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El hombre que nunca estuvo aquí
Francisco J. Caparrós
lunes, 8 de mayo de 2017, 23:46 h (CET)
Ni estuvo aquí en el pasado, en la isla mediterránea desde donde yo secularmente envío los artículos de opinión que Siglo XXI tiene la gentileza de publicarme, ni lo estará nunca. A tenor del trato nada elegante que viene recibiendo estos últimos meses desde la capital insular, me sorprendería mucho verlo por Mallorca en este o en alguno de los cinco o seis próximos veranos. Tendrán que pasar algunos años, me temo, para que el murciano que responde a las iniciales R. C. finalmente acabe por olvidar, exonerando de culpa al excelentísimo ayuntamiento de la capital balear. Mientras tanto, la hacienda municipal se ha adueñado de buena parte de sus ingresos para satisfacer el importe de la sanción económica que un policía le cursó hace ya un par de años, según el propio municipal, tras interceptarlo utilizando su teléfono móvil mientras circulaba por el centro de Palma.

Lo curioso del caso, como ya he dicho, es que ni el motorista murciano ni su vehículo han estado jamás en Mallorca, como asegura el propio individuo, algo que ignoro de qué manera podrá rebatir el infeliz si el policía que le multó persiste en sus trece. Si fuese yo el damnificado por ese presunto error, también me lo pensaría dos veces antes de viajar hasta aquí. Es más, me esforzaría lo indecible en hacer todo lo que estuviese en mi mano para disuadir por completo a mis amigos, a mis conocidos y a todo aquel que quisiese escucharme; haciendo de pasada un favor a los nativos del archipiélago, que están condenados a contemplar con impotencia cómo su territorio es invadido por enormes y descontroladas hordas de turistas todos los veranos y no poder hacer nada al respecto.

Pifias de ese calado, es decir, que pueden poner fácilmente en entredicho la buena reputación en lo que concierne a la eficiencia de un consistorio son, por el contrario, fácilmente subsanables siempre y cuando se invierta en su resolución cierta dosis de diligencia. Y es que no es de recibo que esta suerte de malentendidos persista en el tiempo aguardando una resolución que no acaba de llegar. Para estos casos, llamémosles, extraordinarios, debería existir un procedimiento extraordinario libre de ocurrencias que hiciese que este malentendido dejase de dilatarse en el tiempo.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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