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Su obra cuenta historias sin aparente interconexión, pero, a través de sus elementos estéticos, cobran sentido en los rincones cerebrales

Jonathan Vásquez, pintor sin fronteras

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La intimidad del yo y la otredad del todo.

La intimidad del todo y la otredad del yo.

No hay fronteras en este diálogo frente al espejo.

Abel Pérez Rojas


Mientras en mi cabeza ronda la ineludible escapatoria de reflexionar sobre mis raíces oaxaqueñas y la vasta belleza de la Reserva de la Biósfera Tehuacán – Cuicatlán, me cuestiono: ¿soy yo por mis límites o soy yo por mi capacidad de romper las fronteras del entendimiento?


Guardo silencio.


No puedo controlar mi imaginación al reproducir en mi mente ese escenario milenario en el cual este territorio cubierto hoy por cactáceas, alguna vez fue mar. Frente a mí aparece un enorme señalamiento con fondo verde y letras blancas que dice:“Bienvenido a Oaxaca”; leyenda que parece activar el reproductor de música con sonido estereofónico:

Muere el Sol en los montes / con la luz que agoniza / pues la vida en su prisa / nos conduce a morir / pero no importa saber / que voy a tener el mismo final / porque me queda el consuelo / que Dios nunca morirá… (Dios nunca muere. Macedonio Alcalá. 1868).


Un par de lágrimas escapan a mis centinelas cubiertos por gafas oscuras, mientras escucho el vals con más de ciento cincuenta años de vigencia considerado el himno no oficial de Oaxaca.

En medio de ese arrebato de nostalgia, punzantes interrogantes e infinidad de recuerdos, sigue mi cavilación sobre las fronteras.


Generalmente las fronteras de todo tipo –incluyendo, por supuesto, las territoriales y principalmente las del entendimiento–, son limitaciones para no asimilar el potencial humano inimaginable, la capacidad que tenemos para hacer frente a las cuestiones más rudas, a las amenazas y a las situaciones increíblemente bellas, como el amor sin barreras.


Las fronteras parcializan, segregan, dividen lo que siempre ha estado unido, cognitivamente puede tratarse de una ruta para asimilar la extensión del todo a partir de las múltiples partes, siempre a costa de sacrificar la comprensión holística de la realidad.


La intimidad del yo y la otredad del todo. La intimidad del todo y la otredad del yo. ¿Cuáles son las fronteras de este diálogo frente al espejo?


Matrix y sus infaltables errores que son signo de la burbuja de burbujas en que vivimos.

The Truman Show: historia de una vida (Paramount Pictures. 1998), y el no arte de ser feliz a costa del sacrificio del genio a manos del Godínez.


Para fortuna de la humanidad, contamos con la meditación y el arte como vías de palpar los bordes artificiales que impiden hacernos uno con nuestro origen individual y colectivo.


Ya en Oaxaca, en medio de una gira literaria aderezada con artes plásticos me cubro de poesía. Entre los diversos compromisos tengo una charla pendiente que empecé en febrero de este año con el artista plástico Jonathan Vásquez.


En febrero de este año tuve un encuentro con Jonathan, el cual documenté en mi infaltable libreta amarillenta y mi todoterreno teléfono móvil. Hace cinco meses dialogamos en torno a los aportes de su obra y sus búsquedas. Esa forma muy propia que tiene de responder asuntos de la vida cotidiana desde una profundidad filosófica gestada en lienzo, madera, pintura, polvo de mármol e imaginación, mucha imaginación embrionaria.


La obra de Jonathan Vásquez cuenta historias sin aparente interconexión, pero que, a través de sus elementos estéticos cobran sentido en los rincones cerebrales en el preciso momento del clic racional con el intuitivo.


En nuestro primer encuentro valoré la obra de Jonathan como una voz plástica tendiente a la madurez artística, con pasos certeros en la búsqueda del toque que hace inconfundible la obra de alguien entre millones de voces de artistas que todos los días están produciendo algo.


Valiéndome de una lupa encontré en algunos de los cuadros de nuestro joven artista oaxaqueño ciertos elementos que él había pintado por intuición, pero que, ahora, después de varias páginas desprendidas de los calendarios impresos que ya no se usan, siguió trabajando.


Veo uno de los más recientes cuadros del artista y noto que acudió a sus raíces culturales místicas para señalar los límites que hasta ahora había respetado como una especie de pacto consigo mismo.


Sí, encuentro que Jonathan está caminando un trecho místico muy interesante. En su andar entre luces y sombras ha encontrado personajes que los ha traído a sus cuadros como una forma de bañarlos de luz y ahora los contemos como sus nuevas incorporaciones arquetípicas.


