Una vez alguien dijo que aprender a ser cortés es algo necesario en la vida social y familiar. Y añadía: «al igual que la gracia y la virtud, engendra mutua simpatía». A través de los años uno aprende a saborear la certeza de esas palabras y aún añadiría que también es muy gratificante aprender a ser cortés con uno mismo.
¿Cuántas veces se regaña usted por algún error o unas palabras inoportunas? ¿O siente fastidio o indignación ante cualquier falta de cortesía que alguien tiene con nosotros o con otros, delante nuestro?
Es bueno indicar lo que es problema muy actual: la pérdida de la cortesía como virtud social, la creciente e imparable ausencia de buenos modales, el aumento de la grosería, las palabras soeces, los malos modos y la ausencia total de delicadeza en el trato... Y todo ello sin que la edad, el sexo u otros factores de indefensión, tengan algún efecto suavizador o «exculpatorio» para la persona que pierde los estribos o simplemente abusa de su supuesta «razón» o «superioridad» buscando el aniquilamiento moral, la vergüenza o la burla sobre otra persona...
Vivimos una época en la que el «tú» se impone por costumbre, las galanterías con el otro sexo son desdeñadas y sujeto de sospecha, la vejez estorba y, en el mejor de los casos, es ninguneada.
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