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El viernes me enteré por un artículo del periódico “El Confidencial” de que el obispo de Madrid nombraba a tres obispos auxiliares. Uno de ellos es Santos Montoya

Carta abierta al obispo Santos Montoya

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Querido Santos Montoya:


Te conozco desde hace varios años, y has sido un referente en todos los sentidos. Gramsci elogiaba la astucia de la Iglesia, y no se equivocaba. Es un gran acierto convertirte en mitrado, pues eres es un sacerdote muy especial.

Mis recuerdos se remontan a un niño de doce o trece años, sediento de curiosidad. Yo, pequeño filósofo con más dudas que certezas, te disparaba centenas de cuestiones; interrogantes que mantienen al mundo en vilo, y que me respondías desde la luminosidad de la fe sana. A veces, colmaste mi sed y otras, no. Pero siempre te afanaste en que no me conformara con nada; ni siquiera con tu propia respuesta. Éstas no eran escuetas ni basadas en dogmas incontestables. Recuerdo que, tras un debate que mantuvimos, al término de unas horas, me entregaste un libro. No pretendías desarmar mis argumentos ante los tuyos; sino que deseabas que los contrastara.


Blasco Ibáñez me poseyó desde bien joven, y gustaba de agitar a mis compañeros. En ese sinuoso oleaje llamado adolescencia, estuviste cual faro impertérrito en la noche. Como un equilibrista sobre un delgado cable, mezclabas la paternal ternura comprensiva y la paternal seriedad severa. Esta aleación me hizo crecer: me hizo reparar en que los errores son necesarios; pero tienen consecuencias. No vacilabas al enfrentarte a mí cuando mi alma de poeta quinceañero se enardecía, ni tampoco me abandonabas cuando mi espíritu de rapaz quinceañeros mendigaba claridad.

Recuerdo que, en clase, lo primero que quisiste es que supiéramos qué era la Doctrina Social Católica. Con empeño, ufano, nos explicabas el magisterio de la Iglesia en este aspecto, generando siempre un debate abierto y plural, emasculando todo conato de intolerancia. A modo de anécdota, evoco un día en el que nos esbozaste consignas cristianas y sindicalistas sobre la cuestión social de mediados del siglo XX, para que averiguásemos cuál era un mensaje cristiano y cuál sindicalista. He de reconocer que erré en todas.


Eres el antónimo de don Manuel, bueno y mártir. Tú sí crees que Dios existe y lo amas. Tus facciones y tu manera de actuar transparentan esta devoción y tratan de imitar la vida del Nazareno. Él es tu meta; y no otra. Se proyectan en mi fuero interno esas miradas durante la celebración de la eucaristía en las que nos apremiabas a erguir nuestro cuerpo para fundirnos en el ritual que se estaba llevando a cabo a unos metros. Y es que eres lo contrario a ese postureo que hincha nuestra sociedad y a la Iglesia, como parte de la sociedad.


Tampoco puedo olvidarme de tu amor por la Iglesia. Abultados y cuantiosos son sus pecados; pero, por encima de todo, es tu madre. Trataste de infundirme el cariño filial que todo cristiano debe de sentir por la Iglesia. Tu confianza en esta sacra institución y tu afán en renovarla conmueven a todo el que te conozca. Rememoro mis argumentos pretenciosos y tus réplicas concisas, siempre fiándote de Ella y abrigado por Él.


No dudas en que los cristianos han de construir un mundo mejor, en sociedad. Y por ello sabes que se necesita estar presente en todos los engranajes comunitarios. No eres como el cura de “Entre naranjos” (de Blasco Ibáñez), preocupado por la fama del santo de su parroquia. De la tierra del Quijote, eres una miscelánea de Carvalho en tu búsqueda de la verdad, eres la Esposa del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz en tu relación con Dios, eres Espronceda en tu lucha por la Justicia Social… Ése eres tú, Santos, nuevo obispo auxiliar de Madrid. Buen fichaje, señor Osoro.


Hoy, solo emana de mí un caudaloso caño de agradecimiento por tantos instantes, por tanta paciencia, por tanta confianza, por tanta modestia; por tanto amor. También, un espejo en el que mirarme. En nuestra memoria quedarán las convivencias, los grupos de los viernes, las excursiones, las clases, los sacramentos de la confesión y de la comunión, los recreos rebosantes de debates, conversaciones largas que se sucedían breves, el Camino de Santiago de 2010, alguna visita a la Beata María Ana de Jesús, tu presencia en el funeral de mis abuelos, las sorpresas de verte por el barrio… De veras, gracias por tanto.


Con todo mi cariño y, dispuesto a ayudarte en lo que sea menester, me despido con una gran alegría injertada en mis entrañas.

