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Opinión
Etiquetas | Europa | Valores | Libertades | Derechos Humanos
El ciudadano, empachado por la idea de que aún vive en el paraíso del pensamiento y de los derechos humanos, se ha despreocupado de vigilar si esto ha variado

Europa, ¿problema moral?

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La verdadera moralidad implica luchar por la justicia y por la verdad; de la misma forma que la injusticia necesita de la mentira para perpetuarse.


Europa, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, perdió su alma. Cuando la moral cae en el estereotipo es que ha anulado su capacidad evaluativa. Incluso podemos degradar la cosa: ya no es creadora de ideas, sino receptora de modas (París ya no es ni en eso capital rectora). Lo mismo ha ocurrido con autores, música, arte (sobre todo con el séptimo), filosofía, periodismo, geopolítica.


Esta pérdida incluso ha provocado situaciones paradójicas, como la de tener que delegar la dirección del continente (o subcontinente) en la potencia perdedora de la última contienda mundial: Alemania.


La UE, el euro, la re y desindustrialización, se conformaron sobre las medidas y necesidades de Alemania, convertida en escaparate propagandístico del vencedor principal a este lado del muro. Pero, lamentablemente, con pérdidas importantes para los países más débiles. La capacidad adquisitiva de la peseta, por ejemplo, al convertirse en euro, según economistas y matemáticos solventes, bajó de 10 a 6.


El ciudadano, empachado por la idea de que aún vive en el paraíso del pensamiento y de los derechos humanos, se ha despreocupado de vigilar si esto ha variado. Ese ciudadano ha dejado de crecer, y ha cambiado la curiosidad intelectual por un conformismo ingenuo (su actual situación geopolítica lo demuestra). Cree que vive en una democracia plena y garantizada, donde las libertades, incluidas la de expresión y opinión, siguen intactas y aseguradas. Que no le pregunten en qué podrían derivar leyes como las de Servicios Digitales de la Unión Europea o la de la Seguridad de las redes y sistemas de información, leyes aparentemente técnicas.


¿De dónde proviene esta confianza?: de su ignorancia histórica; de creer que el mundo siempre fue así; de ignorar u olvidar que hubo épocas en las que las libertades desaparecieron (en Alemania, por ejemplo, injustificado paradigma de democracia histórica). No mejor es la situación de la creatividad intelectual. La soberbia con la que muchos hablan es prueba de su despiste. Ejemplo: una alemana ilustre hablaba en una mesa redonda sobre la violencia histórica de otros países. Había olvidado sus dos guerras mundiales. Públicamente se puede ser embustero, nunca tonto.


Sobre estas bases no es fácil articular un pensamiento crítico que pueda discernir entre lo justo, lo injusto y lo indiferente. No digamos entre lo conveniente y lo inconveniente. Nuestro ombligo ideológico, sin previo análisis ni contraste, sólo tiene una convicción, la de ser un modelo a imitar, de lo que deriva un injustificado derecho de imposición sobre los demás (excepto sobre el faro transatlántico, claro está). Es decir, convicciones más próximas a la fe que a la razón. ¿Qué dirían Spinoza, Suarez, Leibniz, Bruno, Servet, Kant, Hegel, Marx, Locke, Lomonosov, Montesquieu, Schopenhauer, Gramsci, Sartre u Ortega y Gasset, él, tan preocupado por el hombre masa? (Esto sin retroceder a Grecia, o a Roma en lo que afecta al derecho o la ingeniería). Y no los nombramos como ejemplos de pensamiento a seguir, sino como prueba de la variedad de pensamiento.


Esto es así por muchos motivos: campañas de opinión, comodidad, unos sucedáneos hábilmente administrados, rutina, egoísmo, pereza ante el esfuerzo que requiere obtener una información veraz; negligencia --si no colaboracionismo-- de quienes estarían obligados a avisar sobre los peligros que puede representar una sociedad desmedulada moral y culturalmente.


¿Fue un error ignorar a un pacifista como Romain Rolland?