Jonathan está logrando plasmar a través de la fantasía, las fuertes raíces chamánicas oaxaqueñas, pero principalmente, está taladrando fronteras conceptuales y estéticas en muy poco tiempo.


Al momento en que levanto la mirada / para dar gracias por la lluvia, / por el sol, / por las nubes, / y por todos los seres alados / caigo en cuenta de mi parcialidad, / entonces / -un tanto apenado-, / cabizbajo agradezco la existencia / de las hormigas, / de los caracoles, / de las serpientes y... / sí, / de los gusanos, / tanto de los invertebrados / como de los que parecen homo sapiens, / aquellos en los que pongo en tela de duda / lo de pensantes por su parcialidad, / por su traición y miseria. / Al instante caigo en cuenta de mi desvarío / y retomo mi nobleza perdida / para agradecer / a todos los seres de la Tierra, / sí, / a todos, / hasta a aquellos / de los que hay que cuidarse: / Gracias por existir. / Gracias. (Gracias por existir. APR. 2023)


Las libélulas son los cuasi infaltables elementos de las pinturas de Jonathan, porque son una especie de voceros y diáconos de los seres y escenarios que son unidad en el pincel y la espátula del artista.


Jonathan ha dotado a las libélulas de carga significativa para atravesar las barreras que ha fracturado, hecho trizas y que está andando en este momento y, seguramente, en los que vienen.

Desconozco hasta dónde será capaz de llegar Jonathan Vázquez, pero lo que sí me queda claro es cómo en tan poco tiempo ha asimilado la autopoiesis como vía para la ruptura de fronteras conceptuales y significativas.


no son las hierbas del chamán / las que me afectan / no es el trabajo excesivo / lo que me aturde / es la insoluble cuestión / que merodea / vueltas y vueltas en mi cerebro / misterios profundos vuelan / cuestiones sin respuesta a la primera / a la segunda / a la tercera / a veces ni a la n potencia / vueltas de tuerca / roscas sinfín / mudanza a medias / como feroz cazador acechas / sigilosamente / sin ruido / con cautela / flotando en la espesa neblina / clavas el anzuelo añil / indefenso caigo en tu red / maravilloso momento / solo para mí / lo celebro llorando / ¡felicidad de filósofo al fin! (Insoluble cuestión. APR. 2023)


Jonathan Vásquez es un artista plástico sin fronteras, su trabajo ascendente se encargará de validar lo que digo.

Jonathan Vásquez, pintor sin fronteras

Su obra cuenta historias sin aparente interconexión, pero, a través de sus elementos estéticos, cobran sentido en los rincones cerebrales
Abel Pérez Rojas
lunes, 17 de julio de 2023, 10:31 h (CET)

La intimidad del yo y la otredad del todo.

La intimidad del todo y la otredad del yo.

No hay fronteras en este diálogo frente al espejo.

Abel Pérez Rojas


Mientras en mi cabeza ronda la ineludible escapatoria de reflexionar sobre mis raíces oaxaqueñas y la vasta belleza de la Reserva de la Biósfera Tehuacán – Cuicatlán, me cuestiono: ¿soy yo por mis límites o soy yo por mi capacidad de romper las fronteras del entendimiento?


Guardo silencio.


No puedo controlar mi imaginación al reproducir en mi mente ese escenario milenario en el cual este territorio cubierto hoy por cactáceas, alguna vez fue mar. Frente a mí aparece un enorme señalamiento con fondo verde y letras blancas que dice:“Bienvenido a Oaxaca”; leyenda que parece activar el reproductor de música con sonido estereofónico:

Muere el Sol en los montes / con la luz que agoniza / pues la vida en su prisa / nos conduce a morir / pero no importa saber / que voy a tener el mismo final / porque me queda el consuelo / que Dios nunca morirá… (Dios nunca muere. Macedonio Alcalá. 1868).


Un par de lágrimas escapan a mis centinelas cubiertos por gafas oscuras, mientras escucho el vals con más de ciento cincuenta años de vigencia considerado el himno no oficial de Oaxaca.

En medio de ese arrebato de nostalgia, punzantes interrogantes e infinidad de recuerdos, sigue mi cavilación sobre las fronteras.


Generalmente las fronteras de todo tipo –incluyendo, por supuesto, las territoriales y principalmente las del entendimiento–, son limitaciones para no asimilar el potencial humano inimaginable, la capacidad que tenemos para hacer frente a las cuestiones más rudas, a las amenazas y a las situaciones increíblemente bellas, como el amor sin barreras.


Las fronteras parcializan, segregan, dividen lo que siempre ha estado unido, cognitivamente puede tratarse de una ruta para asimilar la extensión del todo a partir de las múltiples partes, siempre a costa de sacrificar la comprensión holística de la realidad.


