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Publicidad engañosa

En la verdad y el respeto se sostiene el verdadero progreso
Conchi Basilio
lunes, 11 de agosto de 2025, 13:49 h (CET)

La publicidad, cuando es honesta, cumple una función fundamental, informar al consumidor y ayudarle a tomar decisiones conscientes. Sin embargo, cuando se convierte en un instrumento de engaño, sus consecuencias son mucho más graves de lo que parece a simple vista.


La publicidad engañosa no solo afecta la compra de un producto menor, sino que tiene un impacto profundo en la economía, la sociedad y, especialmente, en sectores donde las transacciones implican grandes compromisos, como la compra de una vivienda o un inmueble.


El daño comienza con la pérdida de confianza. Cuando un consumidor descubre que aquello que le vendieron no se corresponde con la realidad, ya sea en calidad, características, ubicación o condiciones, se siente traicionado. Esta sensación va mucho más allá de la frustración momentánea, crea un ambiente de desconfianza generalizada que afecta a otros vendedores, al mercado e incluso a la regulación.


En el caso de la venta inmobiliaria, donde hablamos de inversiones que cambian vidas y economías familiares, la publicidad engañosa puede provocar consecuencias devastadoras. Desde problemas legales y económicos hasta un impacto emocional que, en muchos casos, no es solo un bien material, sino un refugio, un proyecto de vida. Si esa base se tambalea, el daño se multiplica.


Además, la proliferación de mensajes publicitarios poco claros o directamente falsos alimenta una dinámica perversa, la competencia desleal. Quienes cumplen con las normativas y son transparentes pueden verse desplazados por quienes optan por el atajo de la mentira o la exageración. Esto deteriora el mercado, baja los estándares y perjudica a todos los agentes involucrados.


Por si fuera poco, cuando surgen problemas en un edificio o cualquier producto vendido, la responsabilidad legal y ética recae sobre quien lo comercializa. Sin embargo, es común que algunos eviten responder por sus errores o defectos, dejando que pase el tiempo para que prescriban las reclamaciones. Esta practica no solo perjudica a los afectados, sino que fomenta un ambiente de impunidad y desprotección, debilitando la confianza social y legal que sustenta cualquier relación comercial.


Finalmente, la publicidad engañosa contribuye a la deshumanización de las relaciones comerciales. Reduce al consumidor a un simple objetivo o número, ignorando que detrás de cada compra hay personas con expectativas, sueños y limitaciones. Esta despersonalización facilita que se normalicen prácticas que, de otro modo, serían inaceptables.


La lección es clara, todo tiene trascendencia, y la publicidad no es una excepción. La honestidad en la comunicación no es solo una cuestión ética, sino una pieza clave para construir mercados justos y sociedades más solidarias.


Cuando el engaño llega a grandes sectores, como el inmobiliario, las consecuencias se amplifican y repercuten en muchas capas, la economía familiar, la confianza social y la estabilidad del mercado. Por eso, exigir transparencia y rigor no es una opción, sino una necesidad urgente.


En la construcción, no son solo los grandes defectos los que cuentan, sino también los pequeños fallos dentro de los pisos, que aparecen por contratar a empresas poco fiables, solo para abaratar costes. La falta de responsabilidad para reparar estas deficiencias, por tratar de esquivar gastos, acaba generando problemas mayores a los propietarios, que han confiado en estas personas cuando han comprado. Exigir que se cumpla con la obligación de reparar lo que han dejado mal hecho es indispensable, totalmente justo, de acuerdo a lo que han adquirido.


En definitiva, protegernos de la publicidad engañosa es protegernos a todos, porque en la verdad y el respeto se sostiene el verdadero progreso.  

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