Durante años, las plataformas de streaming y los canales de televisión nos vendieron la promesa de un catálogo inagotable, siempre fresco y lleno de estrenos. Hoy, la realidad es otra, películas repetidas hasta la saciedad, que se pasan de una cadena a otra, series con más de dos décadas a sus espaldas y una parrilla que parece haberse detenido en el tiempo. Y lo peor, seguimos pagando como si nada hubiera cambiado.
Esta “sequía creativa” no es fruto de la casualidad. La industria audiovisual viene arrastrando varios golpes simultáneos, las huelgas de guionistas y actores en 2023 paralizaron la producción mundial durante meses, dejando un hueco que ahora se hace evidente. A esto se suman los recortes presupuestarios de las propias plataformas, que, en su carrera por ser rentables, han reducido drásticamente la producción de contenido original. El resultado es un catálogo que se apoya en material de archivo, películas y series antiguas, fáciles y baratas de mantener, pero que no justifican la cuota mensual que los usuarios seguimos abonando. En muchos casos, se trata de títulos que ya estaban disponibles en televisión tradicional o incluso en colecciones domésticas, lo que convierte la oferta en poco más que un “videoclub del pasado” en versión digital.
Las grandes compañías, lejos de reconocer el problema, han optado por estrategias que disfrazan la escasez, estrenar series por capítulos semanales para alargar su permanencia, destacar producciones menores como si fueran grandes lanzamientos o reetiquetar títulos antiguos como “novedades” simplemente porque han llegado a la plataforma por primera vez. Además, de tener que soportar descansos de hasta 15 minutos en algunas cadenas de televisión, bien parece que son cadenas de anuncios con una pequeña reseña de la película, que cuando comienzas a disfrutar algo, vuelven al descanso, vuelta a los 15 minutos de anuncios. Verdaderamente tedioso. Pero el consumidor no es ingenuo. La gente percibe que la balanza entre lo que se paga y lo que se recibe se ha inclinado en su contra. Y este desencanto puede acabar en un éxodo silencioso, cancelar suscripciones, buscar alternativas gratuitas o regresar a un consumo más selectivo de contenidos.
La industria del entretenimiento vive de nuestra atención y de nuestro dinero. Si nos ofrece material caducado a precio de estreno, está sembrando una desconfianza difícil de revertir. El mensaje es claro, no pagamos para que nos vendan nostalgia disfrazada de novedad. Queremos calidad, variedad y actualidad. Si no nos la dan, encontrarán que el mayor apagón no será en las pantallas, sino en la lista de clientes que se marchan. Al final, no se trata de llenar horas, sino de respetar al espectador. Si las plataformas olvidan que pagamos por algo vivo y no por un museo del recuerdo, terminaran descubriendo que la paciencia, como el interés, también caduca.
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