| ||||||||||||||||||||||
| ||||||||||||||||||||||
Comienzo a escribir más o menos cuando, a esta misma hora, hace cuarenta y un años un teniente coronel de la Guardia Civil, bigotudo y pistola en mano, asaltó el Congreso de los Diputados, un triste espadón más de los que han proliferado a lo largo de la historia de la España más profunda, un salvapátrias de los que a lo largo del tiempo han querido hacerse un hueco en los libros de historia alcanzando un triste espacio en esa España de cerrado y sacristía que cantaba Machado.
Hoy hace 40 años que mis oídos oyeron por primera y única vez como suenan los disparos de las pistolas y las ráfagas de las metralletas. Antes solo los conocía por las películas del Oeste o por las escenas bélicas que aparecían en la TV. Luego supimos que se encontraron más de 40 balas de las cuales 23 impactaron en el techo y 13 en la zona de tribunas, a escasos centímetros de las cabezas de los diputados sentados en las últimas filas.
|