Estoy harto de tener que leer casi diariamente noticias sobre mordidas, comisiones y demás vergüenzas y delitos presuntamente cometidos por militantes o personajes del entorno de los partidos de izquierda. Casi siempre del PSOE, seamos claros.
O sus dirigentes no son honrados y han permitido lo que está saliendo a la luz, o son de una incompetencia tan extraordinaria que debería obligarles a irse. No me explico lo que está pasando de otra forma.
Por supuesto, me indigna también la corrupción de la derecha, como la del Partido Popular que tiene pendientes unos 30 juicios por diversas actividades presuntamente corruptas. Pero conozco el modelo de economía que defiende, el capitalismo de amiguetes de nuestro tiempo que es intrínsecamente corrupto, y sé que la acción política que este necesita y financia para sostenerse no puede ser sino igual de corrupta.
En todo caso, no me tiene harto solo la corrupción económica principalmente vinculada al PSOE. Casi me duele más, o tanto como esa, otro tipo de corrupción (o al menos así la considero yo) que es la de los valores y los principios que supuestamente animan a los proyectos políticos de toda la izquierda (en este caso, ya no sólo del PSOE) y que analicé con más detalle en mi último libro Para que haya futuro.
Puede ser que mi indignación me haga exagerar. Es posible, pero creo que es una forma más de corrupción la que antepone intereses de grupo y personalismos al encuentro colectivo y a las alianzas, lo único que puede proporcionar la fuerza necesaria para enfrentarse a la ofensiva, no sólo política sino también económica, de la extrema derecha.
Estoy harto de oír a los dirigentes de la izquierda, de todas las izquierdas, lamentar y condenar los ataques a la democracia y no reaccionar frente a ellos de la única forma en que es efectivo hacerlo, con denuncias y propuestas compartidas y de sentido común, para que puedan ser asumidas por grandes mayorías sociales, con generosidad, inteligencia colectiva, fraternidad y unidad de acción. Estoy harto de tantos cortijos, de tanto supremacismo moral, de la ausencia total de humildad y de tanto particularismo. Estoy harto de que cada uno de sus dirigentes vaya por un lado y todos al margen de por donde van la gente común y corriente.
¿De verdad que la sociedad y más concretamente la gente normal que aspira a vivir en un mundo de libertades efectivas, de justicia y buen gobierno son como el mundo que vemos reflejado en la izquierda que supuestamente las representa en la vida política?
No sé si estoy equivocado, pero yo creo que no, y me pregunto si esto tiene solución: ¿no hay forma de que se exprese en la política el modo de ser y de actuar de la gente corriente de ideas progresistas (que no tiene por qué ser sólo la de izquierdas), la que día a día pone en práctica concreta sus ideales, por muy modestamente que sea, con eficacia, generosidad y coherencia? ¿Estamos condenados a que la política sea una forma más de opresión y deshumanización, y no la vía para que la mayoría de los seres humanos, y no sólo unos pocos, podamos construir democrática y libremente un mundo de paz y justicia?
Habría que hacer algo.
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