Es cierto que en las últimas décadas nuestras sociedades se han empobrecido en el aspecto cultural. Pero, aun estando convencidos de que el pensamiento pasado era mucho más rico, variado y crítico que el actual, no todo era perfecto. Precisamente, esas imperfecciones son las que deberíamos investigar, porque abren caminos a otras imperfecciones más peligrosas si cabe. Nos viene a la mente un autor con el que siempre hemos simpatizado, tanto por su obra literaria como por sus valientes posturas personales: Romain Rolland, cuya divisa era “no acepto”. Aborrecido tanto por franceses como por alemanes, y a pesar de recibir el premio Nobel de Literatura, su crédito personal no se rehízo. En 1919 se dio el premio Nobel de la Paz a Woodrow Wilson, contendiente, enemigo de los derechos de las mujeres y de los afroamericanos. Lo justo habría sido otorgárselo a Rolland, pero nunca se le perdonó su “traición”. Aún hoy en muchas historias de literatura francesa se le menciona reducido a la mínima expresión (dos líneas), si es que se le menciona. Situación inconcebible dados los conflictos que se multiplicaron posteriormente.


No obstante, hay que añadir que también hubo capacidad para rectificar. Thomas Mann (Nobel en 1929), por ejemplo, después de criticarle injustamente, reconoció su error. Decidido antinazi y antifascista, su obra “España”, por fin se ha traducido en nuestro país, después de más de ochenta años. Otro problema, el de la desmemoria consciente.


Es decir, que los glosadores no han sido capaces de comprender la concatenación de las acciones políticas. Con un poco de esfuerzo podrían haber advertido que sin el reparto colonial de África y otros continentes, no se habrían producida la Primera y Segunda Guerra Mundial, con sus consiguientes setenta u ochenta millones de muertos. Esto sin contar a las víctimas del colonialismo, que es otra matemática, si cabe más terrible, y que nos tiene indiferentes,

Por supuesto, Romain Rolland no es la única víctima de la parcialidad histórica. Pero mostrarse pacifista en plena guerra requiere una especial entereza espiritual. Voluntario de la Cruz Roja, fundador de la revista Europa, biógrafo de Ghandi, Ramakrishna, Vivekananda, es extraño que en estos tiempos de espiritualidad y yoga, se prefiere “La matanza de Texas” a su monumental “Jean-Christophe”.


Curioso que Europa ignore a uno de sus principales precursores, que no concebía otras vías para el continente que las de la paz y el entendimiento (igualmente se han ignorado las advertencias de Clausewitz, Bismarck o Haushofer sobre el aislamiento del continente). Hablando de ellas (paz y entendimiento), es imposible olvidar su sombra, la violencia. Deberíamos recordar la teoría de Johan Galtung. Para el autor la violencia percibida es sólo la punta de un iceberg, ¿No nos preocupa la violencia sumergida bajo las aguas de la ignorancia?


¿Todo esto nos afecta directamente?


¿Podemos ser indiferentes a este estado de cosas? Uno de los errores más comunes es creer que el mundo del pensamiento no tiene influencia sobre el tipo de vida. Paridas mentales, se dice. Entonces, ¿por qué el poder se preocupa tanto por controlarlo?


¿Es esta una lucha individual? No, es colectiva, pero una torre no se construye sin ladrillos. La cultura, sedimento de lo demás, afecta a todos. Individuos, familias, mundo académico, instituciones públicas y privadas, partidos, estado, empresas, etc. Hay gente que cree que su bienestar personal es la imagen del mundo. Tal despiste demuestra insensibilidad y tontería. Muchos ricos se quejan de que ya hay zonas por las que no pueden transitar. Pues eso es poco comparado con lo que significaría la hecatombe de la civilización. ¿Exageración? La duda define el estado de la cuestión. ¿Son la élite y desconocen que están cavando túneles bajo el sedimento sobre el que asientan sus privilegios?


Tres instituciones fundamentales


Elementos importantes para que no aboquemos a un desastre es que individual y colectivamente retomemos el control de nuestro pensamiento, de nuestra moral racionalizada. Hay dos o tres instituciones que son fundamentales porque sus acciones tienen repercusión colectiva. Nos referimos a los partidos políticos, a los medios de comunicación y a las instituciones académicas. Y no nos referimos sólo a los edificios, sino también a los ladrillos. Cada militante-votante, cada comunicador, cada profesor, debe decirse que “no acepta”. ¿Cómo respetarse intelectualmente cuando se reflexiona con unas reglas disformes, (sin proporción, medida ni coherencia), apartadas del sentido de lo justo e inspiradas por gentes de mínima solvencia? ¿Cómo pretender ser rectores cuando en las mismas circunstancias aquí se puede decir blanco y allí negro, sin sonrojarse? ¿Cómo ser rectores sin sentido de la justicia? Hasta los actos más insignificantes se han visto afectados por esta carencia de sentido común. ¿A nadie le sorprende lo de Eurovisión?


