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Opinión
Etiquetas | 23-F | Histórico | Golpe de Estado | Tejero
El todo por la patria, inscrito en las fachadas de los cuarteles, todavía marca el paso cara al Sol de algunos españoles

El 23F todavía presente

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Comienzo a escribir más o menos cuando, a esta misma hora, hace cuarenta y un años un teniente coronel de la Guardia Civil, bigotudo y pistola en mano, asaltó el Congreso de los Diputados, un triste espadón más de los que han proliferado a lo largo de la historia de la España más profunda, un salvapátrias de los que a lo largo del tiempo han querido hacerse un hueco en los libros de historia alcanzando, unicamente, un triste espacio en esa España de cerrado y sacristía que cantaba Machado. 


De aquellos días en los que yo, recién estrenada la treintena creía que las ideas podrían cambiar el mundo, recuerdo los tanques de Miláns del Bosch por las calles de València, la madrugada con un cañón apuntando a la fachada del Ayuntamiento de mi ciudad, el miedo de caminar mis calles habituales en medio del toque de queda, las luces de los jeeps militares con soldados que, seguramente, nada entendián de lo que estaba pasando en aquellos momentos por las calles de València. Recuerdo que, a pesar del toque de queda, en la entonces Plaza del País Valencià se reunieron unas decenas de personas de extrema derecha a la espera de que se produjera una noche de “cuchillos largos”, y, recuerdo, como, al día siguiente, nos enteramos que altos cargos del diario Las Provincias acudieron a Capitanía a ponerse a las ordenes de Miláns del Bosch.


Durante años la versión oficial es que aquel golpe de estado de opereta fracasó gracias a la intervención del rey, el sucesor de Franco, que nadie había votado y que nos colaron de matute en la sacrosanta Constitución, ese texto viejo, obsoleto y aprobado gracias a obedecer las ordenes de los milicos en la redacción de algún que otro artículo. Los trompeteros aduladores, seguramente recibiendo ordenes, lanzaron a los cuatro vientos la buena nueva: Juan Carlos I, tan demócrata él, había salvado la democracia. Con el paso de los años nos fuimos enterando, gota a gota, de los trapicheos de un rey impuesto que lo único que había salvado, durante todo su reinado, fue su peculio y los ahorros que, comisión a comisión, había ido escondiendo en diversos paraísos fiscales mientras se dedicaba a retozar de lecho en lecho y a coleccionar amantes, que, en más de una ocasión, hemos pagado entre todos vía gastos cubierto por Patrimonio Nacional.


Ha sido mucho tiempo escuchando que el 23-F, aquel de golpe de estado zarzuelero, había fracasado. El paso del tiempo nos fue enseñando que aquella asonada del bigotudo Tejero dio paso a muchas cosas, fue un golpe de timón, frase muy del gusto de la derecha, para enderezar algunas cosas que al poder no le gustaban. Para lo primero que sirvió fue para blanquear un rey impuesto por un sanguinario dictador. Su imagen en las pantallas de televisión, con el uniforme de jefe supremo de los Ejércitos, sirvió para ensalzarle como defensor de la democracia y salvador de un nuevo enfrentamiento guerrero entre españoles. De momento las dudas sobre su participación en aquel golpe de opereta siguen, y más ante el secretismo oficial sobre todo lo sucedido aquellos días.


Voces oficiales achacaron el intento de subvertir el orden constitucional por parte de la Guardia Civil y el Ejercito a la disconformidad con el camino que habían tomado las CC.AA. La verdad es que en aquellos momentos la única preocupación de unos y otros la provocaban Catalunya y Euzkadi, únicas CC.AA con un fuerte sentimiento nacional propio, la resta tan sólo eran, y algunas aún lo son, los posos de aquel “café para todos” con el que se quiso diluir el sentimiento nacional de vascos y catalanes. La LOAPA fue la ley que sirvió para recortar algunos de los derechos que se habían otorgado a las CC.AA. El 23-F fue la excusa idónea para que Congreso y Senado aprobaran esta ley que era un corsé más para el pleno desarrollo de aquellas Comunidades Autónomas que no se sentían a gusto en aquel batiburrillo que el Gobierno Suárez había creado con la “barra libre” y las 17 autonomías.


