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Gonzalo G. Velasco

"La guerra de Charlie Wilson": Memoria irónica

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Van un congresista estadounidense vicioso, un agente renegado de la CIA con muy malas pulgas, una ricachona texana obsesionada con derrotar al comunismo, el gobierno de Pakistán y el gobierno de Israel y surten de armas a los mujaidines de Afganistán para que repelan la invasión soviética durante la Guerra Fría. Parece un chiste pero es la realidad. O al menos, la realidad que el periodista George Crile relataba con acerado sentido del humor en su novela Charlie Wilson´s War, y que ahora el veterano director Mike Nichols (El Graduado, Primary Colours, Closer) adapta al cine muy bien acompañado por Tom Hanks en la producción y en cabeza de cartel, por Philip Seymour Hoffman y Julia Roberts (¡en bikini!), como actores secundarios, por Aaron Sorkin, responsable de los guiones de la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca, al otro lado de la hoja en blanco, y por el siempre resolutivo James Newton Howard a cargo de la banda sonora.

Con unos ingredientes como estos era difícil que La Guerra de Charlie Wilson se descalabrara en taquilla. Y de hecho, a diferencia del resto de películas que a lo largo del presente año han abordado temáticas semejantes (Redacted, La Batalla de Haditha, Leones por Corderos, En el Valle de Elah…), no ha sucedido así. La clave de su éxito está en la diferencia de tono. Mientras que todas las producciones arriba señaladas desfilaban con marcial altivez ante su propia autocomplacencia ideológica, dirigiendo al espectador tal cual un autómata hacia unas coordenadas morales casi siempre tan panfleteras como previsibles, La Guerra de Charlie Wilson se sacude solemnidades, tremendismos y, hasta cierto punto, mensajes chuscos, para contarnos unos hechos delirantes desde el punto de vista más adecuado para ello: el delirante. Sustituye la crítica obvia y tontuna por la sátira inteligente, el palabrerío pomposo por conversaciones frescas y envenenadas que lo dicen todo sin decir nada importante, y la pátina maniquea tan propia de la progresía hollywoodiense por un distanciamiento irónico muy orgulloso de su naturaleza ambigua.

Esta receta explosiva, aunque a ratos se haga un poco pesada por la lógica tensión entre la necesidad de explicar una historia real y compleja y la de hacerlo de forma irónica y liviana, cuaja finalmente en un cocktail de múltiples texturas donde conviven interpretaciones de peso (Hanks y Hoffman están, como casi siempre, estupendos), diálogos chispeantes, revisionismo histórico no exento de sentido del humor, y el buen hacer de un director muy curtido en esto del séptimo arte que, si bien no brilla en ningún momento con la fuerza de la que él es capaz, cumple con creces su función de maestro de ceremonias y hace válida aquella frase de Freud según la cual, debajo de toda broma hay siempre un atisbo de verdad. Sustituyamos la palabra “atisbo” por “abismo”, y obtendremos la mejor definición de La Guerra de Charlie Wilson, película que es mucho más de lo que parece ser precisamente porque no le da importancia a lo que es: puro vértigo, el cincel de una memoria irónica y el martillo de la histórica, la escultura aberrante de un pasado lelo pariendo un presente aún más alelado, un chiste absurdo, el esperpento. Si Zapatero y Rajoy fueran inteligentes, estarían tomando notas sobre el film para su debate del lunes, pero con la suerte que tenemos, mucho me temo que volverán a adoptar como modelo narrativo el cine patrio más sosaina y amojamado. Ya se sabe, Spain is different. Con todas las consecuencias…

"La guerra de Charlie Wilson": Memoria irónica

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
miércoles, 25 de junio de 2008, 22:00 h (CET)
Van un congresista estadounidense vicioso, un agente renegado de la CIA con muy malas pulgas, una ricachona texana obsesionada con derrotar al comunismo, el gobierno de Pakistán y el gobierno de Israel y surten de armas a los mujaidines de Afganistán para que repelan la invasión soviética durante la Guerra Fría. Parece un chiste pero es la realidad. O al menos, la realidad que el periodista George Crile relataba con acerado sentido del humor en su novela Charlie Wilson´s War, y que ahora el veterano director Mike Nichols (El Graduado, Primary Colours, Closer) adapta al cine muy bien acompañado por Tom Hanks en la producción y en cabeza de cartel, por Philip Seymour Hoffman y Julia Roberts (¡en bikini!), como actores secundarios, por Aaron Sorkin, responsable de los guiones de la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca, al otro lado de la hoja en blanco, y por el siempre resolutivo James Newton Howard a cargo de la banda sonora.

Con unos ingredientes como estos era difícil que La Guerra de Charlie Wilson se descalabrara en taquilla. Y de hecho, a diferencia del resto de películas que a lo largo del presente año han abordado temáticas semejantes (Redacted, La Batalla de Haditha, Leones por Corderos, En el Valle de Elah…), no ha sucedido así. La clave de su éxito está en la diferencia de tono. Mientras que todas las producciones arriba señaladas desfilaban con marcial altivez ante su propia autocomplacencia ideológica, dirigiendo al espectador tal cual un autómata hacia unas coordenadas morales casi siempre tan panfleteras como previsibles, La Guerra de Charlie Wilson se sacude solemnidades, tremendismos y, hasta cierto punto, mensajes chuscos, para contarnos unos hechos delirantes desde el punto de vista más adecuado para ello: el delirante. Sustituye la crítica obvia y tontuna por la sátira inteligente, el palabrerío pomposo por conversaciones frescas y envenenadas que lo dicen todo sin decir nada importante, y la pátina maniquea tan propia de la progresía hollywoodiense por un distanciamiento irónico muy orgulloso de su naturaleza ambigua.

Esta receta explosiva, aunque a ratos se haga un poco pesada por la lógica tensión entre la necesidad de explicar una historia real y compleja y la de hacerlo de forma irónica y liviana, cuaja finalmente en un cocktail de múltiples texturas donde conviven interpretaciones de peso (Hanks y Hoffman están, como casi siempre, estupendos), diálogos chispeantes, revisionismo histórico no exento de sentido del humor, y el buen hacer de un director muy curtido en esto del séptimo arte que, si bien no brilla en ningún momento con la fuerza de la que él es capaz, cumple con creces su función de maestro de ceremonias y hace válida aquella frase de Freud según la cual, debajo de toda broma hay siempre un atisbo de verdad. Sustituyamos la palabra “atisbo” por “abismo”, y obtendremos la mejor definición de La Guerra de Charlie Wilson, película que es mucho más de lo que parece ser precisamente porque no le da importancia a lo que es: puro vértigo, el cincel de una memoria irónica y el martillo de la histórica, la escultura aberrante de un pasado lelo pariendo un presente aún más alelado, un chiste absurdo, el esperpento. Si Zapatero y Rajoy fueran inteligentes, estarían tomando notas sobre el film para su debate del lunes, pero con la suerte que tenemos, mucho me temo que volverán a adoptar como modelo narrativo el cine patrio más sosaina y amojamado. Ya se sabe, Spain is different. Con todas las consecuencias…

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