¿Hemos perdido o estamos en trance de perder competencias memorísticas? Mala noticia en ese caso, pues la memoria actúa como argamasa de nuestro yo y como fundamento de los procesos cognitivos. Ya hace casi seis décadas que Frances Amelia Yates, historiadora británica, publicó un libro titulado “El arte de la memoria”, en el que desgranaba las distintas técnicas de memorización o recuerdo utilizadas a lo largo del tiempo. Relataba la autora como los griegos impulsaron un arte de la memoria, después heredado por Roma, que lo transmitió al Medievo. Tengamos en cuenta que, en la época anterior a la imprenta, una memoria bien entrenada resultaba prioritaria. Y Yates reconstruyó la manera en la que nuestros antepasados memorizaron cantidad de datos, pensamientos e informaciones para retener el conocimiento antes de la revolución del libro impreso.
El debate acerca de la influencia de las tecnologías sobre la memoria es viejo. Cuenta Platón cómo el inventor de la escritura, el dios Theuth, habría mostrado su invento ante Thamus (rey de Egipto), argumentando que la escritura haría a los egipcios más sabios y memoriosos; ante ello Thamus refutó la idea, afirmando que la escritura provocaría que los hombres olvidasen cómo debían recordar, pues confiarían en la escritura en lugar de en su propia memoria. Supuso ello el inicio mítico de un debate que llega hasta hoy.
¿Nos suena? En estos días, hablamos sobre las pantallas, sobre la información almacenada en Internet y, últimamente, sobre la IA. Si vamos a la propia Red, hallamos opiniones muy distintas, y variadas, acerca de la cuestión. Se dice, por ejemplo, que el uso de Internet disminuye la concentración y tiende a que externalicemos la memoria, confiados en el dispositivo que siempre nos acompaña. Parece muy cómodo no tener que esforzarse en memorizar datos si los llevamos en nuestro bolsillo.
Leo, en “National Geographic” (1), un artículo que comienza así: “Imagina que un día, como otro cualquiera, sales de casa para ir al súper, a tu parque favorito o a casa de un buen amigo. Sin embargo, tras dar unos pasos, te das cuenta de que no recuerdas cómo llegar hasta allí. Y no, no es porque se trate de un lugar nuevo, sino porque siempre has usado Google Maps para guiarte. Pues bien, algo así le ocurrió a Adrian Ward, un psicólogo que llevaba nueve años conduciendo por Austin, Texas. Debido a un fallo tecnológico, ese día Adrian se quedó sin GPS y, de pronto, se sintió perdido en su propia ciudad”.
Un caso un tanto extremo, pero sirve para plantear el asunto. En el mismo artículo, se alude al “efecto Google”. Ya hace casi tres lustros que la psicóloga Betsy Sparrow realizó un estudio (2) en el que describió dicho efecto, relacionado con la rapidez de acceso a la información a través de nuestros dispositivos, que podría generar una falsa sensación de conocimiento. En realidad, pienso yo que el verdadero pensamiento se desarrolla cuando establecemos relaciones entre datos y hechos que están en nuestra propia memoria y no en una memoria externa que no forma parte de nosotros, de nuestro cerebro, por muy rápido que accedamos a la misma. Dejamos además de utilizar ciertas capacidades, como la orientación, sustituida por la tecnología, y ello podría afectar a otras. O sea, que empezamos en Platón y hasta aquí llegamos, desde la escritura a Google. Se va añadiendo, a todo ello, la IA y, con la misma, los “chatbots”. ¿Nos haremos perezosos desde el punto de vista cognitivo? La IA nos evita tareas, en gran parte onerosas y repetitivas, y ello nos hace felices, pero es posible que vayamos siendo cada vez más dependientes y que perdamos habilidades.
Aunque no quiero caer en la “tecnofobia” (una de las dos posturas extremas ante cualquier innovación, opuesta a la “tecnofilia”), no deja de causar cierto espanto. Toda tecnología tiene ventajas e inconvenientes y, en caso de la IA, frente a sus aspectos positivos, como la eficiencia o su aplicación a la medicina, por citar dos de los más enumerados, hay otros menos agradables, en forma de riesgos para nuestra libertad, nuestra forma de vida y nuestras destrezas; algunos de ellos asustan al ser humano cabal. Al final, el aristotélico término medio puede ser la solución; nunca es posible la vuelta atrás y, una vez abierta la caja de Pandora, en este caso y en el de cualquier revolución técnica, no queda otra que adaptarse como se ha hecho siempre, minimizando, en la medida de lo posible, los aspectos negativos e intentando aprovechar los positivos. Cerrarse en banda y negar la realidad nunca ha sido la solución de nada. Pero no por ello deja de ser preocupante. --------------------------
1. https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/internet-y-ia-pueden-estar-afectando-a-tu-memoria_24286 2. https://francis.naukas.com/2011/07/14/el-efecto-google-y-la-internet-como-el-disco-duro-de-nuestro-cerebro/
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