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El fariseísmo, sea religioso o político, mata todo lo que toca. Una sociedad edificada sobre la mentira se destruye

Fariseismo religioso

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Juan Manuel de Prada comienza su escrito La prueba más dura, así: “Algunos de mis amigos se han apartado de la práctica religiosa, o incluso han renegado de la Iglesia “institucional”, porque han descubierto en muchos católicos una inconsecuencia fatal entre la fe que aseguran profesar y las obras por las que, según reza el Evangelio, se deben distinguir los verdaderos discípulos de Jesús”. Este comportamiento impropio de cristianos recibe la respuesta rápida de Jesús: “Y cualquiera que haga tropezar a algunos de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se colgase una piedra de molino de asno, y que se hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18: 6).

Jesús distingue perfectamente entre fariseos y pecadores. No en vano se le conoce como el “amigo de los pecadores”. En el capítulo 23 del evangelio de Mateo Jesús lanza una retahíla de ¡Ays!” acusando a los fariseos, a los escriba y a los doctores de la ley de hipócritas (vv. 11-48). A nosotros, los cristianos del siglo XXI también nos alerta de la presencia en la Iglesia de fariseos y escribas hipócritas que son “semejantes a sepulcros blanqueados que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27).

Entrando Jesús en el templo ve como el atrio se ha convertido en un mercado, monopolio de los sacerdotes, por donde todos los adoradores tenían que pasar por fuerza. Para cambiar las monedas de sus países de origen por la moneda del templo. El cambio era de usura. Los animales que se tenían que sacrificar tenían que llevar el sello que garantizaba que reunían las características adecuadas para el sacrificio. Además de no reunir las cualidades apropiadas exigidas por la ley, el precio era abusivo. Al contemplar Jesús el mercadeo que se hacía de las cosas santas: “Entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas, y les dijo: Está escrito: Mi casa, casa de oración será llamada, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mato 21: 12,13). La santidad del templo se había convertido en un estercolero auspiciado por los sacerdotes. Este espectáculo deplorable hacía perder la fe de muchos que, al escuchar las palabras de Jesús “la gente se admiraba de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7: 28,29).

En cierta ocasión en que los discípulos se olvidaron de tomar pan, Jesús les dijo: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16:6). Los discípulos no entienden las palabras de Jesús y las relaciona con el pan que se vende en las panaderías. Dándose cuenta Jesús que no habían entendido sus palabras, les dice: “¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos? Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16: 11,12).

Juan Manuel de Prada contrasta las debilidades de la naturaleza humana, consecuencia de su condición pecadora, con el fariseísmo hipócrita, diciendo: “El fariseo suele ser persona soberbia y de corazón endurecido que se cree invulnerable a las asechanzas del pecado que afligen a todos los mortales, y desde esta atalaya de engreimiento construye una religiosidad de pura fachada, una especie de fe disecada, esclerotizada que acaba convirtiéndose en impostura”. El fariseísmo religioso es peor que el político porque tiene que ver con el destino eterno de las personas.

Palabras de Jesús referidas al final del tiempo, que es el nuestro: “Y se levantarán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos” (Mateo 24: 11). El apóstol Pablo nos alerta sobre el origen de los falsos profetas cuando escribiendo a los cristianos en Corinto, les dice: “Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que no es extraño si sus ministros se disfrazan como ministros de justicia, cuyo fin es conforme a sus obras” (2 Corintios 11: 13-15).

La única manera de desenmascarar a los fariseos, los falsos apóstoles en la Iglesia es conociendo la Verdad. El fariseísmo se esconde detrás de muchas caretas. Es imposible conocerlas todas. Sólo Jesús que es la Verdad y su doctrina que son el cimiento sobre el que se edifica la Iglesia, las reconoce. “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:31,32).

Fariseismo religioso

El fariseísmo, sea religioso o político, mata todo lo que toca. Una sociedad edificada sobre la mentira se destruye
Octavi Pereña
martes, 22 de agosto de 2017, 09:30 h (CET)
Juan Manuel de Prada comienza su escrito La prueba más dura, así: “Algunos de mis amigos se han apartado de la práctica religiosa, o incluso han renegado de la Iglesia “institucional”, porque han descubierto en muchos católicos una inconsecuencia fatal entre la fe que aseguran profesar y las obras por las que, según reza el Evangelio, se deben distinguir los verdaderos discípulos de Jesús”. Este comportamiento impropio de cristianos recibe la respuesta rápida de Jesús: “Y cualquiera que haga tropezar a algunos de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se colgase una piedra de molino de asno, y que se hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18: 6).

Jesús distingue perfectamente entre fariseos y pecadores. No en vano se le conoce como el “amigo de los pecadores”. En el capítulo 23 del evangelio de Mateo Jesús lanza una retahíla de ¡Ays!” acusando a los fariseos, a los escriba y a los doctores de la ley de hipócritas (vv. 11-48). A nosotros, los cristianos del siglo XXI también nos alerta de la presencia en la Iglesia de fariseos y escribas hipócritas que son “semejantes a sepulcros blanqueados que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27).

Entrando Jesús en el templo ve como el atrio se ha convertido en un mercado, monopolio de los sacerdotes, por donde todos los adoradores tenían que pasar por fuerza. Para cambiar las monedas de sus países de origen por la moneda del templo. El cambio era de usura. Los animales que se tenían que sacrificar tenían que llevar el sello que garantizaba que reunían las características adecuadas para el sacrificio. Además de no reunir las cualidades apropiadas exigidas por la ley, el precio era abusivo. Al contemplar Jesús el mercadeo que se hacía de las cosas santas: “Entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas, y les dijo: Está escrito: Mi casa, casa de oración será llamada, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mato 21: 12,13). La santidad del templo se había convertido en un estercolero auspiciado por los sacerdotes. Este espectáculo deplorable hacía perder la fe de muchos que, al escuchar las palabras de Jesús “la gente se admiraba de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7: 28,29).

En cierta ocasión en que los discípulos se olvidaron de tomar pan, Jesús les dijo: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16:6). Los discípulos no entienden las palabras de Jesús y las relaciona con el pan que se vende en las panaderías. Dándose cuenta Jesús que no habían entendido sus palabras, les dice: “¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos? Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16: 11,12).

Juan Manuel de Prada contrasta las debilidades de la naturaleza humana, consecuencia de su condición pecadora, con el fariseísmo hipócrita, diciendo: “El fariseo suele ser persona soberbia y de corazón endurecido que se cree invulnerable a las asechanzas del pecado que afligen a todos los mortales, y desde esta atalaya de engreimiento construye una religiosidad de pura fachada, una especie de fe disecada, esclerotizada que acaba convirtiéndose en impostura”. El fariseísmo religioso es peor que el político porque tiene que ver con el destino eterno de las personas.

Palabras de Jesús referidas al final del tiempo, que es el nuestro: “Y se levantarán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos” (Mateo 24: 11). El apóstol Pablo nos alerta sobre el origen de los falsos profetas cuando escribiendo a los cristianos en Corinto, les dice: “Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que no es extraño si sus ministros se disfrazan como ministros de justicia, cuyo fin es conforme a sus obras” (2 Corintios 11: 13-15).

La única manera de desenmascarar a los fariseos, los falsos apóstoles en la Iglesia es conociendo la Verdad. El fariseísmo se esconde detrás de muchas caretas. Es imposible conocerlas todas. Sólo Jesús que es la Verdad y su doctrina que son el cimiento sobre el que se edifica la Iglesia, las reconoce. “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:31,32).

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