George W. Hegel cuando alude en la lucha entre lo racional y lo real utilizó el término “la cruz del presente”. El tormento que la razón debe transitar. Claro que el posterior hegelianismo de izquierda, más precisamente el marxismo, lo aplicó, como era de esperarse, al círculo infernal de la sociedad capitalista donde la antropofagia económica conduciría al sacrificio de lo colectivo y, para evitarlo, eventualmente se requeriría una revolución. Seguidamente Hegel agregará, utilizando una ilustración esotérica, que sobre esa cruz brotará una rosa. Aquí evidentemente refiere a la aceptación estoica de cada circunstancia. Teológicamente es adjudicado a la rosa mística, a la Virgen María, aquella que permite la encarnación de una “nueva creación”; empero, como era su constante costumbre, el filósofo de Jena secularizó una vez más el misterio de lo religioso.
Pero más allá de eso el mismo Hegel nos permite forjar la imagen de un “pathos de la historia”. De la muerte y la resurrección. Prediciendo un nuevo tiempo por venir. Una nueva materialización de lo que antes era un ideal divino. En las representaciones pictóricas del Clavario -como por ejemplo las de Louis de Caullery o Grao Vasco-, es frecuente la plasmación sobre el lienzo de una escena borrascosa atravesada por la silueta de tres cruces: la de Cristo y la de dos ladrones: uno heredaría el cielo y el otro se hundiría en el averno.
Si proyectáramos esta metáfora a la era digital quizás entenderíamos que se han cometido tres crímenes horrendos sin que nos diéramos cuenta. En primer lugar, vemos que la historia ha sido sacrificada en el altar de la inmediatez. Esta ha muerto. Ahora el tiempo se vive como un eterno presente. Todo es aceleración. Todo es líquido. La híper-información no da cabida para la demora. La segunda cruz corresponde al sujeto. En la actualidad se ha perdido la respuesta de qué es el hombre, qué es el ser, quién es, de dónde viene y hacia dónde va. Sin sujeto no hay historia y sin historia no hay norte preciso. El sujeto contemporáneo quedó des-habitado. Vacío. Pixelado dentro de sus máquinas virtuales. Diluido en una individualidad alienante. Y, por último, asistimos al madero donde cuelga sufriente la filosofía. Los intelectuales quedaron relegados a la opacidad, yendo camino hacia una tecno-medievalidad donde solo perdure un pequeño grupo de ilustrados encerrados en el convento de la indiferencia, rodeados por una tierra inculta, amenazados –como decía Nietzsche- por “monos”. Por una barbarie idiotizada por las pantallas.
Sabemos que Marx, a pesar de todas las críticas que con razón puedan hacérsele, previendo de algún modo esto, pretendió forjar un pensamiento crítico hacia la selva inhumana del capitalismo, intentó pensar la materia de la historia y trató de crear un nuevo sujeto colectivo. Hoy ante el Gólgota del presente, contemplando la tormenta apocalíptica que se avecina, aquella rosa de la que hablábamos se ha marchitado y su tallo se ha tornado estéril. Vemos que el presente siglo se ha declarado insano, el marxismo se ha vuelto vetusto y el capitalismo, lo único que ha sobrevivido sostenido por las bajezas humanas del consumo, como si fuese un cáncer, se está devorando a sí mismo, hasta que por causa de su metástasis incontrolable propicie su derrumbe definitivo. Y junto con él la caída de todos nosotros.
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