No estoy seguro de que alguna vez en la historia los ejércitos hayan sido lo que se dice, defensores de sus respectivas patrias o pueblos. En España, por ejemplo, caben muchas dudas. Cuando las tropas napoleónicas nos invadieron, el ejército español se dividió y sólo una parte de él defendió nuestra integridad territorial. Otras guerras en las que participó fueron coloniales y no parece que puedan calificarse precisamente como patrióticas. Lo que se conoció como La Victoria de 1939, de la que aún se sienten nostálgicos algunos militares, fue contra sus propios compatriotas, e incluso contra compañeros de armas. Sorprende que un ejército que presume de hacer todo por la patria se pueda haber sentido orgulloso de haber vencido a una parte de ella.
No quiero quitarle mérito a los militares. Al revés. Casi todos los que he conocido, directa o indirectamente, son profesionales de altísimo nivel, muy bien preparados y dispuestos a asumir compromisos que el común de los mortales trataría de eludir a la primera de cambio. De hecho, es la alta estima que les tengo como corporación profesional lo que me hace sentir perplejidad cuando observo que se perpetúa una retórica tan falseada sobre la función de los ejércitos en nuestra sociedad.
Desde hace ya muchas décadas, la llamada Defensa Nacional no es lo que su nombre expresa, sino un puro negocio más. O, mejor dicho, uno de los negocios más lucrativos de nuestra era.
No es verdad que los ejércitos de hoy día se mantengan y financien para ser instrumentos que defiendan a sus pueblos de amenazas exteriores, o para garantizar su independencia y la soberanía de sus naciones. No protegen la unidad o la integridad de sus patrias, sino que son justamente el instrumento que permite que estas se rompan internamente y se polaricen, pierdan autonomía y poder de decisión, para quedar sometidas a grandes poderes económicos. Los cuales, en realidad, se comportan como auténticas potencias que invaden y exprimen a las naciones que los ejércitos dicen defender. Ninguna acción militar habría conseguido colonizar y saquear a España tan fácilmente y en tan gran medida como se ha logrado permitiendo que poderes económicos extranjeros se hagan con nuestras industrias estratégicas y principales fuentes de riqueza ¿y qué se ha hecho para defenderla? ¿Se puede decir que se está haciendo todo por nuestra patria cuando se permite que nuestra economía pueda ser saboteada desde el exterior en cualquier momento, cuando nos dejamos robar delante de nuestra propia cara por grandes bancos y corporaciones extranjeras, o cuando se nos impide que seamos soberanos y podamos tomar con independencia las decisiones que nos interesen? ¿Para quién han estado trabajando los políticos, militares, periodistas, economistas o grandes empresarios que han callado cuando todo eso han estado y está pasando día a día? ¿Qué es para ellos la patria que dicen defender, si no tiene que ver con las condiciones de vida y el patrimonio de sus compatriotas, de todos, no los de unos pocos?
La mal llamada defensa nacional es lo que sirve para enriquecer sin límite a una industria armamentística que, en su mayor parte, está controlada, a su vez, por grandes fondos de inversión. El gasto militar no responde a necesidades reales de defensa nacional. El proceso es justo el contrario del que se nos cuenta. Para alimentar al negocio armamentístico se genera miedo e inseguridad, se incentiva el conflicto bélico y se dinamita la diplomacia, porque la negociación y los acuerdos son el peor enemigo de las empresas de armamentos.
Son estas grandes corporaciones las que fijan sus demandas de inversión y presionan a los políticos y legisladores para que aumenten sin cesar el gasto militar. El vicepresidente de Boeing lo dijo claramente al Wall Strett Jornal en octubre de 2001: «Cualquier miembro del Congreso que no vote por los fondos que necesitamos para defender este país buscará un nuevo trabajo después del próximo noviembre». Y eso no ocurre sólo en Estados Unidos.
La industria de armamentos genera primero un clima de paranoia e inseguridad en la población a través de los medios y de la clase política que controlan y luego aseguran que es imprescindible aumentar el gasto militar para defenderse y estar más seguros del peligro que han provocado. El resultado, sin embargo, es siempre el contrario, cada vez más inseguridad y más dependencia y vulnerabilidad.
