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Hay un momento en el que se confunden ambas. El paso de los años va disminuyendo tu círculo de amistades y lugares de esparcimiento. Sin apenas darte cuenta te encuentras totalmente solo. Para mi la soledad se produce cuando tan solo te quedas con lo cotidiano, la rutina, lo que se realiza así “desde siempre”.
“Ya lo pensaré mañana”. Esa es mi frase preferida, la que, desde que vi Lo que el viento se llevó, convertí en guía de mi vida, en un dogma de supervivencia. Cuando tengo un problema o algo me agobia, siempre digo: “ya lo pensaré mañana”, e imagino una caja en el desván más oculto de mi alma, donde guardo aquello que me causa malestar.
Del mismo modo que siempre hay una primera vez para lo que hacemos –primer llanto, primeras palabras, primeros pasos, primeros amores…–, sucede lo mismo con su antónimo, que también hay siempre una última vez para todo, aunque, a diferencia de la otra, en muchas ocasiones desconozcamos que no habrá más.
Vivimos corriendo detrás de metas, atrapados en rutinas exigentes, midiendo el tiempo en productividad y los días en logros. Nos han enseñado a acumular: títulos, objetos, seguidores, validaciones. A buscar reconocimiento, éxito, estabilidad. A pensar que la vida vale por lo que conseguimos, no por lo que sentimos.
Con mar de fondo en el corazón, y ciega por revivir la traición, sin querer de mi hoy nada, más por mí, otra vez más es hoy. Nada pierdo si muero, nada llevo, nada os dejo, no y mil veces noooo. Nada se me pida pues estaré lejos.
Vida no decidida, dirección no escogida, esperando el destino, ir de aquí para allá, no saber a qué atenerse ni dónde detenerse, dónde anclar o aterrizar, porque nada se sabe, todo se hace poco a poco, todo va despacio y hay que aprender a tener paciencia.
Muchas personas cargan con una presión invisible: la de ser queridas a toda costa. Se visten con una máscara de perfección —amables, sonrientes, eficientes, jóvenes, atractivas, disponibles— porque en algún momento aprendieron que solo así serían valoradas. No es vanidad, ni ego, es miedo. Miedo al rechazo, al abandono, a no ser suficientes.
Últimamente, no sé por qué, cada vez mantengo más conversaciones con la gente que me rodea sobre la IA, sus beneficios o lo lejos que está llegando y la amenaza fantasma que sobrevuela las inquietudes de muchos. Nunca me he sentido amenazada por la IA, conozco sus peligros y lo rápido que está avanzando todo, pero también comprendo que nos está facilitando la vida a muchos, y que, ya que está ahí, debemos aprovechar los servicios que nos da.
La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.
No escribiría este texto si el apagón me hubiera pillado en una autovía atascada, o encerrada en un ascensor, o en medio de una prueba médica con claustrofobia, o con una lavadora sin haber aclarado, o con un pollo asado a medias, o en apagón prolongado que estropea alimentos, o en catástrofe de numerosos muertos y heridos, o estar con dificultades con personas con discapacidad física o sensorial, o…
Lidiar con una persona pasivo-agresiva puede ser como caminar por un campo minado cubierto de flores. No gritan, no insultan abiertamente, pero cada palabra que dicen lleva veneno disfrazado de cortesía. A primera vista parecen inofensivos, incluso agradables, pero su forma de actuar deja una sensación de incomodidad que va calando poco a poco, como aquella gota de la que hablaba el sabio Salomón. “Decía el Sabio Salomón que una gota constante, ablanda un duro peñón”.
Pensamos que las enfermedades deben aparecer cuando somos mayores, creemos que nuestro sistema empezará a fallar o a tener ciertas inestabilidades cuando vamos sumando años en la últimas etapas. No concebimos tener mala salud o empezar a perderla cuando somos jóvenes, porque nos han inculcado que cada fase tiene su cometido y sus vivencias.
Las personas tenemos la tendencia a ocultar aquellas partes de nuestra vida que no nos van realmente bien. A veces, por temor a lo que otros pensarán, y otras por no desvelar la realidad de nuestra situación. Todos, en cierta manera, damos una imagen que nos hemos creado y varía en función de con quién nos relacionemos.
Debido a la situación actual, es bastante habitual que tras varios años de convivencia o de matrimonio, las parejas se separen, lo cual supone un proceso costoso tanto a nivel económico como emocional. Es duro y complicado decir adiós a alguien a quien has querido y con quien has compartido tantos momentos importantes, pero lo es aún más cuando tienes algo en común de lo que jamás podrás desprenderte: los hijos.
El hijo quiere mucho a sus padres, mas no tanto como los padres a ellos. Por lo general, el hijo abandona a sus padres en libertad en busca de su destino, y así formar su hogar con la mujer de su sueño, a fin tener una felicidad diferente y poder reproducirse, deseando ser en su nuevo núcleo familiar como lo fueron sus padres, y si regresan es ante una obligación o necesidad ineludible.
Miel azul… vaya utopía… la mía. Miel color cielo y cielo deseado, amado, valorado. Miel azul, azul miel. Tú y yo hasta el más azul de los azules, oyendo a Sabina cantar, recitando poesías y queriendo creer, viendo, como otros se afanan en no hacerlo.
No quise ver el documental sobre los últimos días de la vida de Pau Donés, 'Eso que tú me das', cuando lo emitieron en 2021 por temor a experimentar sentimientos encontrados. En su momento recibió muchas críticas positivas que hablaban del buen morir y de los magníficos consejos dados en un momento tan esencial como es el de encontrarte a las puertas de la muerte, con fecha de caducidad, y afrontarla con esa manera tan positiva de marcharse.
Jamás olvidaré las niñas de mi colegio que tocaban la guitarra, mientras las monjas, más modernas bailaban rock and roll. Tampoco esa amiga que viajó a Cuba por amor, ni la primera que vez que me caí de la bici en Parque Carabobo de Caracas, ni las dos veces que casi me ahogo en la piscina.
Las luces nos rodean en estas fechas, las calles se llenan de bullicio y, a simple vista, de felicidad. Cada persona tiene una historia que contar, una memoria que cargar y una esperanza que desear. Es fácil sonreír sin mirar, es fácil dejarse llevar, lo único que debemos hacer es no pensar, y eso… es fácil.
Si damos una vuelta por las distintas calles de cualquier ciudad podemos apreciar perfectamente la transformación que se ha producido desde hace unas semanas hasta ahora, es decir, las fachadas, los árboles y los escaparates están decorados con luces y productos navideños que inspiran un ambiente más cálido con respecto a otras épocas.
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