Poco más de un año después de aquel 23-F el PSOE llegó al poder de la mano de Felipe González, aquella noche de Octubre en que Felipe González y Alfonso Guerra asomados desde una ventana mostraban una rosa una gran parte de los españoles pensó que había llegado la hora de la libertad y la victoria de la clase trabajadora. No se puede negar que aquel primer gobierno socialista llevó a cabo medidas legislativas necesarias y favorables a los trabajadores. Pero el enamoramiento duró poco tiempo: la primera huelga general de la democracia no tardó en llegar y fue contra un gobierno socialdemócrata que comenzaba a asomar la patita de lobo disfrazado de cordero y que, fiel al poder económico, comenzó a recortar derechos laborales. Al PSOE le tocó hacer el trabajo sucio del capital. Años después algunos de sus dirigentes cobraron aquellos servicios atravesando las puertas giratorias que les llevaron a cómodos y bien remunerados cargos en los Consejos de Administración de las principales empresas del IBEX-35.


La judicatura continuó actuando como lo había hecho durante años y años, copados sus cargos principales por apellidos ilustres y de rancio abolengo entre los togados del franquismo, la ideología más trasnochada lleva años instalada en los más altos tribunales españoles. El franquista Tribunal de Orden Público, de la noche a la mañana, pasó del franquismo a la democracia sin tan siquiera cambiar de domicilio ni tampoco de jueces, los que valían para la justicia franquista también eran válidos para juzgar en democracia. Con la policía pasó lo mismo, incluso autoridades democráticas colgaron medallas en las solapas de policías sádicos y torturadores provenientes de la temible Brigada Político Social del franquismo.


El 23-F no fracasó, abrió las puertas para que hoy tengamos una llamada “ley mordaza” que es todo un recorte de derechos fundamentales. Una ley que Pedro Sánchez prometió en diversas ocasiones derogar y que, cuando hace tiempo que preside el Gobierno, no se ha atrevido ni tan solo a modificar mínimamente, como si hizo con la reforma laboral del PP. El 23-F fue la excusa para esconder, bajo la capa del miedo a las asonadas militares, muchas de las cosas que, todavía hoy, están ocurriendo.


Han pasado 41 años de aquel día en que Tejero y Milans del Bosch sirvieron de cabezas de turco para que muchas cosas volvieran a la casilla de salida, no sólo se blanqueo la figura de Juan Carlos I, que, al final, les salió rana, sino que quedó anclada en la iconografía española la institución monárquica, hoy el Jefe del Estado es aquel niño que un Febrero de hace 41 años vio como su padre, uniformado, apareció ante los españoles como el salvador de la patria. Aprendió bien la lección, casi cuarenta años después él, ahora entronizado como Felipe VI, sucesor en el tiempo de aquel Felipe V que intentó asolar Catalunya y el País Valencià con sus Decretos de Nueva Planta, un 3 de Octubre apareció en las pantallas de los televisores para dar fe que el “ordeno y mando” borbónico seguía reinando en España, y que quienes osen discrepar lo pagaran duramente.


La connivencia con la extrema derecha por parte de algunos jueces y autoridades ha sido la norma durante años. El llamado régimen del 78 ha dado vía libre a las manifestaciones de los violentos que tomaban la calle con la excusa de salvar a la patria. Unos y otros han estado mirando hacia otro lado y hoy, que ya es tarde, se lamentan de la entrada del fascismo en las instituciones. El 23-F, el todo por la patria, inscrito en las fachadas de los cuarteles todavía marca el paso cara al Sol de algunos españoles, ahora ya con aquella camisa nueva del cántico falangista sudada y hecha unos harapos.

