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El control de la información

Todo aquello que sale a escena para conocimiento público está casi siempre contaminado por determinados intereses, al tener que pasar por el filtro previo de la autoridad correspondiente
Antonio Lorca Siero
martes, 10 de junio de 2025, 10:52 h (CET)

Cuando la información está tan presente en la vida ciudadana y se presume de libertad, parecería aventurado sostener que no es libre y la verdadera información escasea. Tampoco resultaría apropiado hablar de control en este ambiente de modernidad y diversidad, como el que se impone en los países que han tomado la bandera del progreso. Sin embargo, observando el panorama informativo con un mínimo de atención; primero, es fácil apreciar que no siempre sale a la luz toda la información existente y, segundo, que alguien mueve los hilos para que los informadores marchen siguiendo las pautas que se les marca. Por otro lado, lo que oficialmente se etiqueta como información a nivel de masas, solamente es contribución al proceso de espectáculo generalizado en las sociedades de vanguardia, porque el objetivo es entretener. En otras ocasiones, toma otra dirección, dirigida a adoctrinar a los creyentes. Sin embargo, hay un hecho a tener en cuenta, disponer de la verdadera información, ya sea por su especial trascendencia o porque no ha sido contaminada, es conocimiento, y el conocimiento es poder, lo que conduce, a quienes la formalizan como espectáculo o doctrina, a no ponerla al alcance de las masas y reservarla a la minoría dominante, para explotarla, evitando que se devalúe o deje de ser sustento de las elites.


Pese a esa libertad de información, de la que se vanaglorian las sociedades abonadas a lo que llaman progreso, consistente en airear lo que por uno u otro motivo se convierte en noticia, el hecho es que todo aquello que sale a escena para conocimiento público está casi siempre contaminado por determinados intereses, al tener que pasar por el filtro previo de la autoridad correspondiente. Lo que se ofrece a las gentes bajo el rótulo de noticias suele ser publicidad, propaganda o lo evidente, lo obvio, los hechos que no se pueden ocultar. Con la primera, solo se trata de vender un producto comercial: en cuanto a la segunda, tiene el mismo recorrido, pero en el plano político; la tercera, viene afectada por la marca del poder y tocada por el sesgo propio de la tendencia ideológica del medio que la difunde. De tal manera que la cualidad de noticia libre es dudosa. Seguidamente, para continuar con el tratamiento de la noticia, unos medios, pasan de puntillas, mientras, otros, la dan cuerda permanentemente, respondiendo a sus particulares conveniencias. Si el interés es alto, los medios de difusión la exprimen hasta provocar el general aburrimiento del sufrido auditorio. Cuando hay que achantar, respondiendo a algún otro tipo de interés, basta con citarla, pero sin concederla el menor protagonismo, como si todo el mundo supiera de lo que va el asunto y, por tanto, no fuera necesario dar la murga. Unas pocas, pese a ser noticias que deberían ser difundidas para general conocimiento, dado su interés o trascendencia, pero quienes imponen el control ordenan que se silencien. Por tanto, resulta que, incluso en ese idílico panorama de libertad, la tarea de informar requiere hacer pasar la noticia por un cribado previo para determinar su nivel de difusión y, en su caso, adaptarla convenientemente a los intereses dominantes.


En general, salvo muy pocas excepciones, la información que se pone al alcance de las masas viene dirigida por quien dispone del poder —en este caso global— y es el que decide y otorga el marchamo de calidad informativa vistiéndola con el envoltorio de la verdad frente a la posible competencia —a la que califica de desinformación, porque no concilia con el negocio— . Es el que se ocupa de marcar las directrices para ofertar noticias, opiniones, datos o doctrinas oficialmente tocadas con el atributo de la certeza, artificialmente fabricado. La llamada información se extiende por el terreno social con autoridad e ilustra a las gentes de cuanto solamente es creencia oficial. Algo que en realidad no cotiza como valor social, porque es simple doctrina que se pone al alcance de todos, falsa erudición oficializada e instrumento para uniformar a las gentes, al objeto de mantener las debidas distancias con las elites del poder, que se reservan la información valiosa. De ahí que resulte inevitable, en ese panorama dominante de falsas libertades, que se combata con ahínco la llamada desinformación —a veces, un combinado de certezas, medio certezas o simples estupideces—, porque pone de manifiesto el temor de la autoridad de que con ella surja la duda entre las gentes sobre las verdades oficiales y los dogmas informativos. Resolver el enigma de quien da las instrucciones en un sentido o en otro no ofrece mayor dificultad, porque sencillamente se trata del que manda, ya sea a nivel global o local, atendiendo al contenido y dimensiones de las noticias.


Está claro que la información que se entrega a las masas tiene asignado un componente de conocimiento, pero en la práctica sometido al peso de la doctrina y animado por el espectáculo, para aliviar el ocio social. No obstante, hay que tener en cuenta que la sociedad del ocio es exigente y el adoctrinamiento, en un panorama de libertades, aunque sean raquíticas, no es plenamente sumiso, por lo que los objetivos del poder no tienen allanado el camino, ya que, a menudo, ronda la discrepancia. Si es liviana, basta con desacreditarla buscando las debilidades o sus aportes de estupidez; si la contestación es profunda, se saca a escena la represión. En todo caso, contando con el respaldo del poder y sin perjuicio de su gran valor doctrinal, la información, junto con la que ha sido calificada de desinformación, siempre son útiles para el negocio mercantil, al no prescindir de esa condición de material de espectáculo. Lo es, porque permite derivarla hacia el terreno del mercado, para comercializarla entre los creyentes en la verdad informativa.


Queda a salvo, para ser debidamente explotada en términos de poder, la otra información, la que no trasciende a las masas, la calificada de minoritaria, reservada, privilegiada u oculta. Es esa, la que se acuerda no poner al alcance de las gentes. El argumento para la exclusión reside en que es algo así como aquellos arcanos que controlaban los antiguos gobernantes, que no convenía que bajaran a ras del suelo, porque sus siervos dejarían de serlo y pasarían a ser como ellos. Con lo que el negocio basado en la distinción derivada de la exclusividad de la información oculta, la que alcanza la condición de conocimiento superior, que luego es utilizada como explotación, dejaría de ser negocio para la viabilidad del poder de la minoría dominante. De ahí la necesidad para ella de excluirla, así como de establecer el control de la información, para apartar la contestación y mantener la reserva informativa. La estrategia es dejar caer a ras del suelo solo aquello que es irrelevante y no supone riesgo para la conservación del estatus de poder, convirtiéndolo, además de cumplir con la misión de servir de lavado de cerebro, en negocio añadido basado en el espectáculo comercializado.


Convendría añadir, a propósito de la tan cacareada libertad de información, que, en demasiadas ocasiones, pasa a ser una leyenda moderna más, porque, afectada por el adoctrinamiento o el espectáculo, cuando se habla de material informativo reservado, resulta que la información ya no es libre, puesto que alguien decide sobre la dimensión que debe tomar. Con lo que —pensando que detrás, a menudo, están el negocio económico o el político—, si no es libre, es porque de alguna manera se la considera valiosa para el que la posee. Lo que viene a suponer que, en ese caso, el que dispone de tal información juega con ventaja, puesto que, al reservarla, tiene poder frente a quienes la ignoran.

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