¿Cómo articular un modelo si no hay organismos colectivos de pensamiento que los elaboren libre e independientemente? ¿Los llamados think tank, como antes las agencias de calificación, con intereses directos en lo que calificaban? ¿Cómo saber si son racionales si la mayoría de los comunicadores sólo espera recibir la orden oportuna, sin opción para una selección e interpretación autónoma? ¿Tan claro y uniforme es lo justo que no acepta interpretaciones diversas? Del pensamiento único se pasa a la raza única. Ya hay esbozos.


La única solución para esa moral exánime es pensándola de nuevo; contradictoria y variadamente. No es creíble que se renuncie a los principios para protegerlos. Todo nuestro pensamiento está en cuestión. Racionalizar la interpretación de la historia (y no haciendo lo que se hizo, sobre todo después, con Romain Rolland) nos permitiría ver con claridad. Sí se critica la esclavitud, el colonialismo, no se puede, bajo fórmulas hipócritas, perseguir políticas que busquen idénticos réditos. Ahora, de repente, después de guerras, dictadores y miserias olvidadas, se ha ordenado la preocupación por África, pero con un deje colonialista que hace dudar de su desinteres. ¿Qué le ocurre a la pobre Francia, tan leal ella con nosotros?


Si los sátrapas son objeto de nuestras críticas, qué diremos de nuestro “uno por ciento”. Continuar renunciando a nuestro pensamiento llevará a resultados que ya se están insinuando. Pero parece que la cerrazón torpe se está imponiendo, sin llegar a aceptar que la hostilidad a la realidad nunca llevó a buen fin.

Europa, ¿problema moral?

El ciudadano, empachado por la idea de que aún vive en el paraíso del pensamiento y de los derechos humanos, se ha despreocupado de vigilar si esto ha variado
Luis Méndez Viñolas
jueves, 4 de abril de 2024, 09:16 h (CET)

La verdadera moralidad implica luchar por la justicia y por la verdad; de la misma forma que la injusticia necesita de la mentira para perpetuarse.


Europa, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, perdió su alma. Cuando la moral cae en el estereotipo es que ha anulado su capacidad evaluativa. Incluso podemos degradar la cosa: ya no es creadora de ideas, sino receptora de modas (París ya no es ni en eso capital rectora). Lo mismo ha ocurrido con autores, música, arte (sobre todo con el séptimo), filosofía, periodismo, geopolítica.


Esta pérdida incluso ha provocado situaciones paradójicas, como la de tener que delegar la dirección del continente (o subcontinente) en la potencia perdedora de la última contienda mundial: Alemania.


La UE, el euro, la re y desindustrialización, se conformaron sobre las medidas y necesidades de Alemania, convertida en escaparate propagandístico del vencedor principal a este lado del muro. Pero, lamentablemente, con pérdidas importantes para los países más débiles. La capacidad adquisitiva de la peseta, por ejemplo, al convertirse en euro, según economistas y matemáticos solventes, bajó de 10 a 6.


El ciudadano, empachado por la idea de que aún vive en el paraíso del pensamiento y de los derechos humanos, se ha despreocupado de vigilar si esto ha variado. Ese ciudadano ha dejado de crecer, y ha cambiado la curiosidad intelectual por un conformismo ingenuo (su actual situación geopolítica lo demuestra). Cree que vive en una democracia plena y garantizada, donde las libertades, incluidas la de expresión y opinión, siguen intactas y aseguradas. Que no le pregunten en qué podrían derivar leyes como las de Servicios Digitales de la Unión Europea o la de la Seguridad de las redes y sistemas de información, leyes aparentemente técnicas.


