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Antonio Lorca Siero
Antonio Lorca Siero
El supuesto poder de los consumidores, concebido para promover el cambio social, es hábilmente utilizado por el empresariado para llevarlos en la dirección de sus intereses

Convendría detenerse en observar algo evidente, profundamente asociado al transcurrir de la existencia, como es el protagonismo que ha tomado el mercado, que incluso es capaz de superar el papel asignado a la política, pasando a ser guía conductora de muchos pueblos.

Quienes realmente mandan y gobiernan ante los ojos de las gentes, aunque sea en representación del gran capital, son las grandes empresas

Tratando el asunto de la dirección de las masas, conforme al modelo que puede observarse, por ejemplo, en las sociedades europeas, se ha impuesto el término democracia, aunque quede lejos de su sentido original. Pese a ella, en la práctica, no son los respectivos pueblos los que gobiernan, sino grupos políticos llamados partidos, por lo que resultaría apropiado, sin más especulaciones, sustituirlo por el de partitocracia.

Las entidades financieras se frotan las manos y los bancos centrales suben los tipos, porque se dice que la van a controlar, pero de hecho, con ayuda de los tipos o sin tipos, continúa su avance

Se ha venido entendiendo la novela como un género literario, de prosa más o menos abundante, que hace un relato de pura ficción. No obstante, se ha puesto de moda asociarla con lo que llaman historia, en la que el autor, a falta de imaginación, acude a otra novela documentada como historia para rellenar la trama que pretende vender. Algo parecido sucede con la inflación, que camina desbocada y la jerarquía económica dice combatir, por un lado, y la anima, por otro.

La globalización orquestada por la superélite del poder económico forma conciencias inofensivas puestas al servicio del mercado

Mientras el hombre común ha pasado a ser un número en un panorama social de masas como el actual, los grupos han tomado protagonismo en la sociedad consumista, amparados ideológicamente por la inteligencia capitalista y alimentados en la práctica por los operantes empresariales. La consecuencia es que el individuo común, el único que debe contar en la base de una sociedad libre y verdaderamente abierta, ha entrado en proceso de franca decadencia.

Que los poderes públicos controlen a los ciudadanos de un país es algo habitual, incluso se llega a considerar asumible, porque no queda otra opción. Lo alarmante resulta ser que las grandes empresas sigan la misma práctica. Aunque no debiera sorprender, si se analiza quién detenta el poder real actualmente.

Entre otros subproductos que viene vendiendo el tan alabado Estado de Derecho, se ha puesto en escena, y progresivamente revalorizado, lo de la igualdad. El hecho es que funciona, al menos, en su calidad de distintivo de una sociedad moderna. De un lado, el eslogan de la igualdad ha adquirido cierto grado de solidez argumental en virtud de la ley y, a veces, de la jurisprudencia. 

Procuren que no despierte, porque a muchos políticos se les acabaría el chollo. Si despertara, resultaría que lo del actual modelo de imperialismo y la globalización, entre otras estrategias de dominación de la minoría económica, pasarían a la historia, ya que el olvidado pueblo tomaría el control de la política, sin interferencias foráneas.

Cuando una doctrina se coloca en la cabecera social, la libertad en términos generales palidece, y, en concreto, la libertad de expresión enfila el camino de la agonía, hasta desaparecer. Hoy, la doctrina, ese conjunto de creencias que se muestran como verdades absolutas, está demasiado presente en la existencia colectiva, por lo que la libertad tiene un oscuro presente y peor futuro.

Declarar la condición de vulnerable económico en la sociedad española sigue un proceso formal en el que interviene directamente la burocracia local, limitándose a cumplir con la normativa establecida por la inteligencia mandante. Con lo que en la práctica resulta que se le atribuyen nuevas competencias, se crea empleo en su ámbito laboral, aumenta el poder del sector y se demoran o eternizan los procedimientos judiciales.

En la práctica, el constitucionalismo es un producto jurídico ideado por los antiguos representantes del gran capital para ilusionar a las gentes y manejar entre bastidores su destino. Sirvió de fundamento a lo que se bautizó como Estado de Derecho. Atento al principio del imperio de la ley, esta pasó a ser el alma del sistema, un producto maleable que atendía, en teoría, al interés general, pero venía afectada por intereses particulares.

Lo que se observa es una nueva sociedad construida desde el mercado, bajo la protección de la política y la colaboración de los medios, asumida pacíficamente por las gentes de buena parte del mundo, donde se respira un cargado ambiente de falsas libertades. Auspiciada por los intereses del mercado y la política, hay que señalar que la doctrina capitalista ha trabajado de forma eficiente para transformar la sociedad, sin levantar sospechas.

Los tradicionales inconvenientes que surgían al acudir a los servicios públicos, destacando en este punto las colas y esperas de los usuarios, tienden a ser superados, dado que empieza a ser, según dice la propaganda, una exigencia de la sociedad actual. No hay que pasar por alto que este país se ha embarcado en la nave del progreso —entiéndase progreso mercantil, y no social—, que se empeña en vender, al que escucha el discurso progresista, que todo va a mejor.

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