El discurso, no es sólo falso, sino cínico y deshonesto. Utilizan el gasto público militar para enriquecerse al mismo tiempo que están pagando a políticos y economistas para que digan que no hay dinero y que hay que recortar el gasto en pensiones, salud o educación. El comportamiento del actual secretario general de la OTAN, Mark Rutte, resulta especialmente deleznable y condenable, pues se ha venido distinguiendo como un halcón de los recortes del gasto público y la mal llamada austeridad. Como también lo es el de los dirigentes de la Unión Europea, marionetas incapaces de enfrentarse con dignidad y honor a la barbarie y a los insultos de Trump.
Lo que está ocurriendo en los últimos tiempos es sencillamente desvergonzado. En lugar de tratar de paralizar los conflictos y de hacer todo lo posible para que no se produzcan, se provocan deliberadamente. Ha ocurrido en Ucrania, hace unos días en Irán, y ocurre siempre. Las autoridades europeas se empeñan en convencernos de que las tropas de Putin nos invadirán, cuando son ellas mismas las que han boicoteado todas las propuestas de entendimiento y paz. Y reclaman ahora un incremento de gasto militar que sólo traerá consigo más riesgo de guerra, dependencia y sumisión. Es la historia al revés y sin disimulo ninguno: la defensa nacional como instrumento de sometimiento ante potencias extranjeras.
El reclamo de Donald Trump para que los países miembros de la OTAN dediquen un 5% de su PIB a gasto militar es la más desvergonzada imposición de rentas feudales que se haya visto nunca en el capitalismo moderno. Trump se comporta como lo que ha sido siempre, un casero rico que trata a sus inquilinos como seres indeseables, aunque ahora estos sean sus propios socios comerciales y militares. No se puede consentir.
No hay ningún tipo de razón económica ni militar que justifique ese nivel de gasto. Podría haber dicho el 4, el 7 o el 20 con la misma falta de fundamento. No responde a algún tipo de estudio o planificación estratégica. Es simplemente un chantaje para forzar que los gobiernos de la OTAN sigan nutriendo a la industria y finanzas estadounidenses. Sólo tres países en guerra (Israel, 8,8%, Rusia 7,1% y Ucrania 34%), además de Argelia 8%, superan ese 5%, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo y el Fondo Monetario Internacional. Ese porcentaje es sencillamente una barbaridad, la economía de todos los países de la OTAN se desestabilizaría si se alcanzara.
Si los ejércitos de los demás países de la OTAN y sus gobiernos tuvieran dignidad y de verdad hicieran todo por sus patrias, denunciarían esa forma de actuar de Estados Unidos y serían los primeros en rechazar sus imposiciones feudales y las formas de cacique grosero con que Trump se dirige a sus supuestos aliados. Si de verdad quisieran defender a sus pueblos, en primer lugar, no se dejarían insultar y, acto seguido, reclamarían ejércitos libres y no sometidos a una potencia extranjera, ni a los exclusivos intereses del lucro privado, sino concebidos realmente para la defensa y como garantía de la paz; no como semilleros de rentas para las grandes empresas de armamento y fondos de inversión.
El gasto militar crece sin parar y el mundo no es más seguro, sino todo lo contrario, a medida que aumenta. Nuestros verdaderos enemigos no son los espantajos y fantasmas que levantan los industriales y financieros para amedrentar a la gente, sino su avaricia y la irresponsabilidad inmoral y criminal con que justifican los desastres y el dolor que ellos mismos provocan para poder seguir vendiendo armas. Y la violencia, la amenaza y la guerra no son los medios eficaces para resolver los conflictos, sino el respeto, el diálogo y la diplomacia.
SI Estados Unidos quiere mantener a la OTAN como una organización agresiva y feudalizada para suministrar rentas billonarias a su industria militar, a riesgo cada vez más seguro de provocar la guerra y el caos por todo el mundo, es urgente que la gente de bien y patriota, a cuya cabeza me gustaría ver a los militares españoles, reclame con urgencia que se abandone la OTAN y que Europa elabore una estrategia autónoma de sincera apuesta por la seguridad, la paz y la defensa de los derechos humanos.
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