El 23F todavía presente

El todo por la patria, inscrito en las fachadas de los cuarteles, todavía marca el paso cara al Sol de algunos españoles
Rafa Esteve-Casanova
viernes, 25 de febrero de 2022, 11:56 h (CET)

Comienzo a escribir más o menos cuando, a esta misma hora, hace cuarenta y un años un teniente coronel de la Guardia Civil, bigotudo y pistola en mano, asaltó el Congreso de los Diputados, un triste espadón más de los que han proliferado a lo largo de la historia de la España más profunda, un salvapátrias de los que a lo largo del tiempo han querido hacerse un hueco en los libros de historia alcanzando, unicamente, un triste espacio en esa España de cerrado y sacristía que cantaba Machado. 


De aquellos días en los que yo, recién estrenada la treintena creía que las ideas podrían cambiar el mundo, recuerdo los tanques de Miláns del Bosch por las calles de València, la madrugada con un cañón apuntando a la fachada del Ayuntamiento de mi ciudad, el miedo de caminar mis calles habituales en medio del toque de queda, las luces de los jeeps militares con soldados que, seguramente, nada entendián de lo que estaba pasando en aquellos momentos por las calles de València. Recuerdo que, a pesar del toque de queda, en la entonces Plaza del País Valencià se reunieron unas decenas de personas de extrema derecha a la espera de que se produjera una noche de “cuchillos largos”, y, recuerdo, como, al día siguiente, nos enteramos que altos cargos del diario Las Provincias acudieron a Capitanía a ponerse a las ordenes de Miláns del Bosch.


Durante años la versión oficial es que aquel golpe de estado de opereta fracasó gracias a la intervención del rey, el sucesor de Franco, que nadie había votado y que nos colaron de matute en la sacrosanta Constitución, ese texto viejo, obsoleto y aprobado gracias a obedecer las ordenes de los milicos en la redacción de algún que otro artículo. Los trompeteros aduladores, seguramente recibiendo ordenes, lanzaron a los cuatro vientos la buena nueva: Juan Carlos I, tan demócrata él, había salvado la democracia. Con el paso de los años nos fuimos enterando, gota a gota, de los trapicheos de un rey impuesto que lo único que había salvado, durante todo su reinado, fue su peculio y los ahorros que, comisión a comisión, había ido escondiendo en diversos paraísos fiscales mientras se dedicaba a retozar de lecho en lecho y a coleccionar amantes, que, en más de una ocasión, hemos pagado entre todos vía gastos cubierto por Patrimonio Nacional.


Ha sido mucho tiempo escuchando que el 23-F, aquel de golpe de estado zarzuelero, había fracasado. El paso del tiempo nos fue enseñando que aquella asonada del bigotudo Tejero dio paso a muchas cosas, fue un golpe de timón, frase muy del gusto de la derecha, para enderezar algunas cosas que al poder no le gustaban. Para lo primero que sirvió fue para blanquear un rey impuesto por un sanguinario dictador. Su imagen en las pantallas de televisión, con el uniforme de jefe supremo de los Ejércitos, sirvió para ensalzarle como defensor de la democracia y salvador de un nuevo enfrentamiento guerrero entre españoles. De momento las dudas sobre su participación en aquel golpe de opereta siguen, y más ante el secretismo oficial sobre todo lo sucedido aquellos días.


Voces oficiales achacaron el intento de subvertir el orden constitucional por parte de la Guardia Civil y el Ejercito a la disconformidad con el camino que habían tomado las CC.AA. La verdad es que en aquellos momentos la única preocupación de unos y otros la provocaban Catalunya y Euzkadi, únicas CC.AA con un fuerte sentimiento nacional propio, la resta tan sólo eran, y algunas aún lo son, los posos de aquel “café para todos” con el que se quiso diluir el sentimiento nacional de vascos y catalanes. La LOAPA fue la ley que sirvió para recortar algunos de los derechos que se habían otorgado a las CC.AA. El 23-F fue la excusa idónea para que Congreso y Senado aprobaran esta ley que era un corsé más para el pleno desarrollo de aquellas Comunidades Autónomas que no se sentían a gusto en aquel batiburrillo que el Gobierno Suárez había creado con la “barra libre” y las 17 autonomías.


