Migrantes. Es lo último en apelativos orientados a retorcer el lenguaje para tornarlo ariete ideológico. Parecen no venir ni emigrar desde ningún lado, ni dirigirse, inmigrando, a otro lugar concreto y delimitado, como si estuviesen sometidos a una suerte de movimiento pendular perpetuo que solo se detendrá al legalizarlos en algún sitio. Existen asuntos sensibles sobre los cuales parece que está prohibido debatir, o al menos hacerlo con racionalidad y argumentos. Se suelen utilizar como arma arrojadiza frente al otro o los otros, y se enfocan envueltos en apriorismos sin matices.
Quizá el mejor ejemplo sea el de la inmigración, la llegada de personas de otros lugares, cuestión que se suele tratar sin entrar en pormenores, como carga de profundidad frente a los otros, los de la trinchera de enfrente, que en eso estamos lamentablemente. Creo tener el recuerdo de un pasado, no muy lejano, en el que el debate, más o menos y de aquella manera, formaba parte del espacio ciudadano, del ágora física, digital o global, en la que se contrastan los pareceres. Si no se debatía en sentido estricto, que ello requiere conocimiento y palabra según para qué asuntos, al menos se simulaba hacerlo como manera de mostrarse uno cívico y comprometido. Se ha ido perdiendo. Las cuestiones más arduas o espinosas, es decir, aquellas que deberían ser objeto de debate, se hurtan al mismo para ser empleadas no solo a través de la cloaca de las redes, sino en los medios en general, como procedimiento de ataque, en forma de pensamiento, por llamarlo así, breve, simple y servido en un pack como dogma sin detalles, para que los acólitos de cada lado lo repliquen y proclamen a los cuatro vientos, haciendo imposible el razonamiento, el matiz o la duda, so pena de recibir una de las pedradas lanzadas sin tregua desde una orilla a la contraria.
Y entre esas cuestiones destaca la inmigración, que incluye el asunto de los ahora denominados migrantes, simplificado hasta lo inimaginable, en ese “totum revolutum” que todo lo vierte en un mismo saco, la inmigración legal y la ilegal, los que ya está desde hace tiempo y los que vienen, el Estado del bienestar y los delitos, esto y aquello. O toda inmigración es buena y saludable, así como todo inmigrante, por lo que no cabe crítica ni observación alguna, bajo el riesgo de recibir la excomunión como miembro del club de los racistas y ultraderechistas, o toda la inmigración es mala y peligrosa, fuente de inmigrantes que nos roban el trabajo, las prestaciones sociales y cometen delitos. No se entrevé discusión o postura intermedia alguna, pues nadie parece partidario de debatir sobre ello con seriedad y argumentos, aceptando lo que haya que aceptar y distinguiendo unas cosas de otras, unas situaciones de otras, una inmigración de otra y unos inmigrantes de otros, dejando a un lado prejuicios, dogmas previos o maniqueísmos fariseos.
En medio de todo ello, como elemento tal vez nocivo, está la noción de multiculturalismo, esa idea de coexistencia de las etnias y las culturas en igualdad, Pues bien, eso del multiculturalismo, es decir, culturas iguales en valor que coexisten respetando unas los valores de las otras, recuerda a la noción de “Europa de los pueblos” del nazismo, una especie de cada uno en su casa y Dios en la de todos, pero sin tocarse, que no sé si alberga recuerdos de nuestro medievo con los judíos en sus barrios o “guetos”, los musulmanes en los suyos y los cristianos en el resto, coexistiendo sin apenas roce. Extraña que algo tan absurdo constituya la versión progresista del asunto, pues cualquier sociedad tiene que basarse en unos valores dominantes, como, por ejemplo, los de nuestras democracias y nuestros estados de bienestar, con sus derechos y libertades, salvo que pensemos que lo mismo vale la democracia que la teocracia.
Frente al multiculturalismo está la otra visión, la del foráneo o llegado como elemento perturbador (el nacionalismo vasco, verbigracia, nació en su momento de la reacción de los medios católicos ultraconservadores vizcaínos frente a las consecuencias de la industrialización y la inmigración por ella acarreada). Pero cuando surgen conflictos, es necesaria la racionalidad en el debate para salir del “totum revolutum” y separar el grano de la paja. En este asunto o en cualquier otro. Pero va resultando cada día más difícil, como muy bien nos muestra el simulacro diario de los medios. Tristes días para el raciocinio.
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