Frecuentemente oímos hablar de instituciones, edificios, organismos, calles, etc., que ostentan el nombre de un personaje histórico al que no conocemos realmente aunque su nombre nos resulte, incluso, familiar. Algo así me pasó con Teresa Azpiazu. Siendo muy joven, estuve en la antigua Escuela de Magisterio de Málaga que llevaba su nombre y me examiné al realizar mis estudios de magisterio, aún conservo el carnet con el nombre de Teresa Azpiazu. Cuando Araceli González, Concejal de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Málaga, publicó un libro sobre ella, en fechas recientes, la conocí y quedé gratamente sorprendida por la talla de esta mujer.
Creo justo reconocer que fue una pionera en la política municipal malagueña y se dio la circunstancia de que accedió al cargo siendo Alcalde D. José Gálvez Ginachero, un personaje de reconocido prestigio como médico y como humanista. Anteriormente, Teresa Azpiazu y Paúl fue profesora de la Normal de Maestras, siendo nombrada Directora en 1914 y permaneciendo en este cargo hasta octubre de 1927. Fue un claro referente en la docencia malagueña. Está considerada como feminista moderada y defendió el derecho de la mujer a ejercer una profesión en igualdad de condiciones con los hombres. Escritora, conferenciante, columnista y colaboradora en revistas profesionales, fue la cuarta mujer que formó parte de la Academia de Ciencias.
Lógicamente, su actividad como Concejal giró en torno a la enseñanza y la cultura. Surgieron las “Becas Azpiazu” para estudiantes de magisterio con escasos recursos académicos. Le fue concedida la Gran Cruz de Alfonso Xll. Se puede conocer mucho de ella a través de la documentación extraída de las actas capitulares, correspondencia y reseñas de prensa.
Nunca descuidó su preparación académica y, unos años antes, estuvo en Francia ampliando estudios sobre Procedimientos, Métodos y Formas para la enseñanza de las Letras, siendo becada por el Gobierno. Aprovechó su estancia en Francia para viajar a Suiza y Bélgica con la finalidad de conocer nuevas corrientes pedagógicas. Falleció a los 87años, en 1949, en Málaga.
Desde el principio dejó bien patente que su presencia en el Ayuntamiento era “una conquista del derecho femenino”. Anteriormente, había lamentado públicamente el escaso alcance de la educación que la mujer española presentaba. Consideró que la mujer tenía que participar activamente en la sociedad y reivindicó el derecho de las que no tenían ninguna oportunidad de ser instruidas debido a su baja situación social. Quería contribuir a que las mujeres pudiesen ejercer un trabajo libremente elegido y con la formación integral necesaria. Suyas son estas palabras referidas a la enseñanza: “…de peligro de muerte son la indiferencia, el egoísmo, la falta de ideales, porque pueblo que tiene su sensibilidad adormecida, pueblo que no siente, pueblo que no cree, pueblo que no sabe, pueblo que no se agita, ni se conmueve, ni se entusiasma, ni confía, ni lucha, ni protesta, ni se defiende; pueblo que no se esfuerza en hacerse mejor….es pueblo próximo a la muerte”.
Destacó la necesidad de asignar una cantidad de cierta importancia para la atención de niños con discapacidad psíquica o sensorial. Entendió que el Ayuntamiento debía intentar una vía de ensayo para ofrecerla, más tarde, al Estado, con el fin de crear un Instituto para el cuidado de estos discapacitados. Tuvo una parte muy activa en la defensa de dos mujeres jóvenes que intentaban tomar parte en unas oposiciones para ser funcionarias municipales, en 1926. La polémica que se produjo fue subiendo de tono en la prensa malagueña de la época. Intervino a favor de las Bellas Artes, reclamó la adquisición de libros para las escuelas públicas, apoyó que se mantuviese la Banda Municipal, que algunos querían suprimir, etc. Cumplió sus compromisos políticos y académicos manteniendo una apretada agenda. El 25 de febrero de 1927, la reina Victoria Eugenia visitó Málaga acompañada de sus hijos y Teresa Azpiazu formó parte de la comitiva oficial que la recibió e, igualmente, el 8 de marzo, cuando la reina regresó a Madrid.
Creo interesante finalizar este artículo reproduciendo parte de la última página del libro de Araceli González. Es lo que sigue: “D. Luis Ayala, que fue director de la Normal en 1987, nos relató una anécdota. Recibió en su despacho del Ejido a una señora mayor, vestida de negro, que se presentó como sobrina de Teresa Azpiazu. Le entregó un cheque al portador por importe de 1.000.000 de pesetas. Se identificó como maestra y sobrina de Teresa Azpiazu. Le contó que su tía le había costeado la carrera y ayudado en su trayectoria profesional y quería, en su nombre, entregar aquella cantidad que eran ahorros de toda la vida, en su memoria, para que pudiese emplearse en becas para estudiantes de Magisterio y así poder ayudar a aquellos que tuvieran vocación por la enseñanza y carecieran de recursos.” Por mucho que él y el Rector de la Universidad quisieron hacer pública esta donación, la interesada puso como condición el silencio. Aquel dinero fue empleado en becas para estudiantes sin recursos.
Creo que se explica la vida de Teresa Azpiazu a través de las palabras con que concluyó su conferencia en la Sociedad Malagueña de Ciencias el 26 de enero de 1915: “Es preciso, señores, y perdonad si tanto insisto, que nos ayudemos en la medida de nuestras fuerzas, para que al término de la jornada podamos en conciencia repetir las palabras del Divino Maestro: “No he perdido, Señor, ni uno solo de los que me entregasteis”.
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