Poco más de un año después de aquel 23-F el PSOE llegó al poder de la mano de Felipe González, aquella noche de Octubre en que Felipe González y Alfonso Guerra asomados desde una ventana mostraban una rosa una gran parte de los españoles pensó que había llegado la hora de la libertad y la victoria de la clase trabajadora. No se puede negar que aquel primer gobierno socialista llevó a cabo medidas legislativas necesarias y favorables a los trabajadores. Pero el enamoramiento duró poco tiempo: la primera huelga general de la democracia no tardó en llegar y fue contra un gobierno socialdemócrata que comenzaba a asomar la patita de lobo disfrazado de cordero y que, fiel al poder económico, comenzó a recortar derechos laborales. Al PSOE le tocó hacer el trabajo sucio del capital. Años después algunos de sus dirigentes cobraron aquellos servicios atravesando las puertas giratorias que les llevaron a cómodos y bien remunerados cargos en los Consejos de Administración de las principales empresas del IBEX-35.


La judicatura continuó actuando como lo había hecho durante años y años, copados sus cargos principales por apellidos ilustres y de rancio abolengo entre los togados del franquismo, la ideología más trasnochada lleva años instalada en los más altos tribunales españoles. El franquista Tribunal de Orden Público, de la noche a la mañana, pasó del franquismo a la democracia sin tan siquiera cambiar de domicilio ni tampoco de jueces, los que valían para la justicia franquista también eran válidos para juzgar en democracia. Con la policía pasó lo mismo, incluso autoridades democráticas colgaron medallas en las solapas de policías sádicos y torturadores provenientes de la temible Brigada Político Social del franquismo.


El 23-F no fracasó, abrió las puertas para que hoy tengamos una llamada “ley mordaza” que es todo un recorte de derechos fundamentales. Una ley que Pedro Sánchez prometió en diversas ocasiones derogar y que, cuando hace tiempo que preside el Gobierno, no se ha atrevido ni tan solo a modificar mínimamente, como si hizo con la reforma laboral del PP. El 23-F fue la excusa para esconder, bajo la capa del miedo a las asonadas militares, muchas de las cosas que, todavía hoy, están ocurriendo.


Han pasado 41 años de aquel día en que Tejero y Milans del Bosch sirvieron de cabezas de turco para que muchas cosas volvieran a la casilla de salida, no sólo se blanqueo la figura de Juan Carlos I, que, al final, les salió rana, sino que quedó anclada en la iconografía española la institución monárquica, hoy el Jefe del Estado es aquel niño que un Febrero de hace 41 años vio como su padre, uniformado, apareció ante los españoles como el salvador de la patria. Aprendió bien la lección, casi cuarenta años después él, ahora entronizado como Felipe VI, sucesor en el tiempo de aquel Felipe V que intentó asolar Catalunya y el País Valencià con sus Decretos de Nueva Planta, un 3 de Octubre apareció en las pantallas de los televisores para dar fe que el “ordeno y mando” borbónico seguía reinando en España, y que quienes osen discrepar lo pagaran duramente.


La connivencia con la extrema derecha por parte de algunos jueces y autoridades ha sido la norma durante años. El llamado régimen del 78 ha dado vía libre a las manifestaciones de los violentos que tomaban la calle con la excusa de salvar a la patria. Unos y otros han estado mirando hacia otro lado y hoy, que ya es tarde, se lamentan de la entrada del fascismo en las instituciones. El 23-F, el todo por la patria, inscrito en las fachadas de los cuarteles todavía marca el paso cara al Sol de algunos españoles, ahora ya con aquella camisa nueva del cántico falangista sudada y hecha unos harapos.

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