El pueblo era pintoresco y precioso. Los delfines saltaban en la bahía mientras las redes de los marineros estaban llenas de peces. Los turistas llegaban al gran hotel en coches bonitos y grandes. Las señoras en el hotel llevaban laca en el pelo porque al lado del mar hay brisa. Les ofrecían bellas habitaciones y desayunos de varias horas. Un día a la semana, en la plazoleta del hotel, venían a bailar grupos de bailes regionales. Las señoras eran felices y lloraban un poco. Luego compraban cosas caras en todas las tiendas del pueblo. Y de noche había verbena para los turistas. La tecnología avanzó. Y al mismo tiempo la bahía se quedó sin peces. Y las rocas sin marisco. En el hotel sustituyeron a los recepcionistas por una máquina. Un código y una tarjeta era suficiente. En el restaurante desaparecieron las camareras. Pusieron dos camareros robot y autoservicio con vistas al mar. Las habitaciones podían limpiarlas los clientes mismos con un descuento en la estancia. Las señoras del hotel con laca en el pelo dejaron de ver los bailes tradicionales en la plazoleta. Ahora todos los clientes compraban cosas baratas y caras por internet. Ya nadie compraba en el pueblo. Las tiendas fueron cerrando una a una. Los restaurantes también. Los turistas pasearon menos por el puerto porque pasaban todo el día con sus móviles. En la bahía ya no había peces. Y las redes de los marineros se quedaron en puerto.
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