¿De dónde proviene esta confianza?: de su ignorancia histórica; de creer que el mundo siempre fue así; de ignorar u olvidar que hubo épocas en las que las libertades desaparecieron (en Alemania, por ejemplo, injustificado paradigma de democracia histórica). No mejor es la situación de la creatividad intelectual. La soberbia con la que muchos hablan es prueba de su despiste. Ejemplo: una alemana ilustre hablaba en una mesa redonda sobre la violencia histórica de otros países. Había olvidado sus dos guerras mundiales. Públicamente se puede ser embustero, nunca tonto.


Sobre estas bases no es fácil articular un pensamiento crítico que pueda discernir entre lo justo, lo injusto y lo indiferente. No digamos entre lo conveniente y lo inconveniente. Nuestro ombligo ideológico, sin previo análisis ni contraste, sólo tiene una convicción, la de ser un modelo a imitar, de lo que deriva un injustificado derecho de imposición sobre los demás (excepto sobre el faro transatlántico, claro está). Es decir, convicciones más próximas a la fe que a la razón. ¿Qué dirían Spinoza, Suarez, Leibniz, Bruno, Servet, Kant, Hegel, Marx, Locke, Lomonosov, Montesquieu, Schopenhauer, Gramsci, Sartre u Ortega y Gasset, él, tan preocupado por el hombre masa? (Esto sin retroceder a Grecia, o a Roma en lo que afecta al derecho o la ingeniería). Y no los nombramos como ejemplos de pensamiento a seguir, sino como prueba de la variedad de pensamiento.


Esto es así por muchos motivos: campañas de opinión, comodidad, unos sucedáneos hábilmente administrados, rutina, egoísmo, pereza ante el esfuerzo que requiere obtener una información veraz; negligencia --si no colaboracionismo-- de quienes estarían obligados a avisar sobre los peligros que puede representar una sociedad desmedulada moral y culturalmente.


¿Fue un error ignorar a un pacifista como Romain Rolland?


Es cierto que en las últimas décadas nuestras sociedades se han empobrecido en el aspecto cultural. Pero, aun estando convencidos de que el pensamiento pasado era mucho más rico, variado y crítico que el actual, no todo era perfecto. Precisamente, esas imperfecciones son las que deberíamos investigar, porque abren caminos a otras imperfecciones más peligrosas si cabe. Nos viene a la mente un autor con el que siempre hemos simpatizado, tanto por su obra literaria como por sus valientes posturas personales: Romain Rolland, cuya divisa era “no acepto”. Aborrecido tanto por franceses como por alemanes, y a pesar de recibir el premio Nobel de Literatura, su crédito personal no se rehízo. En 1919 se dio el premio Nobel de la Paz a Woodrow Wilson, contendiente, enemigo de los derechos de las mujeres y de los afroamericanos. Lo justo habría sido otorgárselo a Rolland, pero nunca se le perdonó su “traición”. Aún hoy en muchas historias de literatura francesa se le menciona reducido a la mínima expresión (dos líneas), si es que se le menciona. Situación inconcebible dados los conflictos que se multiplicaron posteriormente.


No obstante, hay que añadir que también hubo capacidad para rectificar. Thomas Mann (Nobel en 1929), por ejemplo, después de criticarle injustamente, reconoció su error. Decidido antinazi y antifascista, su obra “España”, por fin se ha traducido en nuestro país, después de más de ochenta años. Otro problema, el de la desmemoria consciente.


Es decir, que los glosadores no han sido capaces de comprender la concatenación de las acciones políticas. Con un poco de esfuerzo podrían haber advertido que sin el reparto colonial de África y otros continentes, no se habrían producida la Primera y Segunda Guerra Mundial, con sus consiguientes setenta u ochenta millones de muertos. Esto sin contar a las víctimas del colonialismo, que es otra matemática, si cabe más terrible, y que nos tiene indiferentes,

Por supuesto, Romain Rolland no es la única víctima de la parcialidad histórica. Pero mostrarse pacifista en plena guerra requiere una especial entereza espiritual. Voluntario de la Cruz Roja, fundador de la revista Europa, biógrafo de Ghandi, Ramakrishna, Vivekananda, es extraño que en estos tiempos de espiritualidad y yoga, se prefiere “La matanza de Texas” a su monumental “Jean-Christophe”.


