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Consulta y voto

Lo de hacer consultas a las gentes, para jugar a la apariencia, está políticamente bien diseñado, porque suena a progreso, parece que el pueblo cuenta
Antonio Lorca Siero
viernes, 9 de mayo de 2025, 11:23 h (CET)

Se produce una sorpresa positiva entre los ciudadanos, cuando los mandantes consultan a los mandados su opinión sobre temas que resultan tener algún interés para tomar decisiones, cuando resulta que, en un ambiente de progreso real, es lo que debiera ser frecuente. Mas no hay que ilusionarse, porque solamente se trata de marketing político. Consultar a las masas es una excelente estrategia, para seguidamente hacer lo que políticamente interesa a los que mandan, pero si los resultados de la consulta resultan afines a sus intereses, tanto mejor, porque contarían con el reconocimiento popular.


Consulta y voto tienen la misma raíz intelectual, se llama apariencia. Aunque la consulta se quiera ofertar como algo avanzado en el proceso político, no es nada original, puesto que se trata de la continuación de la estrategia del voto, es decir, aportar nuevos argumentos para que manden otros.


En tiempos pasados, cuando imperaba exclusivamente la voluntad de los mandantes y su corte de asociados, votar fue algo novedoso y hasta avanzado, pese a las limitaciones establecidas, que progresivamente fueron desapareciendo hasta hacerlo universal. Dar voz a la muchedumbre, apuntaba en la dirección del progreso político, tanto en el fondo como en la forma, pero dejando claro que siempre bajo control de los que mandaban. Con el tiempo, se perfeccionó el método para evitar sorpresas y pudo ser debidamente controlado sin llamar en exceso la atención, utilizando los medios que aportaban la tecnología y las normas. De manera que la discrepancia quedaba controlada, ya fuera en una primera instancia o con los arreglos posteriores, todo ello conforme a la legalidad de circunstancias. Resultando que, con el voto, los beneficiados gozan del privilegio del mando de forma legítima.


Vistos los resultados obtenidos con el voto, había que continuar avanzando, por exigencias del llamado progreso político, en la aproximación al personal de base. De ahí, la aparición en escena de la consulta, solo para temas menores —una especie de sucedáneo del llamado referéndum—. El resultado práctico es el mismo que con el voto, hacer creer a las gentes locales que pintan algo en el panorama político, cuando realmente las decisiones siempre las toman los que mandan, movidos por sus propios intereses acomodados a las circunstancias del momento. Lo que supone hacer uso de eso que llaman legitimación, para que sirva de cobertura o estrategia de ocultación de lo que en términos coloquiales se llama ponerse en línea con los intereses económicos dominantes.


Así pues, lo de hacer consultas a las gentes, para jugar a la apariencia, está políticamente bien diseñado, porque suena a progreso, parece que el pueblo cuenta, permite justificarse a los que mandan en su propia toma de decisiones y, sobre todo, algunos consultados se sienten importantes, mientras el resto queda satisfecho porque, al menos, se le procura espectáculo. Al final, de lo que se trata es de contar con una mayoría de ciudadanos creyentes y fieles consumistas, mientras los más avispados hacen su negocio.

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