Hierro 3 (el título alude al palo de golf) es una historia de amor que surge entre dos personas aisladas del mundo por motivos muy diferentes en cada caso. Tae-suk es un joven que navega de casa en casa vacía arreglando desperfectos y limpiando por doquier a cambio de una cama y un poco de comida. Sun-hwa es una esposa infeliz, maltratada por un marido rico y posesivo. Como si de cine mudo se tratase, el genial Kim Ki-duk (Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera) realiza un melodrama espléndido en el que la poesía de sus imágenes es la que conforma a los dos personajes, los cuales no dicen una palabra y, sin embargo, se comprenden mejor que los demás.
Los aciertos del film son numerosos, y van desde la técnica fotográfica hasta la dirección artística (todas las casas donde moran estos dos solitarios son espacios memorables) pasando por una labor de interpretación simplemente magnífica, apoyada exclusivamente en un gesto o una determinada (y decisiva) forma de mirar. Además, el ritmo en el montaje es más lento o más rápido según las sensaciones de los protagonistas, lo cual, lejos de parecer pretencioso, es de agradecer.
El resto de personajes que pululan por el universo de la pareja se conforman con ser amenazas dolorosas pero olvidables, aunque condicionantes en el modo de vida de ambos. Así, Tae-suk no puede vivir sin su soledad, mientras que Sun-hwa necesita salir de un infierno marital que le ha provocado la secuela de la desconfianza y el temor a todo y a todos... excepto a su salvador. Y ambos se salvan mutuamente.
Lo cierto es que Hierro 3 recuerda al cine de otro tiempo, en el que los directores tenían algo que les impulsaba a contar historias por encima de las imposiciones de los grandes estudios, empeñados en crear artesanos y no artistas. Pero este nuevo cine coreano está decidido a cambiar el rumbo de este arte, con nuevas formas de narrar y grandes historias que contar (véase Old Boy).