“Ya lo pensaré mañana”. Esa es mi frase preferida, la que, desde que vi Lo que el viento se llevó, convertí en guía de mi vida, en un dogma de supervivencia.
Cuando tengo un problema o algo me agobia, siempre digo: “ya lo pensaré mañana”, e imagino una caja en el desván más oculto de mi alma, donde guardo aquello que me causa malestar.
Cuando la gente me dice que siempre se me ve feliz, recuerdo esa caja llena de sombras y pienso que, si conocieran todos esos sentimientos, se sorprenderían de la tristeza que a veces me invade. Porque todo está bien… hasta que llega el mañana. Entonces, la caja de Pandora se abre y debo afrontar toda esa oscuridad que fui aplazando para un mañana que siempre creí lejano… pero que, al final, inevitablemente llega.
Cuando ese mañana llega, no quiero saber nada del mundo. No quiero escuchar ni ver a nadie. Desearía volverme invisible y esconderme en la oscuridad más profunda para que nadie me molestara.
En esos días siento que estoy en un carrusel, paralizada en el centro, mientras todo el mundo gira y gira a mi alrededor. Ellos avanzan, siguen su camino, no miran a los lados, pero yo los veo pasar demasiado rápido. Nadie te invita a seguir, porque eres invisible. Tú misma te has hecho invisible, porque eres quien guarda sus sentimientos en esa caja de Pandora que nadie conoce. Entonces sientes que solo puedes seguir respirando en el centro del carrusel, sola, con esa tristeza que pesa tanto en tu corazón que te paraliza, sin la menor intención de moverte.
Y, aun así, con cada “ya lo pensaré mañana” me levanto y sigo viviendo con una sonrisa, recordando que me necesitan, que tengo un cometido en este mundo aterrador, y que basta con encontrar la belleza en un atardecer, en la paz de contemplar las estrellas, en esa brisa que susurra esperanza...
Pero no os esforcéis demasiado en buscar señales: las que hacen estallar esa caja de Pandora son tan diminutas que pocas personas las notarían, porque estamos acostumbradas a levantarnos e intentar seguir con nuestra vida incluso en esos días.
Para algunas personas, la depresión no es constante. Se aprende a ignorarla, a esquivarla, a encerrarla en cajas que se hunden en las profundidades del alma. Pero, a veces, resurge, y cuesta volver a cerrar esa tapa que antes sellaste con tanta fuerza.
Si alguna vez percibís esa mirada triste o preocupada, no preguntéis, porque quizá no entendáis nada. Simplemente, dad un abrazo. Un abrazo silencioso que ate a esa persona a la tierra y le dé fuerzas para seguir.
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