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Biblia, Crucifijo y Constitución en un Estado aconfesional

En un Estado aconfesional, cualquier institución pública configura un espacio neutro en el que no se manifiesta ninguna creencia religiosa en particular
Fausto Antonio Ramírez
lunes, 4 de junio de 2018, 07:00 h (CET)

Después de los años de dictadura, la Iglesia española vio cómo el marco social y político en el que durante casi cuarenta años había estado unida al poder se desmoronaba, dando lugar a nuevas estrategias sobre las que apoyarse para influir política y moralmente en la sociedad.


En los últimos tiempos no se dejan de escuchar términos que con la intención de describir una misma realidad, en el fondo se alejan de sus significados reales. Me refiero a los términos: laicidad, secularización, aconfesionalidad, paganización, laicismo… En realidad, es la Iglesia la que pone el grito en el cielo al hablar del proceso de secularización en el que la sociedad y el mundo moderno se ven inmersos.


En el fondo, lo que está pasando es que veníamos arrastrando mucho de cristianismo sociológico de tiempos pasados, de los tiempos del nacionalcatolicismo y, por eso, es bueno que esto ocurra. En ese sentido, yo diría que estamos pasando de una época de excesiva sacralización de la vida del hombre, en todos sus aspectos, a una sana y renovada desacralización en la que lo temporal y lo espiritual tienen su propia autonomía.


Esto implica algo que parece que a la Iglesia le hace mucho daño, como es la pérdida de su prestigio social y de su poder institucional. Los criterios morales que deben orientar la elaboración de las leyes civiles, no tienen por qué corresponderse obligatoriamente con la doctrina de una religión, y menos aún con la exclusiva del catolicismo. Precisamente, el pluralismo ético y cultural es el signo palpable de una sociedad libre y democrática.


Un Estado aconfesional como el nuestro es el que debe garantizar la libertad de conciencia y, sin identificarse con ninguna creencia en particular, poder preservar la libertad de creencia de todos los ciudadanos. En este sentido se comprende bien la separación entre lo privado y lo público.


Un Estado aconfesional implica que el poder no gobierna en función de una creencia en particular, sino que pretende ser lo más objetivo posible. El respeto a la libertad de conciencia tiene pues mucho que ver con la propia neutralidad del Estado con relación a las creencias de cada uno, y que debe intervenir cuando esta libertad se ve amenazada en el espacio público por cualquier comportamiento intolerante.


En un Estado aconfesional, cualquier institución pública configura un espacio neutro en el que no se manifiesta ninguna creencia religiosa en particular. Por eso, el espacio público es imparcial e independiente de cualquier religión. No existe ningún tipo de credo obligatorio, ya que el Estado es por esencia neutro. Por lo tanto, en este marco, las sensibilidades religiosas forman parte estrictamente de la libertad individual.

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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