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Conchi Basilio
Conchi Basilio
Es urgente un pacto serio, con presupuesto estable y coordinación real

Cada verano, España vuelve a contar sus heridas en hectáreas quemadas, pueblos evacuados y ecosistemas destruidos. Este 2025 no ha sido la excepción, cientos de miles de hectáreas arrasadas en pocas semanas confirman que los incendios forestales se han convertido en la gran emergencia ambiental de nuestro país. Pero lo más grave no son solo las llamas, sino la sensación de sinsentido y abandono que rodea la gestión de esta tragedia.

Al final, el verdadero desecho no es quien vive con dolor, sino la idea errónea de que ese dolor le hace menos persona

Durante años, a quienes padecen fibromialgia se les ha encasillado injustamente. Se les ha dicho que todo es “cosa del cerebro”, que su dolor es “emocional” o que no pueden rendir igual que antes en trabajos que requieran concentración, creatividad o toma de decisiones. Esta idea no solo es falsa, sino que también cierra puertas y genera un estigma innecesario.

Todo ello lo único que denota es una falta de ética, de respeto, de educación y de honestidad total

A menudo dentro del entorno de trabajo, la falta de valoración, el aprovecharse de la labor de otra persona, con el único fin de llevarse los honores, causa desprestigio. También en bastantes ocasiones se menosprecia a la persona que lo ha realizado, todo esto suele pasar desapercibido y puede tener consecuencias devastadoras en muchos sentidos, puesto que a estas personas se les considera tóxicas y suelen actuar siempre a espaldas de quien, en realidad, realiza verdaderamente el trabajo.

Al final, no se trata de llenar horas, sino de respetar al espectador

Durante años, las plataformas de streaming y los canales de televisión nos vendieron la promesa de un catálogo inagotable, siempre fresco y lleno de estrenos. Hoy, la realidad es otra, películas repetidas hasta la saciedad, que se pasan de una cadena a otra, series con más de dos décadas a sus espaldas y una parrilla que parece haberse detenido en el tiempo. Y lo peor, seguimos pagando como si nada hubiera cambiado.

La publicidad, cuando es honesta, cumple una función fundamental, informar al consumidor y ayudarle a tomar decisiones conscientes. Sin embargo, cuando se convierte en un instrumento de engaño, sus consecuencias son mucho más graves de lo que parece a simple vista.

Durante años, se nos pidió responsabilidad. Se nos exigió sacrificio, se nos decía que “vivíamos por encima de nuestras posibilidades”. Y mientras millones de ciudadanos aceptaban resignadamente recortes, congelaciones salariales y pensiones menguantes, otros, desde los despachos donde se decide el rumbo económico del país, jugaban con otras reglas. 

Hay heridas que no dejan cicatriz visible, pero calan hasta el hueso. Heridas que no vienen del mundo exterior, sino del núcleo más íntimo, la familia. En demasiados hogares, lo que se defiende no es la verdad ni el amor, sino la fachada. El miedo a “lo que dirán” pesa más que la empatía, más que la justicia, más que el lazo humano. Y ese daño, a menudo callado, negado o disimulado, destruye lentamente lo que no siempre se puede reconstruir, la confianza.

En este momento, en el mundo, donde cada segundo se publican miles de palabras, declaraciones solemnes, discursos políticos y promesas huecas, la pregunta que resuena con una fuerza brutal es una sola, ¿Dónde está la humanidad? No esa que figura en los diccionarios como el conjunto de seres humanos, sino la otra, la esencial, la que se expresa en el cuidado del otro, en la compasión activa, en la justicia concreta. Esa humanidad parece estar, hoy, gravemente amenazada.

En un mundo cada vez más interconectado, pero paradójicamente más dividido, el respeto parece haberse convertido en una palabra vacía, en un eco lejano de lo que alguna vez fue la base de la convivencia humana. Hoy, las diferencias políticas, culturales, religiosas o ideológicas, ya no se interpretan como riqueza, sino como amenaza. Se descalifica con rapidez, se insulta sin filtros, y se señala al otro con la dureza del prejuicio.

Cuando el egoísmo y la avaricia gobiernan el mundo, aplastan a los más débiles sin pensar que, al morir, no se llevaran nada. En un mundo donde el poder, el dinero y la influencia parecen ser los únicos lenguajes reconocidos, el egoísmo y la avaricia se han convertido en motores silenciosos, pero devastadores, de nuestras sociedades.

En el imaginario colectivo, la violencia es algo que sucede “fuera”, en las calles, en las noticias, en las guerras, en los crímenes. Nos han enseñado a identificarla en lo visible, en el golpe, en el grito, en la amenaza. Pero hay otras formas de violencia que no se oyen ni se ven, y que por eso mismo son más difíciles de reconocer y mucho más dañinas.

Es invisible, intangible y, sin embargo, nos atraviesa por completo. Puede cambiarnos el humor en cuestión de segundos, hacernos llorar sin motivo aparente, evocarnos un recuerdo lejano o unirnos a desconocidos en un mismo latido. La música es mucho más que una forma de entretenimiento, es una fuerza capaz de modificar nuestro estado físico, emocional, mental y hasta social. A veces sin que siquiera lo notemos.

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