Carta abierta al obispo Santos Montoya

El viernes me enteré por un artículo del periódico “El Confidencial” de que el obispo de Madrid nombraba a tres obispos auxiliares. Uno de ellos es Santos Montoya
Marcos Carrascal Castillo
sábado, 30 de diciembre de 2017, 09:14 h (CET)

Querido Santos Montoya:


Te conozco desde hace varios años, y has sido un referente en todos los sentidos. Gramsci elogiaba la astucia de la Iglesia, y no se equivocaba. Es un gran acierto convertirte en mitrado, pues eres es un sacerdote muy especial.

Mis recuerdos se remontan a un niño de doce o trece años, sediento de curiosidad. Yo, pequeño filósofo con más dudas que certezas, te disparaba centenas de cuestiones; interrogantes que mantienen al mundo en vilo, y que me respondías desde la luminosidad de la fe sana. A veces, colmaste mi sed y otras, no. Pero siempre te afanaste en que no me conformara con nada; ni siquiera con tu propia respuesta. Éstas no eran escuetas ni basadas en dogmas incontestables. Recuerdo que, tras un debate que mantuvimos, al término de unas horas, me entregaste un libro. No pretendías desarmar mis argumentos ante los tuyos; sino que deseabas que los contrastara.


Blasco Ibáñez me poseyó desde bien joven, y gustaba de agitar a mis compañeros. En ese sinuoso oleaje llamado adolescencia, estuviste cual faro impertérrito en la noche. Como un equilibrista sobre un delgado cable, mezclabas la paternal ternura comprensiva y la paternal seriedad severa. Esta aleación me hizo crecer: me hizo reparar en que los errores son necesarios; pero tienen consecuencias. No vacilabas al enfrentarte a mí cuando mi alma de poeta quinceañero se enardecía, ni tampoco me abandonabas cuando mi espíritu de rapaz quinceañeros mendigaba claridad.

Recuerdo que, en clase, lo primero que quisiste es que supiéramos qué era la Doctrina Social Católica. Con empeño, ufano, nos explicabas el magisterio de la Iglesia en este aspecto, generando siempre un debate abierto y plural, emasculando todo conato de intolerancia. A modo de anécdota, evoco un día en el que nos esbozaste consignas cristianas y sindicalistas sobre la cuestión social de mediados del siglo XX, para que averiguásemos cuál era un mensaje cristiano y cuál sindicalista. He de reconocer que erré en todas.


Eres el antónimo de don Manuel, bueno y mártir. Tú sí crees que Dios existe y lo amas. Tus facciones y tu manera de actuar transparentan esta devoción y tratan de imitar la vida del Nazareno. Él es tu meta; y no otra. Se proyectan en mi fuero interno esas miradas durante la celebración de la eucaristía en las que nos apremiabas a erguir nuestro cuerpo para fundirnos en el ritual que se estaba llevando a cabo a unos metros. Y es que eres lo contrario a ese postureo que hincha nuestra sociedad y a la Iglesia, como parte de la sociedad.


Tampoco puedo olvidarme de tu amor por la Iglesia. Abultados y cuantiosos son sus pecados; pero, por encima de todo, es tu madre. Trataste de infundirme el cariño filial que todo cristiano debe de sentir por la Iglesia. Tu confianza en esta sacra institución y tu afán en renovarla conmueven a todo el que te conozca. Rememoro mis argumentos pretenciosos y tus réplicas concisas, siempre fiándote de Ella y abrigado por Él.


No dudas en que los cristianos han de construir un mundo mejor, en sociedad. Y por ello sabes que se necesita estar presente en todos los engranajes comunitarios. No eres como el cura de “Entre naranjos” (de Blasco Ibáñez), preocupado por la fama del santo de su parroquia. De la tierra del Quijote, eres una miscelánea de Carvalho en tu búsqueda de la verdad, eres la Esposa del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz en tu relación con Dios, eres Espronceda en tu lucha por la Justicia Social… Ése eres tú, Santos, nuevo obispo auxiliar de Madrid. Buen fichaje, señor Osoro.


Hoy, solo emana de mí un caudaloso caño de agradecimiento por tantos instantes, por tanta paciencia, por tanta confianza, por tanta modestia; por tanto amor. También, un espejo en el que mirarme. En nuestra memoria quedarán las convivencias, los grupos de los viernes, las excursiones, las clases, los sacramentos de la confesión y de la comunión, los recreos rebosantes de debates, conversaciones largas que se sucedían breves, el Camino de Santiago de 2010, alguna visita a la Beata María Ana de Jesús, tu presencia en el funeral de mis abuelos, las sorpresas de verte por el barrio… De veras, gracias por tanto.


Con todo mi cariño y, dispuesto a ayudarte en lo que sea menester, me despido con una gran alegría injertada en mis entrañas.

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