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¿Quién perdona los pecados?

Para alcanzar una autentica paz de conciencia se tiene que tener la seguridad de que los pecados han sido perdonados
Octavi Pereña
martes, 7 de mayo de 2019, 13:52 h (CET)

“El Concilio de Trento se pronunció contra los reformadores declarando que Cristo comunicó a los apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados con el propósito de que se reconciliasen nuevamente con Dios los fieles que cayeron en pecado después del bautismo. Este poder de perdonar pecados no abraza solamente el de predicar el Evangelio del perdón de los pecados, como era la interpretación que daban los reformadores, sino además la potestad de perdonar realmente los pecados” (Dz904.913).

El escándalo de la pederastia que destapan los medios de comunicación que tienen fundamento ha obligado al papa Francisco a tomar medidas drásticas que en un principio solamente se aplicarán en el Vaticano. Al lado de los artículos de prensa se han añadido los viñetistas en sus críticas a la Iglesia católica.

Accidentalmente cayó en mis manos un ejemplar del diario ARA en donde en la Contra aparece una viñeta de Farreres. El escenario es un monasterio, ¿una alusión al de Montserrat afectado también por la pederastia eclesiástica? En un segundo plano tres monjes escondidos detrás de una columna observan atentamente. En primer plano, quien debe ser el prior conversa con un matrimonio. El hombre muestra la foto de quien debe ser un obispo con un niño. El prior les dice: “La persona que ustedes acusan de estas cosas terribles murió hace tiempo en la paz del Señor”. El hombre responde: “Es lo que tiene de bueno esta religión: te arrepientes de todo en el último momento y quedas perdonado”. La mujer añade: “Después te pueden hacer santo”.

La Iglesia católica se equivocó cuando decidió rechazar el poder de perdonar los pecados únicamente con la predicación del Evangelio que era la interpretación de los reformados añadiendo a ello la potestad de perdonar realmente los pecados. Empezando con Lutero que lo único que perseguía era la reforma de la Iglesia para llevarla a la sencillez evangélica. No lo consiguió Lutero como tampoco todos los intentos previos. Hasta el día de hoy no ha empezado a reformarse. El concilio de Trento que definió el dogma católico cerró la puerta a la posibilidad de una auténtica reforma.

La Contrarreforma católica consistió en un maquillaje para mantener intacta la fuente de la corrupción denunciada por los reformadores debido a su auto divinización al auto concederse el poder de perdonar realmente los pecados que es una facultad exclusiva de Dios por la fe en el Nombre de su Hijo Jesús.

La decisión católica de seguir conservando el poder de perdonar realmente los pecados lo que consiguió fue empequeñecer a Dios y agigantar al hombre. Eso consiguió que en vez de edificar a los fieles sobre “el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2: 20-22).

La Iglesia católica al dejar de edificarse sobre el cimiento de la Palabra de Dios representada en las enseñanzas proféticas y apostólicas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, lo hace sobre la arena. A pesar que la Iglesia católica alardea de ser una de las tres religiones monoteístas, de hecho es politeísta, pues con la multitud de santos y vírgenes que adoran, a Dios el Padre y su Hijo Jesucristo se han convertido en objetos de mera decoración. Como dice Jesús una casa construida sobre un cimiento tan inestable como lo es el politeísmo no puede resistir los embates satánicos. La prueba de ello es la corrupción que aflora.

La Iglesia católica debería retornar a la enseñanza de los reformadores que no es otra cosa que enseñar la Biblia que es la Palabra de Dios: Los pecadores son perdonados exclusivamente por la fe en el Nombre de Jesús. Si no lo hace, Dios seguirá siendo un Dios pequeño y el hombre se hace grande al intentar usurpar el lugar que le corresponde a Él.

Enalteciendo el poder de Dios de perdonar el pecado, el salmista escribe: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más i más de mi maldad y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre presente delante de mí. Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho la malo delante de tus ojos. Para que sea reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre… Purifícame con hisopo y seré limpio, lávame y seré más blanco que la nieve” (Salmo51: 1-5,7).

Una iglesia que enseñe a sus feligreses a confesar sus pecados a Jesús para que se los perdone y camine en novedad de vida con el poder del Espíritu Santo, jamás será escarnecida con viñetas del estilo mencionado en este escrito.

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