Es normal que aparezcan palabras nuevas porque la lengua está viva, y es estupendo cuando ayudan a reconocer que el lenguaje es pensamiento. Ocurrió con el neologismo ‘aporofobia’, acuñado por la catedrática Adela Cortina a partir de los términos griegos áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico), que la RAE incorporó en 2017 para dar nombre al miedo, el rechazo o la aversión a los pobres.
Otro ejemplo es ‘resignificación’, cuya inclusión en el diccionario académico está en estudio con el sentido de acción y efecto de resignificar (dar a algo un nuevo significado). Aunque el Gobierno la ha puesto de moda, lleva tiempo aplicándose en psicología para ayudar a las personas a encontrar salida a situaciones o experiencias difíciles y también en educación, donde se refiere a la capacidad de los profesores y estudiantes de encontrar nuevos usos en la práctica pedagógica.
Su vinculación con la memoria histórica, no obstante, resulta arriesgada. Es cierto que tiene sentido relacionar el término ‘resignificación’ con los procesos de memoria colectiva como pretende hacer el Gobierno, pues, según cómo recordamos nuestro pasado, dependerá lo que vivimos cada vez que hacemos memoria de él. Ahora bien, como advierte la periodista María José Pou en una tribuna, no es fácil.
Si un lugar fue creado para la exaltación de una dictadura, es razonable que un Estado democrático procure evitar que siga utilizándose para ese fin. Sin embargo, existe el riesgo de realizar el proceso contrario y pasar al otro extremo, esto es, resignificar para conmemorar una etapa de la historia de España en la que se atentó, torturó y asesinó a miles de españoles por ser de derechas o católicos. Las realidades de la historia piden ser acogidas para aprender de ellas. Conviene ser muy prudentes para no violentarlas ni manipularlas.
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