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No basta con el clamor. Frente a las ignominias hay que hablar claro y actuar

Ignominias diluidas

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Haberlas, no vamos a dudarlo; las ráfagas de los acontecimientos sociales son prodigas en relatos escalofriantes. Sentirnos atrapados por sus efectos por toda la vida es una tragedia; pero desentendernos de sus maquinaciones, lo es aún mayor, por el enquistamiento del mal proceder. Tenemos en la mente las acciones TERRORISTAS más horrorosas, sin límites geográficos, bajo formatos alevosos. En especial, permanecen en el registro cerebral los recuerdos de las barbaridades cometidas en lugares próximos y sobre personas conocidas. Incluso permanecen em los ámbitos sociales los autores entre aplausos y cómplices. No son reparables; máxime cuando el entendimiento desperdiga sus hilos hasta lo indecible.


Los comportamientos melifluos adaptados a cualquier disfraz, no por su aparente suavidad, son menos terribles, si atendemos a sus peligrosas consecuencias. Los enredos subyacentes en las simulaciones consiguen con frecuencia alcances perversos. No hacen falta explicaciones extensas para percibir su abundancia en los alrededores. Las gestiones POLÍTICAS son prolíficas en esta serie de maniobras. Los fines partidarios conducen a maquinaciones complejas, casi siempre con los mismos perdedores en el horizonte. No sólo tratan de dinero, que también y en gran medida; cabe preguntarse si algún sector se libra de dichos manejos. La dirección de estos envites no tiene visos de reconducirse con tino.


Hay momentos intransferibles en la vida de una persona, donde no caben la delegación de funciones ni los sustitutos. Para afrontar esos retos utilizamos cualquier recurso al hilo del pensamiento propio. Ese discurso mental configura la parte ESPIRITUAL de la personalidad, con respuestas efectivas o indolencia manifiesta, que todo cabe. Esa intimidad ha sido violentada ignominiosamente, antes y ahora, por quienes se consideran gestores prepotentes de lo ajeno. Las decisiones drásticas de mal recuerdo no se dan sólo en las religiones reconocidas (Abusos, masacres, cruzadas, inquisidores). Asombra la tendencia a la manipulación del espíritu sobrevenida desde un sinfín de sectores con ínfulas de saberes plenipotenciarios.


A menudo presenciamos la suma de actitudes perniciosas como generadoras de auténticas monstruosidades comunitarias. Bien sea por el predominio de los posicionamientos frívolos o por la adopción de posturas intolerantes desde supuestas superioridades. La pretendida globalidad atosigante no logra eliminar los brotes emergentes. Pero no cabe duda, el panorama CULTURAL establecido condiciona los abusos en ambos sentidos. Con frecuencia, la presión del conjunto conlleva las más desdichadas marginaciones. No hace falta irse a los comportamientos exóticos para detectar estos desatinos, son bien visibles en las cercanías, sin que el progreso sea atenuante, quizá lo contrario.


Las diferentes afrentas e infamias repercuten con sus peculiaridades en las personas. La valoración de lo sucedido no dibuja un esquema uniforme, son muchos los aspectos involucrados; se verán sometidos a un juicio valorativo tridimensional que arrastra una notoria complejidad. Em primer lugar, provocan las apreciaciones evolutivas a través de los TIEMPOS. No sólo se trata del posible olvido progresivo; los detalles de las maldades son vistos bajo el prisma de versiones diferenciadas. El paso de los días modifica las percepciones, las mentalidades también han evolucionado en ese lapso de tiempo, con nuevos métodos de investigación y la proyección social del momento con otras inquietudes.


Aunque solemos resaltar la importancia de los testimonios directos, no se nos escapa la ambivalencia de sus afirmaciones. Junto a su carácter presencial insustituible, llevan implícita la versión particular, no siempre coherente con la verosimilitud. El juicio emanado de estas proximidades tiende a ceñirse al PROTAGONISMO de cada interviniente, con la consiguiente limitación de las perspectivas tomadas en consideración. Habrá de incluirse la ausencia de los detalles no percibidos, aunque no hubieran tenido ánimos de tergiversar los hechos. La cercanía aporta muchas ventajas, sin que logre detectar la totalidad de las circunstancias; la totalidad escapa de las expresiones simplistas.


Para la estimación de las actuaciones previas, sobre todo cuando se trata de hechos deleznables, se suele proceder en una tercera instancia, la de las INTEPRETACIONES, efectuadas desde la distancia geográfica y el distanciamiento desde unos ambientes muy poco relacionados con los procederes cuestionados. Con las ideas actuales se califican las impresiones sobre quienes participaron en hechos remotos, polémicas referidas al descubrimiento de territorios americanos, colonialismos, guerras o diversos acontecimientos penosos. Por encima de los puntos de vista diferenciados se acomodan los sectarismos adheridos a intereses no siempre confesables. Contribuyen a diluir responsabilidades y enmarañan los juicios comprensivos.


