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Salvar y proteger vidas

Es un deber moral salvaguardar existencias y regenerar savias, favorecer todas aquellas iniciativas orientadas a promover la asistencia humanitaria a quienes sufren todo tipo de abandono
Víctor Corcoba
jueves, 17 de agosto de 2023, 10:37 h (CET)

Me alegran esas gentes de bien, de palabra auténtica y de obrar coherente, que no tienen otro propósito en sus vidas, que la de donarse a los demás. Realmente, nos necesitamos unos a otros. Hay que generar vínculos, permanecer en guardia con los brazos abiertos, hermanarse previo activar el espíritu reconciliador. Para desgracia de todos, el mundo soporta una crisis humanitaria como jamás, lo que requiere una respuesta solidaria, clemente y un inmediato compromiso, tan afectivo como efectivo, de recursos.


Hemos de asimilar la comprensión, si en verdad queremos salvar y proteger subsistencias. No podemos continuar anclados en las guerras de otros tiempos, somos seres de pasión, en permanente evolución. Por eso, a mi juicio, es necesario urgentemente activar otros lenguajes más del corazón que del cuerpo, consensuar posturas para sostener el estado de derecho y sustentar la autocrítica. Por cierto; ahí están los derechos humanos fundamentales, continuamente violados, y así tampoco lograremos forjar nuestro futuro unido.


Florecemos como caminantes, estamos aquí para hacernos el acontecer diario mejor unos a otros, para cooperar entre sí, suceda lo que suceda. Indudablemente, la primera tarea mundial es poner fin a los combates, protegernos y permitir que las organizaciones humanitarias tengan acceso sin restricciones a todas las zonas, donde habiten seres humanos. Quitemos barreras y trabajemos sin descanso por poner fin a la violencia. La destrucción de hogares, por diversas contiendas, tiene que cesar urgentemente.


Hay que hacer familia, sentirse rama de concordia y concebirse como arboleda conjunta. Tenemos que ejercitar el querer y el servir; así como el conjugar el amor de verdad, que es pura donación y entrega. Hoy más que nunca, se requiere injertar un nuevo aire, verse lozano en lugar de hundido en el enfado. Será bueno acariciar con la mirada, levantar el ánimo para cambiar de orientación. Todo esto contribuirá a mejorar la salud espiritual. Sólo así podremos vivir, y desvivirnos por vivir, en gratuidad y en gratitud. Al fin y al cabo, el mayor gozo está en el buen obrar.


El contexto actual, altamente interdependiente, nos demanda otro brío más fraternal, para conseguir un mundo sin miserias y habitable, o sea hermanado, en el que sea posible derrotar los venenos del odio y la venganza, y que domine la solidaridad a través de los estados de derecho, elevando tanto la decencia como la docencia, por todos los rincones del orbe. Fuera del aliento armónico no hay posibilidad de entenderse ni de atenderse. Ciertamente, los privilegiados tienen que bajarse del pedestal y los ignorados han de salir de sí, para hacer camino y engendrar una sonrisa en sus pasos.


Por consiguiente, es un deber moral salvaguardar existencias y regenerar savias, favorecer todas aquellas iniciativas orientadas a promover la asistencia humanitaria a quienes sufren todo tipo de abandono. Las políticas excluyentes han de revolverse contra sí y hacerse más poéticas incluyentes. Naturalmente, nos merecemos otros liderazgos más conciliadores, que atiendan y entiendan a los que no tienen voz, infundiéndoles valor y esperanza. Sin duda, nos merecemos la visión del viandante avispado para poder discernir.


En cualquier caso, tenemos que aprender a reprendernos, a reconciliarnos entre sí y con los demás, a trabajar con la ilusión de crecer en la verdad, lo que significa promover la lucidez en lo auténtico para que florezca la justicia social en todos los pueblos. De todas estas cuestiones hablamos y hablamos..., pero la realidad es otra bien distinta. Hay gentes que se mueren en vida, por las que no hacemos apenas nada. Cultivemos mucho más el esfuerzo de cada día, sobre todo en recibir, asistir y salvaguardar, a esos análogos nuestros obligados a abandonar sus moradas.


Tampoco podemos continuar bañados por la injusticia. Sabemos que la entereza es crucial para la paz, a pesar de que mostremos indiferencia hacia esas personas que viven en una sinrazón extrema. Pongámonos en acción. Reaccionemos. Activemos la palabra, seamos coherentes con los abrazos, impulsemos el diálogo y no el sonido de los tambores de las absurdas batallas, para que la protección de vidas humanas sea una prioridad en todos los gobiernos. Con adhesión de pulsos, siempre hay expectativa de brotes, incluso en los terrenos más áridos.

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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