, que deja traslucir lo que el planeta requiere: amor.  Estoy convencido que uno no vive, sino ejercita los pasos del amar. Todo consiste en eso, en quererse y en querer, en vivir ofreciéndose y en desvivirse por los que están a nuestro lado.


Eso sí, cuidado con encomendarnos a farsantes que nos quieren utilizar a su antojo, con darnos a opresores que nos destrocen las alas de la libertad, o de confiarnos a gentes sin escrúpulos cuyo abecedario es la falsedad permanente. Volver al reino de lo auténtico es una exigencia prioritaria, cuando menos para reencontrarnos a nosotros mismos, en ese conocerse y reconocerse en la bondad y en la verdad, para poder sustentar instituciones sólidas para el bien público y el desarrollo sostenible. Indudablemente, no podemos reconstruirnos como sociedad, divididos por los intereses mundanos y menos absorbidos por el desinterés de unos para con otros.


A veces pienso que la sociedad, está regida e intervenida por insensatos con objetivos paradójicos. Realmente, cuesta entender tanto engaño, tanto endiosamiento o servidumbre, tanta necedad bestial servida en bandeja y la poca luz del discernimiento. El linaje humano no puede continuar, por más tiempo, bajo estas sombras demoledoras. Hay que poner límites, tener voluntad de hacerlo y concentrar esfuerzos en otras búsquedas más justas y solidarias. Nos merecemos otro guión en nuestra historia existencial, para reconducirnos a la fuente misma de la vida que no muere, y que se manifiesta con gestos armónicos, más en los humildes que en los instruidos.


Tal actitud de cambio implica, por cierto, prudencia y madurez en todo. Está bien la innovación técnica y el poder de la información y el conocimiento mundializado, precisamente por esa suma de ingenio humano, pero también se requiere de un sano espíritu que sepa escuchar para poder desentrañar el verdadero camino a tomar, que puede ser diferente a su propio punto de vista. 


Sin duda, renunciar a lo convulso y confuso, nos hace penetrar en otra dimensión más compresiva y responsable, inspirada en un hacer por el análogo y en una profunda esperanza. Esto es lo que, ciertamente, nos hace crecer por dentro y por fuera. Tomémoslo como regla de camino.

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