Me hace sonreír eso de la postverdad con aires de modernidad, como si no hubiera sido práctica corriente en cualquier época, incluso provocadora de mayores crueldades y tragedias. La adaptación de las afirmaciones a las intenciones subyacentes es de una ubicuidad que ya no sorprende a nadie. Entraña una contradicción porque supone una verdad previa; quizá sería más apropiado referirnos a la PRE-VERDAD, siempre dispuestos a completar su búsqueda, sabedores del carácter efímero de los hallazgos, susceptibles de nuevos descubrimientos. Los dogmatismos resabiados parten de unas premisas equívocas por su incompletud, nos obturan las posibles salidas para continuar el proceso esclarecedor.


Para bien o para mal, nos movemos en torno al conocimiento en una serie de CÍRCULOS; concéntricos o desperdigados, cada uno de ellos sometido a sus conexiones específicas. Son entidades con funciones peculiares. Pueden tratarse de áreas intrascendentes, muy ligadas al instante, con escasas relaciones retrospectivas y pocas miras hacia el futuro. O bien, al ceñirse a rasgos extremosos (Políticos, sociales, espirituales), sirven de escaso apoyo para una comprensión efectiva de la realidad. Facilitan un aislamiento por sectores con propensión a la polarización intransigente; se convierten en un elemento de distorsión de cara a la convivencia gratificante. Impiden la integración participativa de la diversidad natural.


No es buena estrategia la de blanquear el significado de las prácticas despreciables, sus horrores conviene asimilarlos como tales. Las ramificaciones de cada conducta, su consideración, no deben empañar la percepción de las barbaridades cometidas. De no tenerlo en cuenta, asistiremos progresivamente a la DESAPARICIÓN de los propios conceptos de lo que son procedimientos nefastos.


La integración del conjunto de protagonistas y circunstancias sin perder el hilo de la maldad, requiere del recurso MÁGICO de carácter simbólico, al poner énfasis en el sentido terrible del despropósito provocado sin perdernos en divagaciones. Las lógicas consideraciones colaterales no justifican la difuminación de la desdicha final. Las ignominias han de quedar claras para no confundirnos.

Ignominias diluidas

No basta con el clamor. Frente a las ignominias hay que hablar claro y actuar
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 4 de marzo de 2022, 11:56 h (CET)

Haberlas, no vamos a dudarlo; las ráfagas de los acontecimientos sociales son prodigas en relatos escalofriantes. Sentirnos atrapados por sus efectos por toda la vida es una tragedia; pero desentendernos de sus maquinaciones, lo es aún mayor, por el enquistamiento del mal proceder. Tenemos en la mente las acciones TERRORISTAS más horrorosas, sin límites geográficos, bajo formatos alevosos. En especial, permanecen en el registro cerebral los recuerdos de las barbaridades cometidas en lugares próximos y sobre personas conocidas. Incluso permanecen em los ámbitos sociales los autores entre aplausos y cómplices. No son reparables; máxime cuando el entendimiento desperdiga sus hilos hasta lo indecible.


Los comportamientos melifluos adaptados a cualquier disfraz, no por su aparente suavidad, son menos terribles, si atendemos a sus peligrosas consecuencias. Los enredos subyacentes en las simulaciones consiguen con frecuencia alcances perversos. No hacen falta explicaciones extensas para percibir su abundancia en los alrededores. Las gestiones POLÍTICAS son prolíficas en esta serie de maniobras. Los fines partidarios conducen a maquinaciones complejas, casi siempre con los mismos perdedores en el horizonte. No sólo tratan de dinero, que también y en gran medida; cabe preguntarse si algún sector se libra de dichos manejos. La dirección de estos envites no tiene visos de reconducirse con tino.


Hay momentos intransferibles en la vida de una persona, donde no caben la delegación de funciones ni los sustitutos. Para afrontar esos retos utilizamos cualquier recurso al hilo del pensamiento propio. Ese discurso mental configura la parte ESPIRITUAL de la personalidad, con respuestas efectivas o indolencia manifiesta, que todo cabe. Esa intimidad ha sido violentada ignominiosamente, antes y ahora, por quienes se consideran gestores prepotentes de lo ajeno. Las decisiones drásticas de mal recuerdo no se dan sólo en las religiones reconocidas (Abusos, masacres, cruzadas, inquisidores). Asombra la tendencia a la manipulación del espíritu sobrevenida desde un sinfín de sectores con ínfulas de saberes plenipotenciarios.


