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Opinión
Etiquetas | La tronera | Zapatero | Déficit

Del engaño a la crisis

Ha habido durante años un claro descontrol presupuestario tanto en el ámbito central como en el de las autonomías
Jesús  Salamanca
viernes, 23 de marzo de 2012, 07:57 h (CET)
"Nos han dejado en taparrabos", decía ayer un insigne socialista, muy en desacuerdo con la política que ha defendido el presidente Zapatero durante el septenio negro. El engaño ha sido manifiesto y permanente; ahí están las cifras definitivas y reales de las malas cuentas del Gobierno socialista que, por suerte, nos ha abandonado tras el palo en las urnas.

El Gobierno de Rodríguez Zapatero acabó llevando los números reales del déficit a la desesperación y a la incomprensión. El déficit ha alcanzado el 8,51% que, dicho sea de paso, es una barbaridad en términos económicos. Hablamos de algo más de 93.000 millones de euros. Por favor, no lo trasladen a pesetas porque la cifra es mareante e inentendible para quienes no estamos acostumbrados a manejar cantidades tan elevadas.

Rodríguez Zapatero y Elenita Salgado se marcharon engañando a Bruselas y a la población y hablando de un 6% de déficit. ¡Hace falta ser insensatos y torpes! Se habían comprometido con Bruselas a no superar el 6% pero el compromiso se lo pasaron por el arco del triunfo, sin elegancia y sin responsabilidad. Casi 30.000 millones de euros de desbarre. ¡Hay que ser gamberros e insensatos!

Tal situación hace que tengamos que replantearnos transformaciones, reformas y recortes. Y todo ello debe ir más allá de la simple política económica. Hay muchos problemas del Estado y de las autonomías que siguen sin estar resueltos. Ha habido durante años un claro descontrol presupuestario tanto en el ámbito central como en el de las autonomías; abunda la duplicidad de órganos y de cargos; empresas públicas sin sentido y sin trabajadores pero con consejos de administración en firme; entes de todo tipo que nada aportan a la ciudadanía; televisiones autonómicas en claro despendole; dinero público que se va por las cloacas de la droga y la prostitución; sindicatos inservibles e irresponsables que viven de la sopa boba y de la subvención millonaria; estructuras burocráticas y administrativas de difícil justificación,... Todo eso y mucho más nos han llevado a que la crisis fuera mucho mayor de lo que debió ser. El gasto público lo han desvirtuado los políticos mediocres que han mirado más por sus intereses que por los del Estado o la comunidad donde debieron volcar sus esfuerzos y su trabajo. Las cosas no valen sino lo que se las hace valer, decía Molière.

El abuso y el despilfarro nos han llevado hasta aquí. Nos va a resultar difícil corregir tanto desvarío y tanta insensatez. Ante todo tenemos que tener claro que si las autonomías no pueden autofinanciarse, lo que se precisa es una legislación de base que sea capaz de reducir sus dimensiones, sus competencias, sus aspiraciones  y sus servicios. La comunidad ideal para el ciudadano es aquella cuya dimensión del modelo autonómico es el adecuado a su propia capacidad de autofinanciación y disponibilidad económica. Lo demás son gaitas marineras. Cuando se acabe la crisis y comiencen tiempos de bonanza ya nos replantearemos lo que hacemos y cómo lo hacemos.

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Ya inmersos en la canícula, tal vez precisamos una pausa en nuestros afanes y tribulaciones habituales, un alivio en las cavilaciones para cargar pilas y lamer heridas. La lectura resulta útil en estas circunstancias, al menos para los que la practicamos como bálsamo y ungüento frente a desvaríos del pensamiento y tentaciones sectarias.

Introducen esa chispa dubitativa de obligada atención a la hora de tomar las decisiones. Salir de ese atolladero no siempre resulta fácil, las opciones se multiplican. La falta de resoluciones de carácter absoluto se convierte en un potente estímulo para continuar con la mente abierta en busca del verdadero progreso.

Acudo a la 33ª edición de “Arte Santander” y me dejo llevar. Me enfrento a las obras que allí se exponen: pintura, escultura, fotografía... Desmenuzo una para ver qué me trasmite e intento comunicarme, en ausencia, con el artista desde mi óptica de la recepción. Una vez analizada, busco el nombre que se le ha puesto en la cartela para completar lo sentido con el valor emitido desde la palabra y, entonces, surge el anodino e insustancial “Sin título”.

 
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