La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.
El ego no es solo yo. A mi yo le molesta el vecino, yo molesto al vecino, yo el primero, yo el primero en denunciar, yo el primero en reclamar venganza, yo el primero en sacar provecho de… El ego es más que una entelequia, es una estructura mental de la mente inferior que nos lleva, a veces, a crear problemas donde no los hay, y simplemente a infantilizar los problemas de la sociedad, o a no avanzar en positivo.
Prueba del egotismo exacerbado es cuando una persona denuncia por cosas nimias o simples a otra, o buscando un provecho tal vez torticero de tal denuncia. Así podríamos seguir hasta el infinito con el “y tú más”. Por eso, tal vez operarse o vacunarse del ego con una cura de humildad sería importante para el bienestar de la sociedad y para construir la paz y el diálogo.
La paz no es ausencia de conflictos, pero sí una forma madura y de buen talante de resolverlos. El orgullo es bueno, pero no cuando se usa como un arma arrojadiza y como un muro frente al otro, al alter ego o a tu hermano. Ser maduro es también ponerse en el lugar del otro o de los otros, porque la vida no solo es alteridad, sino también notredad: sin el otro no somos nada.
Por desgracia, gran parte de nuestros gobernantes no están operados o vacunados del ego, y así nos va… Y, sobre todo, ese ínclito amor incandescente al beato sillón que, en la memoria, evoca su vaivén.
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