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Marcos Méndez Sanguos

'Belleza prohibida', de Richard Eyre

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Situémonos: en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVII, Edward Kynaston (Bill Crudup) es el actor más importante de la isla. Especialista en transformarse en féminas shakesperianas, goza de una envidiable popularidad y mantiene una relación clandestina con el Duque de Buckingham (Ben Chaplin). En una época en la que las mujeres tenían prohibido actuar, la descarada amante del monarca Carlos II (Rupert Everett) convence al soberano para promulgar una ley mediante la cual ellas podrán salir a escena para hacer papeles de mujeres, prohibiendo a los hombres interpretar personajes del otro sexo (no muy progresista que digamos). Es el triunfo de María (Claire Danes), la asistenta de Kynaston, acogida con los brazos abiertos por su interpretación de Desdémona en “Otelo”. Además, esta joven guarda en secreto su amor por Kynaston, al que ha dejado en una posición complicada tras el éxito de las representaciones con actrices. “Belleza prohibida” filma entonces la decadencia de Kynaston como consecuencia del nuevo decreto: el antaño vitoreado actor es ahora repudiado por la aristocracia que antes le trataba como un igual, situación provocada por sus problemas para dar vida a personajes masculinos. María, por su parte, sufre su falta de talento, transformada en más butacas vacías cada función.

La película de Richard Eyre (“Iris”) tiene un tono decididamente burlesco (no en vano, el monarca prefiere atender sus obligaciones extramaritales antes que ocuparse de la guerra contra Holanda), enfatizado por las airadas interpretaciones y el barroquismo de las imágenes. La puesta en escena ideada para la ocasión no puede ser más convencional, perdiéndonos continuamente con un uso excesivo de la cámara al hombro. Eso sí, la ambientación de la Inglaterra del XVII está tanto o más lograda que aquella sobrevalorada “Shakespeare in Love”: el vestuario, la decoración y la dirección artística en general recrean hasta los detalles más insignificantes, convirtiendo la experiencia de “Belleza prohibida” en un interesante viaje temporal. Sin embargo, insólitamente, lo que más llama la atención es la secuencia de la paliza que recibe Kynaston a manos de los hombres de Sir. Charles Sedley (Richard Griffiths), un momento para la verdadera tragedia dentro de la frívola ficción que se respira en la corte y en los escenarios.

“Belleza prohibida” habla también de la identidad sexual como algo engañoso y temporal (Kynaston interpretó papeles femeninos durante casi 20 años), pero su línea narrativa en este campo ya está bastante manida en otras producciones, por lo que el interés que pueda despertar un film como este procede antes de su brillantez formal que de una vocación inexistente como innovación temática o comedia de época.

'Belleza prohibida', de Richard Eyre

Marcos Méndez Sanguos
Marcos Méndez
sábado, 14 de mayo de 2005, 00:24 h (CET)
Situémonos: en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVII, Edward Kynaston (Bill Crudup) es el actor más importante de la isla. Especialista en transformarse en féminas shakesperianas, goza de una envidiable popularidad y mantiene una relación clandestina con el Duque de Buckingham (Ben Chaplin). En una época en la que las mujeres tenían prohibido actuar, la descarada amante del monarca Carlos II (Rupert Everett) convence al soberano para promulgar una ley mediante la cual ellas podrán salir a escena para hacer papeles de mujeres, prohibiendo a los hombres interpretar personajes del otro sexo (no muy progresista que digamos). Es el triunfo de María (Claire Danes), la asistenta de Kynaston, acogida con los brazos abiertos por su interpretación de Desdémona en “Otelo”. Además, esta joven guarda en secreto su amor por Kynaston, al que ha dejado en una posición complicada tras el éxito de las representaciones con actrices. “Belleza prohibida” filma entonces la decadencia de Kynaston como consecuencia del nuevo decreto: el antaño vitoreado actor es ahora repudiado por la aristocracia que antes le trataba como un igual, situación provocada por sus problemas para dar vida a personajes masculinos. María, por su parte, sufre su falta de talento, transformada en más butacas vacías cada función.

La película de Richard Eyre (“Iris”) tiene un tono decididamente burlesco (no en vano, el monarca prefiere atender sus obligaciones extramaritales antes que ocuparse de la guerra contra Holanda), enfatizado por las airadas interpretaciones y el barroquismo de las imágenes. La puesta en escena ideada para la ocasión no puede ser más convencional, perdiéndonos continuamente con un uso excesivo de la cámara al hombro. Eso sí, la ambientación de la Inglaterra del XVII está tanto o más lograda que aquella sobrevalorada “Shakespeare in Love”: el vestuario, la decoración y la dirección artística en general recrean hasta los detalles más insignificantes, convirtiendo la experiencia de “Belleza prohibida” en un interesante viaje temporal. Sin embargo, insólitamente, lo que más llama la atención es la secuencia de la paliza que recibe Kynaston a manos de los hombres de Sir. Charles Sedley (Richard Griffiths), un momento para la verdadera tragedia dentro de la frívola ficción que se respira en la corte y en los escenarios.

“Belleza prohibida” habla también de la identidad sexual como algo engañoso y temporal (Kynaston interpretó papeles femeninos durante casi 20 años), pero su línea narrativa en este campo ya está bastante manida en otras producciones, por lo que el interés que pueda despertar un film como este procede antes de su brillantez formal que de una vocación inexistente como innovación temática o comedia de época.

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