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Etiquetas | Cataluña

Amigos para siempre

¡A saber cómo vamos a salir de esta!
Francisco J. Caparrós
miércoles, 18 de octubre de 2017, 07:37 h (CET)
En el hipotético supuesto de que pudiera inquietarme de algún modo la indisoluble unidad del territorio patrio que pregona nuestra constitución, y por ende estuviese dispuesto a jugarme el resto por ella, de ningún modo habría derivado de otras regiones hacia Cataluña efectivos policiales que no han hecho otra cosa que encabronarla, todavía más si cabe. Eso, para empezar, porque deliberada o no, la solución elegida por el gobierno español para intentar ganarle la batalla al independentismo, deja en entredicho su capacidad para superar sin traumas problemas de ese calibre.

Salvo que sus verdaderas intenciones fuesen provocar una escisión que incidiese en las diferencias y agriase, todavía más, las posturas hoy irreconciliables tanto de unos como de otros, el tiro les ha salido por la culata. Esa es mi humilde opinión y la de muchos demócratas cautos que, con razón me temo, han podido verle las orejas al lobo de la intolerancia de unos y la indiferencia de otros, que llevó al continente europeo a darse de hostias en un pasado no tan lejano como para haberlo olvidado.

Tampoco declaraciones vehementes, sin otro contenido que la fanática incitación al enconamiento, días después de aquellos crudos acontecimientos de infausto recuerdo para todos, pero en especial para los protagonistas de una y otra parte, de ningún modo pueden conducir a una resolución consensuada de la situación. Sobre todo cuando, a mi juicio, ninguna de las dos hasta ahora parece haberla buscado con verdadero interés por llegar a un principio de acuerdo que, cuando menos, no les perjudicase.

Con su obcecación, Puigdemont ha confirmado que sus paisanos le importan más bien poquito. No ha sido a él, después de todo, ni a nadie de su familia o entorno próximo intuyo, a quien le han abierto la cabeza de un porrazo, dejado tuerto tras el impacto de una pelota de goma, o fracturado un par de costillas de un puntapié. Pero su quimera no exime de responsabilidad a la otra parte, que ha dado muestras por enésima vez de que su cargo institucional, el que ocupa desde hace ya prácticamente seis años, cuando una confluencia accidental de circunstancias tuvo lugar en el horizonte parlamentario, le viene grande; constatando, así, lo que todos sabíamos que estaba a punto de acontecer pero que nadie hizo nada por desbaratar: que se saldaría con cuatro años más de displicencia mariana en la Moncloa.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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