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Las cualidades se demuestran por el recorrido en el camino; en este trayecto se delatan las personas según la bifurcación escogida

Necedades o virtudes

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Cuando tratamos de la convivencia y sus planteamientos, las teorías pierden comba en la medida de su distanciamiento de los ejercicios individuales, pierden su anclaje en la realidad. El individuo es un punto de partida incuestionable, es la unidad natural EXPLICATIVA para introducirnos en los ámbitos sociológicos. De lo contrario, emprendemos el intento de una comprensión global desintegrada desde su inicio, porque deja de lado sus elementos constituyentes; entra en las esferas de una  mera elucubración. 


Es a partir de dicha unidad particular cuando estaremos en condiciones de calibrar los proyectos relacionados con las múltiples facetas existenciales en su cambiante diversidad. Hasta gente muy encumbrada contribuye con afirmaciones displicentes a la devaluación del concepto virtuoso. Hablan de su pérdida de sentido en este tiempo o bien lo confunden con la persecución de determinados fines. Quizá sucede esto cuando más echamos en falta las mejores cualidades para esta sociedad crispada. No basta con el vigor o la capacidad para actuar en pos de una meta. 


La virtud entraña la activación de las CUALIDADES necesarias para enlazar con la moralidad imprescindible entre convivientes. La divergencia complaciente con la diversidad diluye las mencionadas cualidades, pero no anula la virtud, se convierte en su principal requerimiento para evitar la desintegración comunitaria.


Un primer desliz en la lectura de esa moralidad consiste en la limitación a considerarla en lo privado, o sólo desde lo público. Ambas adolecen de sectarismo, no se entiende una actuación moral sólo con rasgos privados si no cuenta con su repercusión en las afueras públicas; pero tampoco a la inversa, plegando las decisiones del sujeto a las directrices emanadas desde los entes públicos. La INTEGRACIÓN de ambas orientaciones es imprescindible para su consistencia; valoradas por separado se destruyen mutuamente. Si predomina el sectarismo destructor, las pretendidas virtudes pasan a convertirse en actitudes impropias, de límites insospechados, con rasgos viciados.


La cresta separadora entre la necedad y las virtudes es de una finura extrema, apenas se sobrepase hacia uno de sus lados habremos cambiado los conceptos, con la consiguiente modificación de sus repercusiones. Es muy tentador el abandono de las ideas universales, buenas para todos, a favor de las apetencias particulares. Si abandonamos las directrices cualitativas, nos desligamos de los esfuerzos requeridos para el mantenimiento del valor universal; entraremos peligrosamente en el campo de las PREFERENCIAS de personas o grupos. En ese supuesto, suena como lógica la determinación desligada de los efectos causados sobre aquella gente situada fuera de sus apetencias.


En la práctica, al hilo de la noción de lo virtuoso se fraguaron numerosos movimientos sociales de diversa prestancia; en sus comienzos solían preconizar la mencionada integración de orientaciones, utilidades e intenciones. Podemos citar religiones, agrupaciones, ideologías o entidades esporádicas. En el curso natural de sus actuaciones, las inquietudes iniciales fueron sobrepasadas por los actos concretos de sus protagonistas. Suele producirse el DESPLAZAMIENTO nuclear, diluyendo el concepto de virtud, suplantado por sus practicantes. La ignorancia del auténtico núcleo aboca a la impertinencia necia de aferrarse a esa suplantación completamente desarticulada.


A estas alturas resultan ridículas las afirmaciones de una justicia igual para todos, de una honestidad proclamada por los propios interesados; en definitiva, de ciertos pronunciamientos caprichosos, con la ligereza como único acompañante. Aunque llegara a estructurarse en instituciones fastuosas o se pretenda legislar en defensa exclusiva de las honestidades propias, queda comprobada por cualquier observador la PALABRERÍA huera. 


Las cualidades se demuestran por el recorrido en el camino; en este trayecto se delatan las personas según la bifurcación escogida; nunca por la demagogia de unos vocablos estratégicos, ni tampoco con el recurso de su estridencia o reiteración.


Retomamos en este asunto la experiencia acumulada, es la eterna cuestión, es demostrativa. Una cosa son los objetivos, deseos, proyectos, encaminados a la administración de las cualidades humanas; siendo su contrapunto las carencias mostradas en la práctica cotidiana. Las presuntuosas organizaciones en busca de la homogeneización de las virtudes, tropiezan con la fortaleza del núcleo individual para su puesta en marcha, no consiguen suplantarlo. La solidaridad, responsabilidad, intenciones, comprensión, son de origen PERSONAL. Trasladadas a la gestión pública se transforman con gran facilidad en coacciones. La sensatez exige mantenerse en la brecha con las decisiones oportunas evitando las desviaciones polarizadas.


