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Es una sensación que surge en tu vida por motivos de todo tipo y que no siempre están justificados

El miedo

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La aparición del miedo se produce por motivos exógenos o endógenos. Como todas las cosas de la vida. Se llega a esta situación tan sumamente desagradable y turbadora por la percepción de un peligro real o imaginado, o cuando nace de uno mismo el miedo al pasado, al presente o al futuro.

         

Estos dos años de pandemia han acrecentado este sentido en alguno de nosotros, especialmente en los mayores. Vivimos con una especie de espada de Damocles pendiente de nuestras cabezas. Un desasosiego procedente de una amenaza constante de contagio a través de cualquier persona o cualquier objeto. Una vivencia que, en ocasiones, provoca un sentimiento de ansiedad.

         

Para colmo, los medios de difusión te bombardean constantemente con recomendaciones y prohibiciones dictaminadas por todo tipo de “expertos”. Estos “recados” nacidos la mayoría de las veces del desconocimiento y el querer meter baza en todos los pucheros, han conseguido que apaguemos automáticamente esa primera parte de todos los noticiarios que consigue meterte las cabras en el corral para todo el resto del día.

       

Encima de todo lo antedicho, un servidor es un hipocondríaco de tomo y lomo. Cada vez que recibo información de alguna nueva (o conocida) enfermedad, me parece que padezco alguno de sus síntomas. Lo que tampoco es raro en mi provecta edad. Yo no temo a la muerte. Temo al deterioro físico o psíquico; a convertirme en un inútil o una carga para los míos.

     

Los mayores tenemos un temor añadido. Nos preocupa sobremanera la salud de nuestros hijos, pero esta situación se multiplica especialmente en lo referente a nuestros nietos. Cada día tiramos de la lista de contaminados, confinados, convalecientes, pertenecientes a grupos de riesgo, sanitarios, colegiales, etc., de nuestra familia, lo que nos hace vivir angustiados por el parte diario de sufridores de la pandemia.

     

Por otra parte nos encontramos con la política y la economía. Dos mundos que escapan de nuestras manos, pero que nos crean una sensación de impotencia ante lo irremediable. Tenemos miedo al futuro de nuestras escuálidas pensiones, a la izquierda o a la derecha, a conducir, a la llegada del recibo de la luz o del agua. No sabemos si quedará dinero para que nos siga llegando nuestra paguita. No sabemos si tenemos que encender la luz, la encimera  o el calentador… ni a que hora tenemos que hacerlo para que “la corriente” no se chupe nuestra cuenta corriente.

      

Los miedosos somos un auténtico desastre. No entendemos que el miedo no soluciona nada. Lo que tenga que suceder, pasará. No nos fiamos lo suficiente de ese Dios, padre-madre, que nos acompaña. Tendré que tirar de la Esperanza. Esa virtud de la que a veces carezco y que hace sufrir a los que me rodean.

     

¿Por qué escribo esto hoy? Porque quiero compartir con mis lectores una situación de la que no estoy muy orgulloso, pero que el solo medio de reflexionarla y afrontarla, me ayuda a ver luz a mi alrededor y un aire fresco al final de este túnel en que estamos metidos desde marzo del 2020.

       

Así que, queridos amigos, no os parezcáis a mí en este aspecto. Si vosotros superáis estas situaciones sin miedo, me ayudaréis a imitaros, a poner al mal tiempo buena cara y fijarme cuanto mucho de bueno y bonito hay alrededor de nuestras vidas.

El miedo

Es una sensación que surge en tu vida por motivos de todo tipo y que no siempre están justificados
Manuel Montes Cleries
viernes, 14 de enero de 2022, 09:01 h (CET)

La aparición del miedo se produce por motivos exógenos o endógenos. Como todas las cosas de la vida. Se llega a esta situación tan sumamente desagradable y turbadora por la percepción de un peligro real o imaginado, o cuando nace de uno mismo el miedo al pasado, al presente o al futuro.

         

Estos dos años de pandemia han acrecentado este sentido en alguno de nosotros, especialmente en los mayores. Vivimos con una especie de espada de Damocles pendiente de nuestras cabezas. Un desasosiego procedente de una amenaza constante de contagio a través de cualquier persona o cualquier objeto. Una vivencia que, en ocasiones, provoca un sentimiento de ansiedad.

         

Para colmo, los medios de difusión te bombardean constantemente con recomendaciones y prohibiciones dictaminadas por todo tipo de “expertos”. Estos “recados” nacidos la mayoría de las veces del desconocimiento y el querer meter baza en todos los pucheros, han conseguido que apaguemos automáticamente esa primera parte de todos los noticiarios que consigue meterte las cabras en el corral para todo el resto del día.

       

Encima de todo lo antedicho, un servidor es un hipocondríaco de tomo y lomo. Cada vez que recibo información de alguna nueva (o conocida) enfermedad, me parece que padezco alguno de sus síntomas. Lo que tampoco es raro en mi provecta edad. Yo no temo a la muerte. Temo al deterioro físico o psíquico; a convertirme en un inútil o una carga para los míos.

     

Los mayores tenemos un temor añadido. Nos preocupa sobremanera la salud de nuestros hijos, pero esta situación se multiplica especialmente en lo referente a nuestros nietos. Cada día tiramos de la lista de contaminados, confinados, convalecientes, pertenecientes a grupos de riesgo, sanitarios, colegiales, etc., de nuestra familia, lo que nos hace vivir angustiados por el parte diario de sufridores de la pandemia.

     

Por otra parte nos encontramos con la política y la economía. Dos mundos que escapan de nuestras manos, pero que nos crean una sensación de impotencia ante lo irremediable. Tenemos miedo al futuro de nuestras escuálidas pensiones, a la izquierda o a la derecha, a conducir, a la llegada del recibo de la luz o del agua. No sabemos si quedará dinero para que nos siga llegando nuestra paguita. No sabemos si tenemos que encender la luz, la encimera  o el calentador… ni a que hora tenemos que hacerlo para que “la corriente” no se chupe nuestra cuenta corriente.

      

Los miedosos somos un auténtico desastre. No entendemos que el miedo no soluciona nada. Lo que tenga que suceder, pasará. No nos fiamos lo suficiente de ese Dios, padre-madre, que nos acompaña. Tendré que tirar de la Esperanza. Esa virtud de la que a veces carezco y que hace sufrir a los que me rodean.

     

¿Por qué escribo esto hoy? Porque quiero compartir con mis lectores una situación de la que no estoy muy orgulloso, pero que el solo medio de reflexionarla y afrontarla, me ayuda a ver luz a mi alrededor y un aire fresco al final de este túnel en que estamos metidos desde marzo del 2020.

       

Así que, queridos amigos, no os parezcáis a mí en este aspecto. Si vosotros superáis estas situaciones sin miedo, me ayudaréis a imitaros, a poner al mal tiempo buena cara y fijarme cuanto mucho de bueno y bonito hay alrededor de nuestras vidas.

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