Curioso que Europa ignore a uno de sus principales precursores, que no concebía otras vías para el continente que las de la paz y el entendimiento (igualmente se han ignorado las advertencias de Clausewitz, Bismarck o Haushofer sobre el aislamiento del continente). Hablando de ellas (paz y entendimiento), es imposible olvidar su sombra, la violencia. Deberíamos recordar la teoría de Johan Galtung. Para el autor la violencia percibida es sólo la punta de un iceberg, ¿No nos preocupa la violencia sumergida bajo las aguas de la ignorancia?


¿Todo esto nos afecta directamente?


¿Podemos ser indiferentes a este estado de cosas? Uno de los errores más comunes es creer que el mundo del pensamiento no tiene influencia sobre el tipo de vida. Paridas mentales, se dice. Entonces, ¿por qué el poder se preocupa tanto por controlarlo?


¿Es esta una lucha individual? No, es colectiva, pero una torre no se construye sin ladrillos. La cultura, sedimento de lo demás, afecta a todos. Individuos, familias, mundo académico, instituciones públicas y privadas, partidos, estado, empresas, etc. Hay gente que cree que su bienestar personal es la imagen del mundo. Tal despiste demuestra insensibilidad y tontería. Muchos ricos se quejan de que ya hay zonas por las que no pueden transitar. Pues eso es poco comparado con lo que significaría la hecatombe de la civilización. ¿Exageración? La duda define el estado de la cuestión. ¿Son la élite y desconocen que están cavando túneles bajo el sedimento sobre el que asientan sus privilegios?


Tres instituciones fundamentales


Elementos importantes para que no aboquemos a un desastre es que individual y colectivamente retomemos el control de nuestro pensamiento, de nuestra moral racionalizada. Hay dos o tres instituciones que son fundamentales porque sus acciones tienen repercusión colectiva. Nos referimos a los partidos políticos, a los medios de comunicación y a las instituciones académicas. Y no nos referimos sólo a los edificios, sino también a los ladrillos. Cada militante-votante, cada comunicador, cada profesor, debe decirse que “no acepta”. ¿Cómo respetarse intelectualmente cuando se reflexiona con unas reglas disformes, (sin proporción, medida ni coherencia), apartadas del sentido de lo justo e inspiradas por gentes de mínima solvencia? ¿Cómo pretender ser rectores cuando en las mismas circunstancias aquí se puede decir blanco y allí negro, sin sonrojarse? ¿Cómo ser rectores sin sentido de la justicia? Hasta los actos más insignificantes se han visto afectados por esta carencia de sentido común. ¿A nadie le sorprende lo de Eurovisión?


¿Cómo articular un modelo si no hay organismos colectivos de pensamiento que los elaboren libre e independientemente? ¿Los llamados think tank, como antes las agencias de calificación, con intereses directos en lo que calificaban? ¿Cómo saber si son racionales si la mayoría de los comunicadores sólo espera recibir la orden oportuna, sin opción para una selección e interpretación autónoma? ¿Tan claro y uniforme es lo justo que no acepta interpretaciones diversas? Del pensamiento único se pasa a la raza única. Ya hay esbozos.


La única solución para esa moral exánime es pensándola de nuevo; contradictoria y variadamente. No es creíble que se renuncie a los principios para protegerlos. Todo nuestro pensamiento está en cuestión. Racionalizar la interpretación de la historia (y no haciendo lo que se hizo, sobre todo después, con Romain Rolland) nos permitiría ver con claridad. Sí se critica la esclavitud, el colonialismo, no se puede, bajo fórmulas hipócritas, perseguir políticas que busquen idénticos réditos. Ahora, de repente, después de guerras, dictadores y miserias olvidadas, se ha ordenado la preocupación por África, pero con un deje colonialista que hace dudar de su desinteres. ¿Qué le ocurre a la pobre Francia, tan leal ella con nosotros?


Si los sátrapas son objeto de nuestras críticas, qué diremos de nuestro “uno por ciento”. Continuar renunciando a nuestro pensamiento llevará a resultados que ya se están insinuando. Pero parece que la cerrazón torpe se está imponiendo, sin llegar a aceptar que la hostilidad a la realidad nunca llevó a buen fin.

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