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​Cuando los caballos no arrastren carros en Argentina

​En el relato, el autor se coloca en un futuro próximo en que la prohibición de la tracción a sangre se ha hecho efectiva
Ángel Padilla
jueves, 4 de julio de 2019, 04:16 h (CET)


El cuento "El sueño", de Ángel Padilla, que resultó ganador del "I Premio del Concurso de Relatos 'Liberación de caballos en Rosario'", fue pensado y escrito para apoyar la prohibición de la Tracción A Sangre en Argentina, por la liberación de los caballos.

En el relato, el autor se coloca en un futuro próximo en que la prohibición se ha hecho efectiva.

"EL SUEÑO"

-¿Qué le pasa, padre? -así preguntaba a su papá Lucas, eran las cinco de la tarde de un saludable día de otoño, en su paseo por el campo que rodea la casa. La yegua Tomasita yacía tumbada bajo la sombra del ombú, amarilla toda su fantástica piel, sana, dulce, se agitaba en sueños, movía las patas brúscamente, Tomasita, los dorados párpados cerrados, pero como con fuerza, dolor, ira.

-Recuerda, hijo. Tomasita lo que creo que le pasa es que recuerda en sueños.

-Y ¿qué puede soñar que la haga pasarlo tan mal? -dijo el niño.

-¿Te acuerdas lo que te conté de su padre, y de su vida anterior, todo aquello de los caballos maltratados?


-Sí. ¿Es eso? ¿Eso recuerda? ¿Todavía?

-Es normal, pequeño -el padre rodeó con el brazo los hombritos de su hijo, atolondrado, preocupado por ver así a la primaveral y bella Tomasita, era libre, había un cercado, pero contaba con muchísimo campo para correr, como ahora los caballos de toda la Argentina, desde la prohibición de los caballos de sangre. El debate duró largos años, fue muy difícil, porque muchos defendían que prosiguiera ese uso pero, argüían, con un trato digno, y ganaron los que demostraron que un trato digno jamás se le puede dar a un animal que se usa para cualquier fin. Porque los animales nacen para sí mismos.

-Pobrecita. Qué suerte tuve de no vivir esa época, en que se podían ver esos esclavos arrastrando carros llenos de objetos pesadísimos, para el laburo de un señor que casi siempre, además, les castigaba con un palo.

-Ella, como te dije, fue de las primeras que nació casi libre, y ya libre, hoy, recuerda... Tomasita era obligada por su amo a recorrer las duras sendas al lado del carro mucho más alto que la cabeza del amo, y ver a su padre, estirando, y no pudiendo. La madre, que le murió al nacer. Y la prohibición llegó justo el día en que el padre de Tomasita cayó de bruces, el peso del carro le partió el cuerpo y el alma.


El niño se sentó junto a la joven yegua y la miró, el hocico de nácar, la linda crin blanco amarilla brillante y limpia. La yegua abrió los ojos, ojos aterrados, pupilas verdes dilatadas; los cerró y los tornó a abrir, se levantó y le lamió dulcemente toda la cara a Lucas con la rosada lengua, encantada Tomasa de que lo malo ya pasó. Golpeó la hierba, la tierra, con las patas vigorosas y arrancó a correr, detrás el niño, caían hojas ocres y rojas de los árboles, a un viento nuevo. El padre sonreía. Los malos sueños terminan.


Anexo: Existe una petición de firmas para la prohibición de la TaS en el portal change.org denominada "Ley Nacional de Prohibición de la Tracción a Sangre Animal".

También puedes ver complementariamente en Youtube, el vídeo del poema "Mañana" de Ángel Padilla, interpretado por la bailaora de flamenco "La Madueño", con título "Himno para la liberación animal "Mañana".

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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