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Crispación

Una de las principales actitudes que caracterizan a nuestra sociedad es la crispación
Manuel Montes Cleries
jueves, 11 de abril de 2019, 16:31 h (CET)

Los diccionarios recogen el significado de la palabra “crispación” como gran irritación. Las actitudes que observo en la actualidad en mis coetáneos están llenas de esas situaciones. Se identifican con aquel personaje de los tebeos de mi infancia: “Don Pacontraria”. Se sigue utilizando el “de que se trata que me opongo” y la crispación nace de momento.

Estimo que la convivencia se debe basar en buscar los pensamientos comunes y soslayar en los que se discrepa. Por desgracia aquello de “pon tu verdad, yo la mía y juntos buscaremos la verdad” ha quedado por completo en el olvido. Los telediarios nos crispan. Los programas más vistos de la televisión (aunque todos niegan verlos) son aquellos que sacan lo peor de cada casa y cambian fama y honor por dinero. Es más, pagan descaradamente a quien desvele las miserias de algún famoso o famosillo.


Estas actitudes se traspasan a nuestras vidas cotidianas. Las calles se convierten en la jungla del asfalto. Peleamos por el aparcamiento, las colas de los autobuses, las cajas de los supermercados o la atención en las consultas médicas. Pero es más, siento vergüenza ajena al observar las situaciones que suceden a menudo en los campos de futbol. El domingo pasado desearon a gritos la muerte al entrenador de un equipo de futbol antes de iniciarse el partido.

Y lo que aun me duele más, la controversia constante entre los dirigentes de instituciones de la Iglesia por imponer criterios en movimientos y cofradías. Juicios y descalificaciones no hablan muy bien de algunas comunidades.


Los cristianos nos llamamos así por que le seguimos intentando vivir el “estilo de vida de Jesús”. Él destilaba paz y amor en sus palabras y en sus hechos, Es más, los creyentes de la mayoría de las confesiones nos hablan de respeto y comprensión. Me causa sonrojo como intentamos ridiculizar a los demás en vez de resaltar y poner en valor sus virtudes que, con seguridad, son muy aprovechables. “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y nos tenemos que marchar empezando por los más mayores.

Con estas actitudes negativas se consigue cansar a las personas de buena voluntad, que una vez tras otra, son arrasados por los hijos de las tinieblas. La palabra “hermandad” se entiende como “bronquedad” a todos los niveles, mientras se discute por un criterio, un cirio o un recorrido más o menos vistoso.

Sin embargo –no todo es malo- anda un personaje por la tele de nuestros días que me causa una profunda admiración. Se trata de “un noble anciano” (tiene mi misma edad) que está compitiendo en el “master chef” de la primera. Siempre sonríe, es eficaz, sabe dirigir y animar y, encima, guisa maravillosamente. Les recomiendo le observen.

Otra raya en el agua. Saben los que me leen, que tengo un programa en canal Málaga sobre el voluntariado y la Málaga solidaria. El pasado martes tuve conmigo a dos veteranos enfermos de esclerosis múltiple. Amén de ser unos tipos estupendos, dieron un ejemplo de conformidad ante sus graves problemas vitales. Abordamos sin miedo el problema de la eutanasia hoy tan en boga. Su respuesta fue categórica. No. Como contrapartida, comprender al enfermo y su familia y, sobre todo, ayudarles para evitar situaciones límites. Pensábamos que la publicidad que se le ha dado al tema le hace un flaco favor a los que sufren enfermedades crónicas. Además hay quien aprovecharía la eutanasia para, en sus palabras: “quitarse de en medio un problema”. Toda esta conversación se mantuvo sin crispación dentro de la cordialidad y la búsqueda de la verdad. Todo un ejemplo.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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