La intimidad del yo y la otredad del todo. La intimidad del todo y la otredad del yo. ¿Cuáles son las fronteras de este diálogo frente al espejo?


Matrix y sus infaltables errores que son signo de la burbuja de burbujas en que vivimos.

The Truman Show: historia de una vida (Paramount Pictures. 1998), y el no arte de ser feliz a costa del sacrificio del genio a manos del Godínez.


Para fortuna de la humanidad, contamos con la meditación y el arte como vías de palpar los bordes artificiales que impiden hacernos uno con nuestro origen individual y colectivo.


Ya en Oaxaca, en medio de una gira literaria aderezada con artes plásticos me cubro de poesía. Entre los diversos compromisos tengo una charla pendiente que empecé en febrero de este año con el artista plástico Jonathan Vásquez.


En febrero de este año tuve un encuentro con Jonathan, el cual documenté en mi infaltable libreta amarillenta y mi todoterreno teléfono móvil. Hace cinco meses dialogamos en torno a los aportes de su obra y sus búsquedas. Esa forma muy propia que tiene de responder asuntos de la vida cotidiana desde una profundidad filosófica gestada en lienzo, madera, pintura, polvo de mármol e imaginación, mucha imaginación embrionaria.


La obra de Jonathan Vásquez cuenta historias sin aparente interconexión, pero que, a través de sus elementos estéticos cobran sentido en los rincones cerebrales en el preciso momento del clic racional con el intuitivo.


En nuestro primer encuentro valoré la obra de Jonathan como una voz plástica tendiente a la madurez artística, con pasos certeros en la búsqueda del toque que hace inconfundible la obra de alguien entre millones de voces de artistas que todos los días están produciendo algo.


Valiéndome de una lupa encontré en algunos de los cuadros de nuestro joven artista oaxaqueño ciertos elementos que él había pintado por intuición, pero que, ahora, después de varias páginas desprendidas de los calendarios impresos que ya no se usan, siguió trabajando.


Veo uno de los más recientes cuadros del artista y noto que acudió a sus raíces culturales místicas para señalar los límites que hasta ahora había respetado como una especie de pacto consigo mismo.


Sí, encuentro que Jonathan está caminando un trecho místico muy interesante. En su andar entre luces y sombras ha encontrado personajes que los ha traído a sus cuadros como una forma de bañarlos de luz y ahora los contemos como sus nuevas incorporaciones arquetípicas.


Jonathan está logrando plasmar a través de la fantasía, las fuertes raíces chamánicas oaxaqueñas, pero principalmente, está taladrando fronteras conceptuales y estéticas en muy poco tiempo.


Al momento en que levanto la mirada / para dar gracias por la lluvia, / por el sol, / por las nubes, / y por todos los seres alados / caigo en cuenta de mi parcialidad, / entonces / -un tanto apenado-, / cabizbajo agradezco la existencia / de las hormigas, / de los caracoles, / de las serpientes y... / sí, / de los gusanos, / tanto de los invertebrados / como de los que parecen homo sapiens, / aquellos en los que pongo en tela de duda / lo de pensantes por su parcialidad, / por su traición y miseria. / Al instante caigo en cuenta de mi desvarío / y retomo mi nobleza perdida / para agradecer / a todos los seres de la Tierra, / sí, / a todos, / hasta a aquellos / de los que hay que cuidarse: / Gracias por existir. / Gracias. (Gracias por existir. APR. 2023)


Las libélulas son los cuasi infaltables elementos de las pinturas de Jonathan, porque son una especie de voceros y diáconos de los seres y escenarios que son unidad en el pincel y la espátula del artista.


Jonathan ha dotado a las libélulas de carga significativa para atravesar las barreras que ha fracturado, hecho trizas y que está andando en este momento y, seguramente, en los que vienen.

Desconozco hasta dónde será capaz de llegar Jonathan Vázquez, pero lo que sí me queda claro es cómo en tan poco tiempo ha asimilado la autopoiesis como vía para la ruptura de fronteras conceptuales y significativas.


no son las hierbas del chamán / las que me afectan / no es el trabajo excesivo / lo que me aturde / es la insoluble cuestión / que merodea / vueltas y vueltas en mi cerebro / misterios profundos vuelan / cuestiones sin respuesta a la primera / a la segunda / a la tercera / a veces ni a la n potencia / vueltas de tuerca / roscas sinfín / mudanza a medias / como feroz cazador acechas / sigilosamente / sin ruido / con cautela / flotando en la espesa neblina / clavas el anzuelo añil / indefenso caigo en tu red / maravilloso momento / solo para mí / lo celebro llorando / ¡felicidad de filósofo al fin! (Insoluble cuestión. APR. 2023)


Jonathan Vásquez es un artista plástico sin fronteras, su trabajo ascendente se encargará de validar lo que digo.

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