A menudo presenciamos la suma de actitudes perniciosas como generadoras de auténticas monstruosidades comunitarias. Bien sea por el predominio de los posicionamientos frívolos o por la adopción de posturas intolerantes desde supuestas superioridades. La pretendida globalidad atosigante no logra eliminar los brotes emergentes. Pero no cabe duda, el panorama CULTURAL establecido condiciona los abusos en ambos sentidos. Con frecuencia, la presión del conjunto conlleva las más desdichadas marginaciones. No hace falta irse a los comportamientos exóticos para detectar estos desatinos, son bien visibles en las cercanías, sin que el progreso sea atenuante, quizá lo contrario.


Las diferentes afrentas e infamias repercuten con sus peculiaridades en las personas. La valoración de lo sucedido no dibuja un esquema uniforme, son muchos los aspectos involucrados; se verán sometidos a un juicio valorativo tridimensional que arrastra una notoria complejidad. Em primer lugar, provocan las apreciaciones evolutivas a través de los TIEMPOS. No sólo se trata del posible olvido progresivo; los detalles de las maldades son vistos bajo el prisma de versiones diferenciadas. El paso de los días modifica las percepciones, las mentalidades también han evolucionado en ese lapso de tiempo, con nuevos métodos de investigación y la proyección social del momento con otras inquietudes.


Aunque solemos resaltar la importancia de los testimonios directos, no se nos escapa la ambivalencia de sus afirmaciones. Junto a su carácter presencial insustituible, llevan implícita la versión particular, no siempre coherente con la verosimilitud. El juicio emanado de estas proximidades tiende a ceñirse al PROTAGONISMO de cada interviniente, con la consiguiente limitación de las perspectivas tomadas en consideración. Habrá de incluirse la ausencia de los detalles no percibidos, aunque no hubieran tenido ánimos de tergiversar los hechos. La cercanía aporta muchas ventajas, sin que logre detectar la totalidad de las circunstancias; la totalidad escapa de las expresiones simplistas.


Para la estimación de las actuaciones previas, sobre todo cuando se trata de hechos deleznables, se suele proceder en una tercera instancia, la de las INTEPRETACIONES, efectuadas desde la distancia geográfica y el distanciamiento desde unos ambientes muy poco relacionados con los procederes cuestionados. Con las ideas actuales se califican las impresiones sobre quienes participaron en hechos remotos, polémicas referidas al descubrimiento de territorios americanos, colonialismos, guerras o diversos acontecimientos penosos. Por encima de los puntos de vista diferenciados se acomodan los sectarismos adheridos a intereses no siempre confesables. Contribuyen a diluir responsabilidades y enmarañan los juicios comprensivos.


Me hace sonreír eso de la postverdad con aires de modernidad, como si no hubiera sido práctica corriente en cualquier época, incluso provocadora de mayores crueldades y tragedias. La adaptación de las afirmaciones a las intenciones subyacentes es de una ubicuidad que ya no sorprende a nadie. Entraña una contradicción porque supone una verdad previa; quizá sería más apropiado referirnos a la PRE-VERDAD, siempre dispuestos a completar su búsqueda, sabedores del carácter efímero de los hallazgos, susceptibles de nuevos descubrimientos. Los dogmatismos resabiados parten de unas premisas equívocas por su incompletud, nos obturan las posibles salidas para continuar el proceso esclarecedor.


Para bien o para mal, nos movemos en torno al conocimiento en una serie de CÍRCULOS; concéntricos o desperdigados, cada uno de ellos sometido a sus conexiones específicas. Son entidades con funciones peculiares. Pueden tratarse de áreas intrascendentes, muy ligadas al instante, con escasas relaciones retrospectivas y pocas miras hacia el futuro. O bien, al ceñirse a rasgos extremosos (Políticos, sociales, espirituales), sirven de escaso apoyo para una comprensión efectiva de la realidad. Facilitan un aislamiento por sectores con propensión a la polarización intransigente; se convierten en un elemento de distorsión de cara a la convivencia gratificante. Impiden la integración participativa de la diversidad natural.


No es buena estrategia la de blanquear el significado de las prácticas despreciables, sus horrores conviene asimilarlos como tales. Las ramificaciones de cada conducta, su consideración, no deben empañar la percepción de las barbaridades cometidas. De no tenerlo en cuenta, asistiremos progresivamente a la DESAPARICIÓN de los propios conceptos de lo que son procedimientos nefastos.


La integración del conjunto de protagonistas y circunstancias sin perder el hilo de la maldad, requiere del recurso MÁGICO de carácter simbólico, al poner énfasis en el sentido terrible del despropósito provocado sin perdernos en divagaciones. Las lógicas consideraciones colaterales no justifican la difuminación de la desdicha final. Las ignominias han de quedar claras para no confundirnos.

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