El ejercicio de las acciones virtuosas se efectúa a campo abierto, ha de ser así; reflejan la evidencia del potencial de un sujeto concreto. Sin esa libertad pasarán a ser obediencias o sumisiones a sujetos cuyas justificaciones están en entredicho porque adolecen de las carencias propias de su condición humana. Pese a ello, los intentos de controladores son de actualidad, son una nefasta expresión de la moda; no consiguen disimular sus atropellos, los magnates, poderosos, manipuladores, pretenden imponer sus condiciones. Ni siquiera resulta posible la simple MEDICIÓN  de la virtud. La virtuosidad es un ejercicio expuesto a la libertad radical en cooperación con las múltiples presencias humanas.


La tergiversación de las magníficas realidades a base de las engañifas habituales nos aboca a la sumación de despropósitos. Cuando los procedimientos DEMOCRÁTICOS debieran convertirse en las mejores colaboraciones de gente inteligente; comprobamos en cambio su degradación al servicio de intereses sectarios. La colectividad requiere la consideración de las actitudes plurales; sin su participación, los dominios intransigentes devalúan el mismo sentido de la convivencia democrática. No es cuestión de una consolidación de los formatos. Su fijación favorece la práctica de penosas barbaridades sociales, su elaboración es dinámica en una adaptación constante.


No hay profesión estable que valga, ni reglamentos fijos, ni sectores preferenciales infalibles. El holismo constituye un ahogo permanente de las experiencias individuales; pero también destruye el verdadero sentido de la riqueza social; genera una tentación habitual para muchas agrupaciones, tienden a la escasa o nula valoración de las raíces vitales. Se rehuyen en exceso las variedades manifiestas.


Suele manifestarse la triste confusión de la denominada esfera pública a base de desdeñar e incluso despreciar las inquietudes particulares. En las escuelas, la política, en la comunidad, está implantado el reto existencial de ensamblar las múltiples realidades. La necedad tiende a las fijaciones, mientras las virtudes atienden al reto plural. Sin embargo, la rutina nos adormece con frecuencia.

Necedades o virtudes

Las cualidades se demuestran por el recorrido en el camino; en este trayecto se delatan las personas según la bifurcación escogida
Rafael Pérez Ortolá
jueves, 8 de julio de 2021, 09:41 h (CET)

Cuando tratamos de la convivencia y sus planteamientos, las teorías pierden comba en la medida de su distanciamiento de los ejercicios individuales, pierden su anclaje en la realidad. El individuo es un punto de partida incuestionable, es la unidad natural EXPLICATIVA para introducirnos en los ámbitos sociológicos. De lo contrario, emprendemos el intento de una comprensión global desintegrada desde su inicio, porque deja de lado sus elementos constituyentes; entra en las esferas de una  mera elucubración. 


Es a partir de dicha unidad particular cuando estaremos en condiciones de calibrar los proyectos relacionados con las múltiples facetas existenciales en su cambiante diversidad. Hasta gente muy encumbrada contribuye con afirmaciones displicentes a la devaluación del concepto virtuoso. Hablan de su pérdida de sentido en este tiempo o bien lo confunden con la persecución de determinados fines. Quizá sucede esto cuando más echamos en falta las mejores cualidades para esta sociedad crispada. No basta con el vigor o la capacidad para actuar en pos de una meta. 


La virtud entraña la activación de las CUALIDADES necesarias para enlazar con la moralidad imprescindible entre convivientes. La divergencia complaciente con la diversidad diluye las mencionadas cualidades, pero no anula la virtud, se convierte en su principal requerimiento para evitar la desintegración comunitaria.


Un primer desliz en la lectura de esa moralidad consiste en la limitación a considerarla en lo privado, o sólo desde lo público. Ambas adolecen de sectarismo, no se entiende una actuación moral sólo con rasgos privados si no cuenta con su repercusión en las afueras públicas; pero tampoco a la inversa, plegando las decisiones del sujeto a las directrices emanadas desde los entes públicos. La INTEGRACIÓN de ambas orientaciones es imprescindible para su consistencia; valoradas por separado se destruyen mutuamente. Si predomina el sectarismo destructor, las pretendidas virtudes pasan a convertirse en actitudes impropias, de límites insospechados, con rasgos viciados.


