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El reconocimiento oficial de los talibanes por parte de Rusia marca una nueva fase en la redefinición del orden geopolítico regional. Aunque a primera vista parezca un simple gesto diplomático, esta decisión esconde objetivos profundos de seguridad, inteligencia y estrategia en medio de una competencia de poder multilateral.
Para muchos observadores, la inesperada decisión de Rusia de reconocer oficialmente al Talibán—pese a las persistentes preguntas sobre el origen del grupo como producto de las políticas estadounidenses, la presencia de organizaciones terroristas en suelo afgano, el colapso repentino de las inversiones de EE.UU., y los esfuerzos contradictorios de Rusia por contener o avivar la inestabilidad en Asia Central—puede parecer desconcertante y paradójica.
Comencemos este análisis con una pregunta aparentemente simple pero crucial: ¿reconoció Rusia a los talibanes en consulta con China y otras grandes potencias? Si la respuesta es afirmativa, entonces se habría formado un consenso regional e internacional sobre el nuevo orden en un Afganistán controlado por los talibanes. Pero si la respuesta es negativa: ¿hasta dónde está dispuesta Rusia a asumir los riesgos de esta medida tan arriesgada?
Andréi Bélousov, ministro de Defensa de Rusia, advirtió durante la reunión de los ministros de Defensa de los países miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que las amenazas de seguridad provenientes de Afganistán siguen vigentes y que continúa el traslado de combatientes extremistas desde Siria hacia Afganistán. Sin embargo, el propio comportamiento de Rusia frente a esta amenaza ha sido todo menos transparente o coherente.
Abbas Araqchi está en Moscú. Un viaje que se realiza precisamente en medio de crecientes tensiones militares entre Irán e Israel. Según se informa, Araqchi lleva un mensaje directo del líder supremo, Ali Jameneí, para Vladimir Putin. En esa carta, el líder de la República Islámica solicita apoyo político, militar y estratégico de Rusia frente a Estados Unidos e Israel.
Desde el inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania en 2022, el mundo ha sido testigo de graves violaciones al derecho internacional humanitario. Entre ellas, destaca una de las más invisibilizadas y alarmantes: el empleo del hambre como táctica de guerra. Esta táctica la está empleando Rusia con Ucrania e Israel con los palestinos.
El rearme que ahora está en marcha es un rearme de la OTAN. Es una imposición estadounidense y está al servicio de los intereses de la superpotencia. Lo que necesitamos es una España y una Europa libres del yugo de Estados Unidos (EEUU) y de las amenazas de Rusia.
Se está creando la psicosis entre la población de que es inminente una guerra en Europa y que debe abastecerse con el kit de supervivencia. ¿Qué se esconde tras esta masiva campaña de intoxicación? ¿Se prepara una Ley Marcial que militarizará los vida pública y anulará los derechos civiles y una economía de guerra en el que serán recortados drásticamente los gastos sociales?
“Europa afronta una era de rearme, en la que tiene que estar preparada para aumentar masivamente su gasto en Defensa la próxima década”, ha manifestado Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, presentando el rearme como un hecho consumado. El “Plan de Rearme para Europa” ha quedado fijado, y sus líneas generales aprobadas por los principales países de la Unión Europea (UE).
Los rusos han vuelto a intentarlo. Esta vez, el objetivo ha sido Extremadura. Un ciberataque masivo, de esos que buscan desbordar los cortafuegos a base de insistencia bruta, ha golpeado varias instituciones de la región. Han resistido el envite, pero no sin esfuerzo. La Junta, las diputaciones de Cáceres y Badajoz, e incluso el Ayuntamiento de Mérida han sentido la presión.
Los dirigentes europeos, con el eco de todos los grandes medios de comunicación y del poder financiero, se empeñan en decirnos que Europa debe multiplicar sus presupuestos para gastos militares como única forma de tener seguridad y autonomía y, además, que eso ha de hacerse reduciendo el Estado de Bienestar. A mi juicio, están completamente equivocados.
El 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó una ofensiva a gran escala contra Ucrania, marcando el inicio de uno de los conflictos más devastadores en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Hoy, al cumplirse tres años de esa invasión, el panorama sigue siendo sombrío, con miles de vidas perdidas, desplazamientos masivos y una comunidad internacional cada vez más polarizada en sus respuestas.
El 9 de noviembre de 1982 Juan Pablo II pronunció un magistral discurso sobre la “identidad europea”: “No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso en el mundo”.
El lenguaje puede ser un instrumento distorsionador. Ocurre cuando las palabras pierden su sentido original y por vía de la propaganda y de la manipulación se convierten en su antítesis. Recordemos la frase de Tocqueville: “… que los ciudadanos disfruten con tal de que no piensen sino en disfrutar...”. Ocurre mucho en la esfera de los principios políticos.
Hay pueblos que están condenados a vagar por el mundo sin un lugar donde poder asentarse. Son pueblos convertidos en nómadas porque así lo han decidido las grandes potencias colonialistas e imperialistas que dominan el mundo. Al recuerdo me vienen los kurdos, un pueblo de más de treinta millones de personas repartidas entre Turquía, Irán, Irak, y Siria, sin la posibilidad de tener un estado propio.
Zelenski es consciente de que el final de la Ley Marcial obligaría a la celebración de elecciones en Ucrania y la pérdida de su poder omnímodo, por lo que el posible Acuerdo de Paz entre Trump y Putin estaría siendo torpedeado por la trama liderada por Zelensky, Polonia y la inteligencia británica con el objetivo confeso de implicar a la OTAN en un conflicto total contra Rusia.
La historia de Sofía Kovalevskaya comienza en San Petersburgo en 1850, entre los muros de una familia noble que la rodeó de privilegios, pero también de prohibiciones. Las mujeres no estudiaban matemáticas; no estaba bien visto. Pero Sofía no entendía las normas absurdas.
Hubo tiempos en los que la nieve roja de la Unión Soviética cubrió no solo los campos y los tejados, sino también las conciencias. Aquellos días, el árbol de Navidad, un inocente símbolo de alegría y fe, se transformó en campo de batalla ideológico. El régimen soviético, más torpe en sus ataques a la tradición que un oso con raquetas, no supo si arrancar de raíz el abeto cristiano o coronarlo con una estrella roja.
En el contexto de la actual invasión rusa de Ucrania y la guerra entre Israel y Hamás, el renombrado escritor y periodista norteamericano David Sanger corresponsal nacional del Diario The New York Times en la casa blanca y de Seguridad nacional, ha publicado un libro que brinda un profundo análisis sobre las repercusiones globales de las dos guerras y sus implicaciones para el resto del mundo y en particular para Europa y Asia.
Siempre es un placer revisar los ensayos de León Chestov, especialmente cuando nos trae una lúcida lectura de Dostoievski. Diferente a aquella que hiciera Vladimir Nabokov, quien lo tachara de mediocre. Entiendo que al cultor de “Lolita” no le gustara la lucidez más allá de la exacerbación de los sentidos, tiene derecho a no gustarle, lo que no puede -me parece- es emitir un juicio de valor universal.
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