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Posiblemente algún día me acerque a él y le daré la enhorabuena

El hombre del sombrero

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Podría parecer una extravagancia escribir en estos tiempos algo relacionado con el sombrero, cuando el empleo de esta prenda ha caído en desuso considerablemente- Sin duda sería mucho más familiar -y quizás atractivo- escribir sobre el hombre y el perro o el hombre y el móvil que tienen más visos de relación con los tiempos que corren. Pero, no va a ser del sombrero de lo que voy a escribir porque acudiendo a la buena información que se puede encontrar en internet quedaremos completamente satisfechos de la antigua y apasionante historia de esta prenda de vestir, cuya palabra procede de la voz latina umbra que significa sombra.


Hoy quiero contar un caso verídico que contemplo con mucha frecuencia desde la terracita/balcón de mi casa en la plaza de Colón, de Córdoba y, a veces, desde la calle cuando doy el preceptivo y saludable paseo matutino. Se trata, como ya habrán adivinado, de mi “hombre del sombrero”. Y voy a relatarles lo que sucede con él.


Es un señor, de mediana estatura y también aparenta ser de mediana edad, despierta mi atención por muchas cosas y todas positivas. Primeramente camina muy derecho y con mucha seguridad, a un paso -diríamos ligero- pero no acelerado. Viste habitualmente con un atuendo que denota su interés por ir bien presentado y siempre tocado con sombrero (no sé si tiene varios). La peculiaridad de este hombre es que su caminar (casi siempre pegado a los aparcamientos) lo acompaña de un interés muy definido: observar el suelo. Supongo que alguna vez (o más de alguna, si cabe) habrá encontrado en su caminar alguna moneda extraviada por alguien al subir o bajar de su vehículo. Lo que le anima a convertir su paseo en una fuente de ingresos de poco calado pero de mucha satisfacción. Y, también, escudriña en las máquinas que emiten los tickets por si algún despistado no recogió el cambio.


Para ir terminando, confieso que cuando encuentra su preciado tesoro lo hace de una forma especial: mira a su alrededor y como con disimulo no exento de elegancia recoge su peculiar cosecha y sigue caminando entre altanero y contento sin perder su compostura. Posiblemente algún día me acerque a él y le daré la enhorabuena.

El hombre del sombrero

Posiblemente algún día me acerque a él y le daré la enhorabuena
Gabriel Muñoz Cascos
viernes, 18 de agosto de 2023, 09:28 h (CET)

Podría parecer una extravagancia escribir en estos tiempos algo relacionado con el sombrero, cuando el empleo de esta prenda ha caído en desuso considerablemente- Sin duda sería mucho más familiar -y quizás atractivo- escribir sobre el hombre y el perro o el hombre y el móvil que tienen más visos de relación con los tiempos que corren. Pero, no va a ser del sombrero de lo que voy a escribir porque acudiendo a la buena información que se puede encontrar en internet quedaremos completamente satisfechos de la antigua y apasionante historia de esta prenda de vestir, cuya palabra procede de la voz latina umbra que significa sombra.


Hoy quiero contar un caso verídico que contemplo con mucha frecuencia desde la terracita/balcón de mi casa en la plaza de Colón, de Córdoba y, a veces, desde la calle cuando doy el preceptivo y saludable paseo matutino. Se trata, como ya habrán adivinado, de mi “hombre del sombrero”. Y voy a relatarles lo que sucede con él.


Es un señor, de mediana estatura y también aparenta ser de mediana edad, despierta mi atención por muchas cosas y todas positivas. Primeramente camina muy derecho y con mucha seguridad, a un paso -diríamos ligero- pero no acelerado. Viste habitualmente con un atuendo que denota su interés por ir bien presentado y siempre tocado con sombrero (no sé si tiene varios). La peculiaridad de este hombre es que su caminar (casi siempre pegado a los aparcamientos) lo acompaña de un interés muy definido: observar el suelo. Supongo que alguna vez (o más de alguna, si cabe) habrá encontrado en su caminar alguna moneda extraviada por alguien al subir o bajar de su vehículo. Lo que le anima a convertir su paseo en una fuente de ingresos de poco calado pero de mucha satisfacción. Y, también, escudriña en las máquinas que emiten los tickets por si algún despistado no recogió el cambio.


Para ir terminando, confieso que cuando encuentra su preciado tesoro lo hace de una forma especial: mira a su alrededor y como con disimulo no exento de elegancia recoge su peculiar cosecha y sigue caminando entre altanero y contento sin perder su compostura. Posiblemente algún día me acerque a él y le daré la enhorabuena.

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