La cresta separadora entre la necedad y las virtudes es de una finura extrema, apenas se sobrepase hacia uno de sus lados habremos cambiado los conceptos, con la consiguiente modificación de sus repercusiones. Es muy tentador el abandono de las ideas universales, buenas para todos, a favor de las apetencias particulares. Si abandonamos las directrices cualitativas, nos desligamos de los esfuerzos requeridos para el mantenimiento del valor universal; entraremos peligrosamente en el campo de las PREFERENCIAS de personas o grupos. En ese supuesto, suena como lógica la determinación desligada de los efectos causados sobre aquella gente situada fuera de sus apetencias.


En la práctica, al hilo de la noción de lo virtuoso se fraguaron numerosos movimientos sociales de diversa prestancia; en sus comienzos solían preconizar la mencionada integración de orientaciones, utilidades e intenciones. Podemos citar religiones, agrupaciones, ideologías o entidades esporádicas. En el curso natural de sus actuaciones, las inquietudes iniciales fueron sobrepasadas por los actos concretos de sus protagonistas. Suele producirse el DESPLAZAMIENTO nuclear, diluyendo el concepto de virtud, suplantado por sus practicantes. La ignorancia del auténtico núcleo aboca a la impertinencia necia de aferrarse a esa suplantación completamente desarticulada.


A estas alturas resultan ridículas las afirmaciones de una justicia igual para todos, de una honestidad proclamada por los propios interesados; en definitiva, de ciertos pronunciamientos caprichosos, con la ligereza como único acompañante. Aunque llegara a estructurarse en instituciones fastuosas o se pretenda legislar en defensa exclusiva de las honestidades propias, queda comprobada por cualquier observador la PALABRERÍA huera. 


Las cualidades se demuestran por el recorrido en el camino; en este trayecto se delatan las personas según la bifurcación escogida; nunca por la demagogia de unos vocablos estratégicos, ni tampoco con el recurso de su estridencia o reiteración.


Retomamos en este asunto la experiencia acumulada, es la eterna cuestión, es demostrativa. Una cosa son los objetivos, deseos, proyectos, encaminados a la administración de las cualidades humanas; siendo su contrapunto las carencias mostradas en la práctica cotidiana. Las presuntuosas organizaciones en busca de la homogeneización de las virtudes, tropiezan con la fortaleza del núcleo individual para su puesta en marcha, no consiguen suplantarlo. La solidaridad, responsabilidad, intenciones, comprensión, son de origen PERSONAL. Trasladadas a la gestión pública se transforman con gran facilidad en coacciones. La sensatez exige mantenerse en la brecha con las decisiones oportunas evitando las desviaciones polarizadas.


El ejercicio de las acciones virtuosas se efectúa a campo abierto, ha de ser así; reflejan la evidencia del potencial de un sujeto concreto. Sin esa libertad pasarán a ser obediencias o sumisiones a sujetos cuyas justificaciones están en entredicho porque adolecen de las carencias propias de su condición humana. Pese a ello, los intentos de controladores son de actualidad, son una nefasta expresión de la moda; no consiguen disimular sus atropellos, los magnates, poderosos, manipuladores, pretenden imponer sus condiciones. Ni siquiera resulta posible la simple MEDICIÓN  de la virtud. La virtuosidad es un ejercicio expuesto a la libertad radical en cooperación con las múltiples presencias humanas.


La tergiversación de las magníficas realidades a base de las engañifas habituales nos aboca a la sumación de despropósitos. Cuando los procedimientos DEMOCRÁTICOS debieran convertirse en las mejores colaboraciones de gente inteligente; comprobamos en cambio su degradación al servicio de intereses sectarios. La colectividad requiere la consideración de las actitudes plurales; sin su participación, los dominios intransigentes devalúan el mismo sentido de la convivencia democrática. No es cuestión de una consolidación de los formatos. Su fijación favorece la práctica de penosas barbaridades sociales, su elaboración es dinámica en una adaptación constante.


No hay profesión estable que valga, ni reglamentos fijos, ni sectores preferenciales infalibles. El holismo constituye un ahogo permanente de las experiencias individuales; pero también destruye el verdadero sentido de la riqueza social; genera una tentación habitual para muchas agrupaciones, tienden a la escasa o nula valoración de las raíces vitales. Se rehuyen en exceso las variedades manifiestas.


Suele manifestarse la triste confusión de la denominada esfera pública a base de desdeñar e incluso despreciar las inquietudes particulares. En las escuelas, la política, en la comunidad, está implantado el reto existencial de ensamblar las múltiples realidades. La necedad tiende a las fijaciones, mientras las virtudes atienden al reto plural. Sin embargo, la rutina nos adormece con frecuencia.

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