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Opinión
Etiquetas | Estados Unidos | Donald Trump

Pesadilla en Pennsylvania Avenue

El populismo accede a la Casa Blanca de la mano de Donald Trump
Francisco J. Caparrós
martes, 24 de enero de 2017, 00:26 h (CET)
Por mucho que les pese a todos aquellos que el viernes pasado, no sin razón por su parte quiero aclarar, lanzaron un órdago como repulsa contra la entronización de Donald Trump en el cargo de nuevo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, en aras de la convivencia tendrán que aceptarlo cuanto antes si no quieren que el disturbio y la convulsión se exasperen. La democracia funciona de esa manera. Sabían que eso podía ocurrir, y aun así hicieron muy poco para evitarlo. Ahora, naturalmente, todo es llanto y rechinar de dientes.

En nuestro país ha sucedido tres cuartos de lo mismo, o peor si cabe, porque nosotros sabíamos de antemano y a ciencia cierta que bajo la piel de cordero se hallaba el lobo, agazapado y presto para hincar sus colmillos. ¿O acaso no habíamos padecido lo suficiente como para reaccionar contra la reducción del déficit a costa de las clases medias y bajas? El multimillonario jugó su baza y la jugó bien, tanto es así que, aunque nadie daba un duro por él al inicio de la campaña, pasó por encima de la pusilánime de su adversaria.br>
He oído críticas contra los estadounidenses, que tal vez tengan razón de ser en un sentido amplio de la expresión, como por ejemplo que la sociedad de aquel país ha preferido primero a un negro, y después a un racista misógino, antes que a una mujer. Pero, reconozcámoslo, la campaña de Hilary no ofrecía garantías ya desde un principio. Es fácil decirlo ahora a toro pasado, lo sé, pero el caso es que se veía venir. Ni Obama, y tampoco su propio marido, el expresidente Clinton, parece que se esforzaron para que todos supiesen lo que se perdían si no la elegían a ella, pero sobre todo si declinaban por su contrincante.br>
Como a tantos otros, a mí también me preocupa lo que pueda llegar a hacer Trump con todo el poder que su cargo de presidente le confiere -no olvidemos que se dispone a dirigir los destinos de la nación más poderosa de la tierra-, pero que el botón nuclear quede a su cargo me produce verdaderos escalofríos. Ojala que todo esto no sea más que un sueño, del que poder despertar en cuanto concluya estas líneas. Si no es así, que Dios nos coja confesados.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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